Prólogo

8 2 0
                                    


El sol se cuela por las rendijas de la única ventana que tiene mi habitación. Está amaneciendo. Ante mis ojos visualizo la combinación perfecta de colores morados, que después pasan a rosa y, finalmente, casi de forma instantánea, el cielo se tiñe de naranja. Todas las mañanas me quedo pasmada mirando al infinito, pensando en las personas que están más allá de la línea del horizonte, intentando encontrar el sentido de la vida. Imaginar que mañana los colores del cielo serán diferentes es lo único que me anima a pensar que no todos los días son iguales. Mi vida ha cambiado drásticamente desde que llegué aquí. Nunca sé si es miércoles o jueves ni lunes o martes. No sé en qué mes vivo, aunque quizá lo mejor sea no pensarlo. Las primeras semanas que pasé en este lugar luchaba a diario por llevar la cuenta de los días que habían transcurrido desde mi llegada, pero después de tanto tiempo encerrada todo se confunde. A veces ni siquiera sé quién soy cuando me miro al espejo. Necesito que esta pesadilla en la que estoy atrapada ponga punto y final; sin embargo, cuando todo parece acabar, siempre vuelven los puntos suspensivos, prolongándose cada vez más. Miro el reloj y giro la cabeza hacia la puerta en busca de Lizzeth. Aún no ha regresado. Aunque normalmente suele llegar antes que yo, parece ser que esta noche su turno se ha alargado más de lo debido. No sé si conseguiré mantenerme despierta hasta que aparezca por la puerta. Estoy agotada. Me desvisto lentamente, sin apenas fuerzas en las piernas, dejando al descubierto mi ropa interior. El mejor momento del día llega ahora, cuando se acaba el trabajo y puedo dedicar tan solo un momento para pensar en ella, en la luz que ilumina mi camino y me mantiene cuerda entre estas cuatro paredes. Estoy tan cansada que estos segundos, una vez más, pasan a ser efímeros. Como humo en el cielo. Como hielo en el mar. Apago la luz. Me meto en la cama. Deslizo mi cuerpo por las sábanas desgastadas y percibo un pequeño hilo de claridad que se filtra por debajo de la puerta, pero la habitación entra en penumbra rápidamente. Noto como mis párpados comienzan a cerrarse poco a poco...

PUM. Me despierto sobresaltada. ¿Qué ocurre? La puerta se abre bruscamente, pero no es Lizzeth. Tras unos instantes intentando reconocer cuál es el rostro que se esconde tras la silueta negra que ha conformado la luz del pasillo descubro que ¡ES EL BULLDOG! NO, NO, NO. Viene directo hacia a mí. Me arrincono en la esquina superior de la cama, agarrando mi almohada con fuerza y tapando mis desnudas piernas con las sábanas. Sus ojos están clavados en los míos. Parece que se le van a salir de las órbitas. Está totalmente desatado. Tengo miedo. Mucho miedo. Intento que no se percate de que estoy a punto de estallar a llorar, pero ya es demasiado tarde. No puedo evitar que las lágrimas comiencen a salir a borbotones y recorran mis mejillas descontroladamente. Sin apenas darme cuenta, el brazo del Bulldog se enreda en mi cuello y me intenta tumbar en la cama. Pongo todas mis fuerzas en impedir ese movimiento, pero con el otro brazo me agarra fuertemente del pelo hasta que consigue que caiga rendida. Rápidamente me deja desnuda, bajándome las bragas y arrancándome el sujetador lencero. Me inquieto. A pesar de que procuro moverme con mis propias manos, no consigo escapar. Inmediatamente recibo una patada en la boca que me hace caer al suelo. Pero... ¿qué está pasando aquí? Estaba tan concentrada en escapar de las manos del Bulldog que no había sido consciente de la presencia del Obispo en la habitación. Noto, rápida y agresivamente, como su pene entra dentro de mí. En apenas unos segundos la vagina me empieza a escocer y un gran dolor en mi interior se apodera de la poca fuerza que me queda, dejándome desfallecer.

-Por favor, ¡para! Por favor te lo pido- le suplico dando patadas al parqué y tratando de quitármelo de encima.

-¡Cállate, puta! -dice El Obispo mientras me da un bofetón y disfruta de mi cuerpo sin consentimiento-. Como pronuncies una palabra más te juro que mato a tu hija. ¿Me has escuchado bien? Así que cierra la puta boca, que calladita estás más guapa, ¡mora de mierda!

Me quedo inmóvil con sus palabras. El tiempo se paraliza ante mí y la mirada se me nubla. Les escucho hablar como si estuvieran muy lejos, pero lo cierto es que no pueden estar más cerca. «Cógela en brazos. Tú por delante y yo por detrás», oigo sin saber descifrar quién da la orden. Me pongo nerviosa. El Obispo saca su maldito pene de mi interior y me levanta del suelo sin apenas hacer esfuerzo. Se sienta en mi cama y me alarga el brazo para arrastrarme con él. Estoy abierta de piernas y completamente desnuda encima suya. Mis pechos casi pueden tocar su cara de pervertido. Me mueve de arriba para abajo con sus... ¡AHHHHH! Chillo de dolor. El Bulldog acaba de introducir su miembro en mi ano. Esto es insoportable. Rompo a sudar y comienzo a notar un ligero mareo. Me azota en el culo. Me vuelve a azotar. Cada vez con más intensidad. Siento un escozor tan terrible por todo mi cuerpo que apenas puedo hablar. Solo consigo emitir algunos gemidos ahogados en mi propio llanto. Me aprietan los pechos casi haciendo contorsionismo. Sus posturas no me hacen un favor. Es como si una tijera me estuviera cortando por dentro. Sacan sus dos penes a la vez -¡qué alivio!-, se ponen en pie y me obligan a arrodillarme ante ellos.

-¡Ahora te toca a ti! -Me coloca la mano en su pene-. Con esta a mí y con la otra al Obispo.

Acepto su petición. Los mareos cada vez son más frecuentes, casi no consigo mantenerme en equilibrio. Deslizo mis manos verticalmente, casi al mismo ritmo, y veo como se besan entre ellos. ¿Qué? No sé si estoy alucinando o está pasando de verdad. Solo sé que quiero que se vayan y esto termine de una vez. Me siento ahogada. La respiración me falla y no puedo dejar de jadear. El Bulldog me exige que le haga una felación.

-¡Chúpamela! -exclama con cara de sádico.

Comienzo a bajar y me sorprendo con que hay restos de mis propias heces. Me entran arcadas, voy a vomitar. Me empieza a dar vueltas la cabe...

(***)

Sé que estoy despierta, pero no puedo abrir los ojos, pesan demasiado. Me duele todo el cuerpo, hasta lo que jamás pensaba que podía doler. ¿Qué me ha pasado? ¿Por qué me siento tan mal? Bastan dos preguntas para recordar lo que sucedió antes de perder la consciencia. Me encojo, asustada, y miro alrededor de la habitación. Estoy sola. No veo ni al Bulldog ni al Obispo ni tan siquiera a Lizzeth. Vuelvo a echar una ojeada, más pausada, por si se esconden en algún lugar, pero no hay nadie. Me quedo absorta mirando hacia abajo y encuentro restos de sangre entre las sábanas. Miro detenidamente mi cuerpo totalmente desnudo y estoy ensangrentada por todas partes. Me siento sucia, por fuera y por dentro. No puedo evitar sentir asco. ¿En quién me he convertido? No me reconozco. Me avergüenza pensar en cómo me comporté anoche. He perdido mi identidad, he perdido a mi familia, he perdido todo lo que tenía... Todo excepto mi propia vida, aunque, siendo sincera, tampoco ha sido nunca del todo mía.

~ Una Más ~ Donde viven las historias. Descúbrelo ahora