Cap 39: ~Adiós, Saná~

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"SUHAILA"

20 de enero de 2008

El avión está a punto de despegar y Rayhan no ha venido, pero aún no se me quita la idea de la cabeza de que en cualquier momento puede aparecer por la puerta del avión y obligarme a bajar como hizo en el autobús. Me resulta extraño estar aquí, con mi hija y Jamil escapándome a otro continente. No sé qué estoy haciendo. ¿Realmente es lo que quiero o me estoy dejando llevar? Supongo que esto es lo que debo hacer. Miro por la ventana con lágrimas en los ojos, intentando que no salgan más de la cuenta. El avión no es como yo me pensaba que sería. ¡Es todo tan moderno! Hay mujeres que trabajan de azafatas y ¡no llevan hiyab! Parece que estoy viviendo en otro mundo distinto sin siquiera haber salido de Yemen. No me quiero imaginar cómo será España, ¿me sorprenderá tanto? Las puertas se cierran y una voz anuncia que el embarque ha terminado. ¡Rayhan no ha venido! Estoy a punto de gritar de la emoción, pero me contengo. Tengo que ser discreta, no vaya a ser que me conozca alguien. Los motores ya están en marcha. El avión comienza a moverse y acto seguido le cojo la mano a Jamil, que se sienta a mi lado. No me puedo creer que Rayhan no haya impedido que me marche. No me lo puedo creer… ¡voy a salir de Yemen! Ya Allah… llevo tantos años esperando este momento. El traqueteo cada vez es más notable y mis piernas empiezan a temblar. Me agarro al asiento con fuerza. ¿Qué está pasando? Jamil se ríe de mi cara de miedo, pero yo tengo un nudo en la garganta incapaz de desenredarse. Algo no funciona bien. Lo sé. Este tambaleo no es normal, pero antes de preguntarle qué es lo que está pasando, el avión toma impulso para volar y despega, obligándome a mantener la cabeza hacia atrás, pegada al respaldo. Me giro hacia un lado y sigue riéndose. No entiendo tantas risas. Yo lo estoy pasando muy mal. 
   
—Suhaila. —Suelta una carcajada—. Esto es normal. Es el despegue. No nos vamos a morir ni nada por el estilo. —Me medio abraza sin poder dejar de reír—. Tranquilízate, ¿vale? O mejor, ¿por qué no os dormís un rato? —Señala a Zaida—. El vuelo es largo y aún quedan unas cuantas horas para llegar. Es mejor que descanséis, que después hay que esperar en el aeropuerto y volver a coger otro vuelo. 
   
Creo que tiene razón. Esta noche no he dormido nada y llevo unos días bastante alterada con todo esto. Lo mejor será que me duerma e intente no pensar en Rayhan. Cuando el avión ya ha alcanzado la suficiente altura, las azafatas nos dicen que podemos desabrocharnos los cinturones e ir al baño si así lo deseamos. Pongo a Zaida sobre mi pecho y me acurruco en el reposacabezas, mirando por la ventana. Si estiramos un poco más los brazos, casi podemos tocar el cielo con las manos. Estamos muy alto ya. Apenas se ven los edificios ni las carreteras. Me sorprende ver las ciudades a vista de pájaro. ¡Parecen diminutas desde aquí arriba! Por mucho que intento mantenerme despierta para poder disfrutar de las vistas, los ojos se me cierran continuamente… 
     
     
                             
                              (***) 

La gente se empieza a alborotar y Zaida se despierta. ¿Dónde estamos? Estoy desorientada. ¡Ah vale! ¡En el avión! Qué tonta soy...
   
—¿Cómo habéis dormido? —nos pregunta Jamil—. ¡Vamos a aterrizar! 
   
¿Ya? Qué rápido se ha pasado el vuelo. Estaba tan cansada que no he podido evitar dormirme. «Entonces, ¿esto es Rumanía?», me pregunto mientras observo los edificios blanquecinos desde mi asiento, pero las vistas no duran más de dos segundos. El avión avanza y el cielo se vuelve blanco. Una capa espesa de nubes nos envuelven y no consigo ver nada a través del cristal. Nos tenemos que poner de nuevo los cinturones y sentar a Zaida en su asiento. Noto un cosquilleo en el estómago. No sé si es por el descenso o por los nervios de conocer cómo va a ser todo esto, pero tengo entre pánico e ilusión. Todo el mundo permanece en silencio hasta que el avión por fin toca el suelo y el aterrizaje nos echa el cuerpo hacia adelante. 
   
—Ha aterrizado fatal. ¡Casi nos damos en la cabeza con los asientos de delante! —exclama Jamil. 
   
Estamos sentados en las primeras filas, de modo que, nada más estacionar, recogemos rápido el equipaje que hemos dejado en los compartimentos de arriba y salimos del avión en apenas unos minutos. Han puesto unas escaleras para que podamos bajarnos e ir andando hasta la puerta del aeropuerto, que se encuentra casi al lado. Pero antes de avanzar, me quedo pasmada mirando al frente. No doy crédito a lo que ven mis ojos. ¿Nieve? ¿Es esto nieve? ¡Todo el suelo está cubierto y del cielo caen copos blancos! Miro a Jamil sorprendidísima, pero no soy la única. Zaida también se ha quedado perpleja. De repente, un señor me toca el hombro.

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