"SUHAILA"
24 de febrero de 2003
Ha llegado el día de la boda. No he pegado ojo en toda la noche pensando que estoy a tan solo unas horas de casarme con un hombre que no conozco. Aún tumbada y envuelta entre las mantas miro las paredes de mi cuarto y pienso en todas las cosas que van a cambiar a partir de ahora. Mi habitación, la que tantas veces ha sido mi refugio, ahora dejará de serlo. Mis muñecas, las que conservo con cuidado en una cesta de mimbre, ya no son para niñas adultas. No habrá más salidas al patio cuando el sol descienda para ver el atardecer. Ahora voy a vivir con Rayhan en casa de su padre y este dejará de ser mi hogar, aunque aquí siempre habrá una parte de mí. He vivido muchos años entre estas cuatro paredes y todo está plagado de recuerdos. Algunos buenos y otros no tanto, pero en esta casa guardo los mejores momentos de mi vida junto a mamá y Hassan. Aunque ellos ya no estén, los siento cerca de mí en cada rincón. Desprenderme de todo esto duele, duele demasiado, pero no me queda otra opción. Marcharme y alejarme de Farid puede que sea la única escapatoria para ser feliz. Debo ser fuerte. Mamá siempre me decía que de mayor sería una mujer capaz de hacer todo lo que me propusiera. Sus palabras ahora son mi fortaleza y mi motivo para seguir hacia adelante. Tengo que ver esta boda como algo positivo, dejarme guiar por la fe y confiar en que todo saldrá bien.
¡Toc, toc! Me levanto sobresaltada al escuchar la puerta. Es Delila. ¡Toc, toc! Vuelve a llamar. Me comentó ayer que vendría temprano para ayudarme a empaquetar mis cosas y empezar con los preparativos. La boda es esta misma tarde y al parecer hay mucho que hacer antes del gran momento. Cuando supo que me casaba le hizo una ilusión tremenda y me dijo que ella se encargaría de todo. Así que no tengo ni idea de qué me tendrá preparado, pero me está matando la curiosidad. Abro la puerta y la recibo con una gran sonrisa. Quiero parecer contenta, no estoy dispuesta a arruinar su ilusión con una mala cara. Sus manos están cargadas de bolsas y la invito a pasar mientras le sostengo algunas de ellas.
—¡Buenos días, mi querida Suhaila! —dice dejando los bártulos en el suelo del salón—. No sabes lo feliz que me hace que te cases. Llevo toda la mañana recordando mi boda y uff… me emociono. Fue un día muy especial para mí. Solo deseo que también lo sea para ti. —Me acaricia la cara y el hombro, apunto de soltar alguna lágrima—. Pero bueno, ya me callo, que como empiece ya con las lágrimas me voy a quedar seca de tanto llorar.
Nos reímos a la vez.
—Sí, ojalá sea un día especial y mi nueva vida sea mejor —le respondo apenada.
Me mira hablando con la mirada. Estoy convencida de que sabe perfectamente a qué me refiero sin que nunca le haya contado nada.
—¿Tienes todo recogido ya? —me pregunta cambiando de tema.
—No, iba a empezar ahora. No tengo muchas cosas que guardar, así que no creo que me lleve mucho tiempo —le explico.
—¡Te ayudaré y así tardaremos menos! ¿Qué te parece? —propone—. Te he traído este bolso para que puedas meterlo todo. Si quieres tú me vas dando y yo voy guardando.
Asiento con la cabeza y nos dirigimos a la habitación donde tengo la mayor parte de mis cosas. Delila abre el bolso que me ha traído y empiezo a vaciar el pequeño mueble donde guardo las pocas prendas que tengo. Dos pantalones, unas zapatillas, cuatro hiyabs, varias camisetas descoloridas… Saco todo para comprobar que no me dejo nada y, al fondo, descubro la ropa de mamá. Trago saliva. Hace años que no miraba la parte trasera de la cómoda. La gran mayoría de sus pertenencias las tiró Farid nada más enterrarla, pero antes de que lo hiciera fui rápida y me guardé un pañuelo suyo junto con algunas cosas que me recordaban a ella, como su túnica favorita con bordados en el pecho, una foto antigua de cuando era joven donde salía preciosa y un collar que hizo a mano una tarde de verano mientras yo le acompañaba en el salón. Todo estaba metido en una caja de cartón que me dieron en la frutería. Cuando era más pequeña fue mi gran tesoro. Jugaba a buscar los lugares más recónditos de la casa, creyéndome pirata, y cuando encontraba uno mejor que el del día anterior cambiaba la caja de sitio. Lo tenía tan bien guardado para que Farid no lo encontrara que se me olvidó que lo tenía ahí. Menos mal que lo he descubierto antes de irme de esta casa. No me hubiera perdonado que después de tantos años Farid los hubiera tirado. Le doy la caja a Delila y su mirada me transmite tristeza.
—Ojalá pudiera ver lo guapa que vas a ir hoy.
—Mamá me ve lo guapa que voy todos los días, no solo hoy. —Sonrío.
Abrazo la túnica antes de devolverla de nuevo a la caja y un suspiro se escapa en el aire. Qué complicado va a ser todo. Me pongo manos a la obra y, en apenas media hora, termino de coger el resto de mis cosas. Únicamente falta un peluche que me regaló Delila para mi décimo cumpleaños y la pulsera que me encontré hace unos meses por la calle. Solo me la pongo los viernes porque no quiero que se me rompa. Ya tengo metido en el bolso todo lo que tengo que llevarme, pero examino por última vez la habitación. ¡Oh, claro! Casi se me olvida, ¡qué cabeza tengo! Voy corriendo al salón y debajo de la alfombra, en la parte que hace esquina, guardo el libro que me regaló Jamil hace un par de años. El suelo está un poco curvado y no se nota que hay nada debajo, así que era un buen escondite de fácil acceso para sacarlo diariamente. Cuando iba al colegio tenía una asignatura en la que hablaba inglés. No pude aprender prácticamente nada porque estuve muy poco tiempo yendo a clase, pero siempre quise saber más. Un día hablando con Jamil le dije que me encantaría saber muchos idiomas para poder hablar con todas las personas y, justo unos días después, me trajo un libro enorme para poder aprender las lenguas más habladas del mundo. Todos los días, cuando Farid no está en casa y no tengo nada que hacer, me encierro en mi habitación y aprendo inglés y español. El chino me parece muy complicado, aunque algún día profundizaré más en él. Hasta ahora me conformo con aprender bien inglés y español. Ya sé decir muchas cosas y podría hasta tener una conversación sencilla, pero soy consciente de que me queda mucho por mejorar. Meto el libro en el bolso y damos por finalizada la preparación de mi equipaje.
Ya hemos acabado de comer y Delila quiere comenzar a vestirme porque dice que vamos muy justas de tiempo. Durante la comida hemos estado hablando, principalmente, del día en el que ella se casó y me ha contado algunas cosas que yo no sabía. Al parecer, las bodas en Yemen son grandes eventos sociales, donde el novio y la novia no se juntan durante la ceremonia. El marido celebra una fiesta junto con cientos de invitados varones y la esposa hace lo mismo con mujeres, estando en todo momento separados, excepto a la hora de intercambiar los anillos. En ese preciso instante, el novio tiene derecho a pasar a la carpa de las mujeres para ver a su futura esposa y hacerse algunas fotos con ella. La verdad es que estoy muy nerviosa. Todo esto me parece surrealista. Sigo sin entender por qué tengo que casarme tan pronto y no puedo elegir yo a mi marido cuando sea más mayor. Las costumbres que me ha contado Delila me parecen un aburrimiento. Ojalá pudiera pasarme el día jugando y aprendiendo nuevas palabras de otros idiomas, pero parece que esta es la vida que me ha tocado vivir y ahora mismo no puedo hacer nada para cambiarla. Tendré que aceptarlo.
—¡Suhaila! Estás muy distraída. Te hablo y no te enteras. La boda te está dejando atontada. Baja de las nubes, cielo, que te casas en unas horas —me dice Delila.
—Ay, perdóname. Estaba pensando en mis cosas y no he escuchado lo último que me has dicho. No volverá a pasar, te lo prometo —me disculpo.
—Anda mira, tengo algo que enseñarte. —Abre una bolsa enorme y veo un vestido tapado con un plástico que tiene bastante polvo—. ¡Es tu vestido de novia! —dice ilusionada.
¿Ese es mi vestido? ¿Con eso me voy a casar? Sinceramente, me parece bastante horrendo. A medida que lo desenvuelve aprecio que es negro y naranja, con algunos tonos rojizos entremezclados y muchas joyas a su alrededor. El vestido llega hasta el cuello y luego lleva como complemento un hiyab que también está decorado con abalorios. Demasiado cargado para mí. Yo soy más sencilla y siempre visto de colores oscuros. ¡No me pega nada este atuendo! Me acerco a él, lo toco con cuidado de no mancharlo y descubro lo brillante que es con solo un vistazo. Delila sonríe y me acaricia el hombro.
—¡Venga, pruébatelo! A ver cómo te queda. ¡Estoy segura de que vas a estar súper guapa con él! Lo he guardado durante mucho tiempo con la esperanza de algún día concebir una hija, pero, desafortunadamente, nunca llegó. En cambio, la vida me regaló la oportunidad de tenerte a ti, que ya eres de la familia. Ten, te lo regalo. Es todo tuyo. No podía dejar pasar este momento. —Se emociona y casi me hace llorar—. Es de cuando yo me casé. Era uno o dos años mayor que tú, pero creo que te quedará bien porque tú eres más alta. Espero que te guste y lo cuides mucho —me pide.
Sus palabras me calman y, a la vez, me angustian. No tenía ni idea de que ella se había casado cuando tenía más o menos mi edad. Nunca me lo había dicho. La verdad es que no sabía que esto fuera tan habitual. Hay veces que es mejor la ignorancia. Después de haberme contado la historia que hay detrás de su vestido de novia, ya no me parece tan mala idea llevarlo puesto. De hecho, hasta me está empezando a gustar. Delila me ha contado que los vestidos de las novias yemeníes muchas veces son heredados de generación en generación. Ha sido un gran detalle por su parte haber decidido cederme el suyo para la boda porque, aunque me guste más o menos, yo nunca habría podido comprarme un vestido tan elegante. ¡Debe valer muchísimo! Ahora entiendo por qué lo ha guardado todos estos años y lo tiene tan bien cuidado. Para ella es una joya, como para mí la caja de cartón con las cosas de mamá. Cojo el vestido y me voy a la habitación de al lado a probármelo. Me quito la ropa que llevo puesta y meto la cabeza por el cuello. Pesa bastante, pero a la vez la tela tiene una caída muy ligera y bonita. El vestido me viene perfecto de ancho y largo. ¡Parece que esté hecho para mí! Me coloco el hiyab antes de enseñarle el vestido completo a Delila y me dirijo de nuevo junto a ella. Cuando me ve se queda asombrada.
—Pero… ¿¡CÓMO PUEDES ESTAR TAN PRECIOSA!? —exclama conmovida—. Ya Allah, Suhaila, cuando te vea el novio se va a enamorar de ti por completo, aunque bueno, él siempre ha estado enamorado de ti.
¿Cómo? ¿Él sabe quién soy? Se me acelera el corazón. Entonces, si me conoce, ¿es probable que yo también? Me quedo pensativa. A lo mejor lo he visto alguna vez que he salido a hacer la compra, aunque creo que los únicos hombres que conozco son Jamil y Farid. Que yo recuerde no he hablado con ninguno más. Antes conocía también al padre de Jamil, pero murió hace muchos años y apenas recuerdo su cara. No tengo ni idea. Delila no deja de mirarme y sonreír al verme así vestida.
—¡Vamos a empezar con el maquillaje!
¿Maquillaje? ¿También me va a pintar la cara para la boda? Veo cómo abre un neceser donde tiene pinturas y saca un lápiz negro para maquillarme los ojos. Me pide que los cierre y la punta comienza a deslizarse por todo mi párpado. Dibuja varias líneas de izquierda a derecha, una y otra vez, y después pasa al siguiente ojo, donde repite los mismos pasos. Es una sensación extraña. No sé si me gusta o quiero que termine ya, porque me raspa y a la vez es relajante. A continuación, me echa unos polvos en la cara para que «tenga la piel más blanca» y pinta mis labios de carmín. Cuando me miro al espejo que tiene al lado de las pinturas, no me reconozco. ¡Parezco un payaso! Me siento ridícula. Quiero que acabe ya el día para quitarme todo esto de encima y volverme a poner mi ropa de todos los días, pero parece que Delila no piensa lo mismo.
—Estás guapísima, Suhaila, esta noche vas a brillar. Qué ojazos, por favor. El negro te resalta muchísimo —me halaga.
Me siento tan incómoda en estos momentos que me gustaría desaparecer de aquí. La boda es dentro de una hora y nos tenemos que ir ya para estar allí cuando todo el mundo empiece a llegar. Mientras Delila se prepara con la ropa que se ha traído de su casa y se hace un maquillaje improvisado lo más rápido que puede, me cuenta toda la gente que irá a la boda. Que si la vecina de no sé quién, la prima de no sé cuántas, el marido de la hermana de su cuñado… Creo que aún no ha entendido que no conozco a nadie de toda esa gente, pero está tan ilusionada que la escucho detenidamente y asiento con la cabeza. Recogemos lo que hemos dejado por medio, nos aseguramos de que llevamos lo importante y nos marchamos. Cuando salimos por la puerta para ir al centro de Saná, donde están las carpas de la boda, una avalancha de mujeres viene directamente hacia mí. Parece que me estaban esperando y, en cuanto me ven, deciden acompañarme hasta las carpas, sin previo aviso ni consentimiento. Dos de ellas enseguida toman la iniciativa y me cogen del brazo, mientras las demás se amontonan detrás de mí sujetándome el vestido. El fuego se apodera de mí y rompo a sudar. No consigo que me suelten. Con la mirada perdida en busca de Delila, justo la veo llegar. Estaba cerrando la puerta con llave.
—A ver, hacedme hueco, por favor, que soy yo la que la lleva a la boda, no vosotras. —Su respuesta me descoloca. ¡Qué atrevida, Delila!
A pesar de sus palabras, las mujeres hacen oídos sordos, se sitúan detrás de nosotras y nos acompañan igualmente. Cuando llegamos al centro de la ciudad, las calles están abarrotadas. Hay dos carpas enormes de color beige y el bullicio es inimaginable. ¡Ya Allah! ¿Quiénes son todos estos? ¡Nunca he visto a tanta gente junta en mi vida! Aún sigo boquiabierta cuando Delila me indica que pase a la carpa de la derecha que es la de las mujeres. Nada más entrar mis ojos se quedan pegados al techo. ¡Es tan alto y bonito! Está perfectamente decorado con luces, brillantes que destellan ante los ojos de cualquiera y telas de varios tonos de marrón. ¿Quién habrá pagado todo esto? Porque dudo mucho que haya sido Farid. Avanzo hasta el centro de la carpa y me quedo impresionada al ver al fondo un lujoso sillón elevado.
—Ahí vas a estar tú, querida. Así todas podremos verte y elogiarte. Ve sentándote, si quieres, ya mismo va a empezar la boda. —Me invita con la mano.
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~ Una Más ~
Ficção CientíficaSamira, es la madre de tres hijos, embarazada de un cuarto y casada con un hombre egoísta y ruin, que solo la ve como objeto de placer y servidumbre. Pese a su juventud y las ganas de ver crecer a sus hijos, una enfermedad arrolladora atacará repent...