Cap 6: ~mi nuevo juguete~

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"FARID"

23 de mayo de 1998

Son las dos de la tarde. La jornada acaba de terminar y llega el momento del día que más nos gusta: la hora del qat, como nosotros le llamamos. Alí y Faruq ya han terminado de recoger, pero a mí aún me quedan algunas cosas que cerrar. Tengo un compromiso que no hace nada más que darme dolores de cabeza y no sé cómo lo voy a solucionar. O pienso pronto en un buen plan o estaré muerto. Tengo que andar con cuidado porque al final siempre me acaba pasando lo mismo. La cago hasta el fondo y luego vienen los problemas. ¡Qué difícil es todo a veces, joder!
   
—¡Farid! Te esperamos en la sala —me dicen desde el otro lado de la puerta.

La sala es una habitación dentro de la casa en la que trabajamos, donde nos reunimos cada tarde, sin faltar ninguna, para mascar qat. Es algo sagrado para nosotros y para todos los que trabajan aquí. No podríamos vivir sin estos momentos de calma y descanso. Cada mañana, antes de venir, nos acercamos a Bab al-Yemen, la entrada principal de la ciudad, para comprar qat a algunos de los vendedores de la zona. Hay quienes solo compran una vez a la semana y quienes tienen un vecino de confianza al que pueden acudir cuando se les antoje, pero nosotros preferimos comprarla a diario. No tenemos vendedor fijo, lo único que nos preocupa es buscar siempre el precio más justo y la hierba de mejor calidad. Las ramas son cortadas tan solo unas horas antes de su venta, lo que nos permite disfrutar de su frescor cada día y no perder la suavidad. 
   
Cuando llego a la sala más de una veintena de hombres están sentados descalzos en el suelo, divididos en pequeños grupos y fumando tabaco. El humo del ambiente me dificulta encontrar a mis compañeros. La mayoría nos conocemos desde siempre, llevamos muchos años trabajando juntos, pero cada uno tiene sus preferencias y decide quiénes son sus compañías. En los últimos años he tenido varios enfrentamientos con algunos de ellos y los únicos que han sabido en todo momento hacia donde disparar la bala cuando las cosas se ponían realmente difíciles han sido Alí y Faruq. Por eso, ellos para mí son intocables.

—¡Fiuuuu! —Silban desde lo lejos. 
   
Es Alí. Su voz me guía el camino. Avanzo un metro de frente, esquivando a los hombres que hay en medio y, por fin, los veo. Están al final del todo. 
   
—¡Date prisa, las mujeres ya están preparando el Saltah! —Se apresura Alí. 
   
¿Hoy toca Saltah? ¿Otra vez? Es un estofado de carne que deberíamos tomar antes de fumar qat, aunque casi nunca lo hemos hecho, y también una comida muy típica en todas las casas yemeníes. Este plato me gusta, pero no para todos los días. Esta semana las cocineras se están pasando de la raya. Parece que han cocinado para mil personas y cada día sacan las sobras. Mientras nos sirven aprovecho para desunir las hojas frescas de qat. Desenvuelvo las ramas del plástico en el que nos las han dado enrolladas y comienzo a separarlas poco a poco hasta conseguir que todas estén listas para empezar a tomar. El olor que desprende es excitante. No puedo esperar para saborear esta rica hierba. Antes de probar la comida, mastico una de las hojas para saber si hemos hecho una buena compra. El mayor aroma se concentra en el líquido que sale cuando trituro la hoja con mis muelas y su amargo sabor me confirma que es de las mejores que hemos tomado en los últimos meses. 
   
—Espéranos al menos, ¿no? ¡Los demás también queremos probarla! —me dice Faruq. 
   
—Está buenísima, Ya Allah. —Exhalo profundamente—. Creo que no voy a comer, necesito más qat que carne. Además, estas mujeres no saben cocinar. ¿A vosotros os gusta cómo hacen la comida? ¡Está todo asqueroso siempre! Y encima llevamos cinco días comiendo lo mismo. Se les da la libertad de poder trabajar y la malgastan así, haciendo mal lo único que tienen que hacer. 
   
—Al menos come un poco que las pobres se han pasado el día cocinando para nosotros —opina Alí. 
   
—Me da igual. Ese no es mi problema. —Sostengo mientras mastico varias hojas a la vez—. Deberíais dejar de preocuparos por ellas. Aún sois jóvenes para entender muchas cosas, pero el tiempo os dará todos los conocimientos que debéis tener. Las mujeres deben vivir por y para nosotros. Están para servirnos, para darnos placer y para cuidar a nuestros hijos. ¿No os dais cuenta de que no saben hacer nada más? ¿Os habéis parado a pensar en cuántas mujeres de vuestro alrededor trabajan? ¡Ninguna! No son tan valiosas como los hombres, está más que demostrado. Sin nosotros ellas no tendrían dónde ir, estarían mendigando en la calle y muertas del asco. Sin embargo, les damos una casa donde vivir, comida, dinero, hijos… ¿Qué más quieren? ¡Tendrían que estar a nuestros pies! —les explico—. ¡Nos deberían dar las gracias a diario y muchas de ellas ni se nos acercan! ¿Pero quiénes se creen? —Escupo. Se me ha atascado una hoja en la garganta—. Deberían tener menos privilegios. Creo que tienen demasiados. Al final, nosotros somos los que hacemos los imbéciles por ellas y así nos lo pagan luego, haciendo mal la comida o el amor. ¿Acaso ahora la mujer tiene más derechos que el hombre? 
   
—Por supuesto que no, Farid. Los hombres somos mejores que las mujeres, no tengas ninguna duda de eso. Si algo sucede, somos nosotros los que salimos al campo de batalla a combatir. La mujer es más de mirar y echar alguna que otra lágrima —dice Faruq entre risas. 
   
—¡Ja, ja, ja, ja! Veo que aprendéis rápido. Os voy a confesar algo ahora que estamos entre amigos. El día que nació mi primer hijo fue el más feliz de mi vida, por fin supe que no iba a haber un solo hombre en la casa. —Revelo. 
   
—Buf. Yo aún no tengo hijos, pero tiene que ser un infierno saber que el primero es una mujer —dice Alí—. Yo quiero tener hijos varones, que sean un ejemplo a seguir y que demuestren todo lo que vale un hombre. 
   
—Eso mismo quería yo, pero el destino, a veces, es caprichoso. Tener hijas es una vergüenza para todo hombre, menos mal que luego nacieron mis otros hijos, aunque el más pequeño es como si no existiera. Estoy deseando que se muera ya para no tener que hacerme cargo de él. Es un incordio. —Mastico qat. 
   
Todo se queda en silencio y aprovecho para beber un poco de té. Noto que necesito azúcar.

—Oye Farid, te lo iba a preguntar antes, pero… ¿cómo te encuentras? —me pregunta Alí. 
   
—Estupendamente, ¿no lo ves? ¿Qué hay mejor que una tarde de qat entre amigos? —Río—. ¿Por qué me haces esa pregunta? 
   
—Bueno… yo… 
   
—Estoy perdido. No sé a qué te refieres Alí. —Aseguro. 
   
—Nada, olvídalo.
   
—No, dime —insisto. 
   
—A lo mejor estoy equivocado, pero… hoy hace un año que murió tu mujer, ¿no? —¿Cómo puede acordarse de eso?
   
—Ahhh… lo decías por eso. Joder… ni me acordaba. ¡Qué memoria tienes!
   
—¿No la echas en falta? —me pregunta. 
   
—Si te soy sincero, no me acuerdo mucho de ella. Ahora que la acabas de mencionar se me vienen algunos recuerdos a la cabeza, pero no, no la echo en falta. Para lo único que me servía era para cuidar a los niños y desde hace ya tiempo se encarga Suhaila de ello. Así que… mucho mejor. Menos preocupaciones para mí, que últimamente ando muy atareado con unos asuntos —digo—. Samira me hizo un gran favor, la verdad. Con ella me di cuenta de que no quiero ser hombre de una sola mujer, y ¡este último año he podido tener sexo con todas las que he querido! Bueno, aunque antes también lo hacía, pero eso queda en secreto. —Sonrío con cierta inquietud—. Que se la haya llevado Allah es lo mejor que ha hecho por mí… 
   
—Brindemos entonces, ¿no? —dice Faruq. 
   
Saco los vasos para tomar Arak, la bebida alcohólica anisada que bebemos de vez en cuando para celebrar algo, aunque en los últimos meses estamos tocando el fondo de todas las botellas. Nos estamos aficionando a tomar algún que otro trago cada día, ¡está demasiado bueno y es muy adictivo! Empiezas por un chupito y acabas tambaleándote de vuelta a casa. 
   
—¡POR LA NUEVA VIDA DE FARID! —Levantan las copas. 
   
—¡Saha wa hana! —grito al aire. 
   
La conversación se anima a medida que la habitación se oscurece y el sonido de las risas flota por encima del esponjoso humo. Me acerco a la ventana. Con la caída del sol, el cielo se cubre de estrellas y recuerdo que tengo que regresar a casa. En medio del lóbrego camino, el cuerpo me arde por dentro. Pienso en todas las fulanas con las que me he acostado esta semana. La noto dura, tan dura que parece que va a explotar. Me meto en un callejón sin salida ni ventanas, para que ningún vecino pueda percatarse. Empiezo a tocarme. Deslizo muy rápido mi mano derecha en dirección vertical. Arriba. Abajo. Arriba. Abajo. «Rápido, más rápido», pienso. Cierro los ojos. Unos grandes pechos están sobre mi cara. Los puedo lamer. Muerdo sus pezones. Una mujer me masturba con la boca, mientras otra me besa apasionadamente. Muevo la mano cada vez más intensamente. Más. Mucho más. Ahhhhhh. El semen se desliza por mi mano y cae al suelo. Restriego los restos en la pared de barro y empiezo de nuevo a caminar con paso firme. Pienso en Suhaila. Mi objetivo es llegar a casa en el menor tiempo posible. Intento dar zancadas más grandes. Uno, dos. Tres, cuatro. Ya estoy cerca. Tengo una sorpresa para ella. Una sorpresa que, sin dudas, la dejará sin palabras.

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