"SUHAILA"
10 de febrero de 2003
Un nuevo día se vislumbra entre las montañas de Saná y la luz del cuerpo de Hassan se apaga para siempre. Todo deja de importar, todo carece de sentido en este preciso instante. El mundo se difumina. Solo veo a personas andando de un lado para otro, caminando sin parar, y a Jamil entre las sombras llevándome a la habitación a descansar. Mantengo los ojos abiertos, pero mi mirada opaca no me permite diferenciar quiénes son los hombres que están a mi alrededor. No consigo articular palabra. Me quedo inmóvil, fría y sin ser consciente de que Hassan ha cerrado los ojos para no volver a abrirlos más. Primero fue mamá y ahora parece que ha llegado el momento de que Hassan también nos deje. No puedo más. Me derrumbo y caigo al suelo, pero antes de tocarlo la mano de Jamil me sostiene. Creo que es él. No estoy muy segura. Miro hacia la puerta y veo una bolsa de color negro. ¿Van a meter ahí a mi hermano? No me creo que esto sea real. Pellizco mis manos hasta dejarme señales. «Estoy soñando. Estoy soñando». Repito constantemente la misma frase hasta que veo cerrar la bolsa con Hassan dentro. Se lo llevan. Intento salir corriendo detrás, pero mis piernas se quedan ancladas al suelo, como si estuviera sumergida en arenas movedizas y no pudiera salir. Escucho a dos hombres que no conozco de nada decir que lo trasladan al cementerio. ¿Por qué lo llevan allí? ¿Por qué no podemos velarlo unos días como hicimos con mamá? Quiero ir con ellos, pero en esta ocasión no son mis piernas las que me detienen, sino mi padre.
-No vamos a ir -me dice.
Parpadeo boquiabierta. ¿Cómo que no vamos a ir?
-Yo quiero ir. Quiero verle por última vez. -Esta vez sí que me salen las palabras.
-Ya no puedes verle más. Han cerrado la bolsa.
-Me da igual. Al menos quiero despedirme, ¡déjame ir! -insisto, a sabiendas de que es imposible hacerle cambiar de opinión.
-Tienes que olvidarte de él. -Su cara se muestra fría, sin presentar ningún tipo de tristeza.
Intento correr, pero, antes de conseguir salir por la puerta, mi padre la cierra de un manotazo.
-Escúchame, Suhaila. Ni tú, ni yo, ni tus hermanos, ni nadie va a ir al cementerio. Estos hombres se lo llevarán y se encargarán de enterrarlo, pero nosotros ya no tenemos nada que ver con ese niño.
-Ese niño, como tú le llamas, ¡es tu hijo! -grito de rabia.
-Hassan ya no forma parte de nuestra familia ni de nuestras vidas. Lo que muere hay que olvidarlo para siempre y continuar hacia adelante. Ahora tú tienes otros planes mucho mejores. Es hora de que dejes de pensar en Hassan.
¿Cómo se atreve a hablar así? El que debería haber muerto es él, y no mi pobre hermano. Hassan se ha criado sin madre, pero tampoco ha tenido padre. Debería darle vergüenza ser como es y hablar así de su hijo muerto. ¿Y de qué planes habla? No entiendo nada. Le miro fijamente queriendo decir tantas cosas...
-Si vas a contestarme con tus frases románticas de mierda, ahórratelo, princesa. A menos que quieras que juguemos a lo de hace unos días. -Se relame los labios-. Bueno, quizá ahora ya no me pertenezcas y no podamos hacer esas cosas que tanto me gustaba hacerte. -Babosea ante mí.
Qué guarro y desagradable es. Cómo le gusta meter el dedo en la llaga. Lo único que le interesa es acostarse conmigo y aprovecharse de mí. No tengo palabras para describirle. Su cuerpo se apoltrona sobre el hueco del sofá que pertenecía a Hassan. ¿Qué narices hace ahí? ¡Ese hueco no es suyo! Con sus grandes manos comienza a apartar todas las mantas, hasta que encuentra la postura perfecta entre dos cojines. Miro y enmudezco. Callo como otras muchas veces. Se me parte el corazón en dos al darme cuenta de que no soy capaz de alzar la voz, que soy otra sumisa más en este país de hombres. Intenta decirme algo con su mirada enigmática y, seguidamente, aparece en su rostro una poderosa sonrisa, encerrada bajo unos dientes amarillentos a causa del agua y el azúcar del té. Me da tanto miedo quedarme a solas con él... «Te odio», le digo sin despegar los labios. Recojo las mantas que han caído al suelo y las doblo para guardarlas de nuevo en el armario. Estas mantas siempre van a ser tuyas, Hassan. No voy a permitir que nadie las trate tan mal como tu padre. En el intento de huir hacia la habitación, con la excusa de dejar las mantas allí, Farid me habla.
-Creo que va siendo hora de que sepas que la semana que viene pasarás a ser propiedad de otro hombre, vivirás en otra casa, tendrás una nueva familia... Esas cosas que les pasan a las mujeres cuando se hacen mayores -me dice-. ¿No te daba rabia que pensase que aún eras una niña y siempre me dijeras que ya eras una mujer? Pues te voy a tratar como tal. Como una mujer adulta. ¿O acaso no lo eres?
Desconcertada, asiento con la cabeza. ¿Propiedad de otro hombre? ¿Vivir en otra casa? ¿Nueva familia? ¿Qué está queriendo decir con todo eso? Creo que está borracho. Yo no me voy a ir de esta casa, aquí tengo a mis hermanos y soy yo la que se encarga de la limpieza. Sin mí no puede vivir, no sé qué tonterías está diciendo. ¿Por qué ahora de repente soy mayor? ¿Por qué ha cambiado de opinión en estas últimas semanas? ¡Siempre me ha dicho que soy una niña pequeña que no sabe hacer nada! No comprendo qué está pasando. Con las mantas en la mano me doy la vuelta para abandonar el salón y su voz vuelve a interrumpir el silencio, dejándome paralizada.
-Dentro de dos semanas te casas.

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~ Una Más ~
Ficção CientíficaSamira, es la madre de tres hijos, embarazada de un cuarto y casada con un hombre egoísta y ruin, que solo la ve como objeto de placer y servidumbre. Pese a su juventud y las ganas de ver crecer a sus hijos, una enfermedad arrolladora atacará repent...