Cap 26: ~Al hudayda~

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"SUHAILA"

20 de septiembre de 2006

Voy a escaparme. No puedo seguir viviendo en esta casa. He pasado toda la noche dando vueltas en la cama pensando en huir lejos de Rayhan. Aún me cuesta creer que haya podido cambiar tanto en este último año. Me duele admitir que ni mi hija ni yo somos nada para él. En muy poco tiempo se ha convertido en una persona muy parecida a Farid, y me asusta que esto al final pueda ir a más. Tengo los mismos pensamientos que cuando tenía seis años. Mi plan de fuga no ha cambiado. Estoy segura de que podría funcionar. Me levanto con más ganas que nunca, porque sé que hoy va a ser un gran día. Como de costumbre, le preparo a Rayhan el desayuno en una mesita pequeña que tenemos en el salón. Mientras termina de desayunar, aprovecho para despertar a Zaida y ganar un poco de tiempo. A ella le cuesta mucho levantarse por las mañanas y no quiero salir tarde de casa. Cuanto antes nos vayamos, menos probabilidades hay de que alguien nos vea. Esto tiene que salir bien sí o sí. Zaida se termina de desperezar y sus balbuceos mañaneros me indican que ya está lista para una nueva aventura. Ay, hija, la que nos espera hoy. Si fueras mayor pensarías que estoy loca, pero tengo que salvarte. No te mereces esto. Tú eres desde que naciste mi única prioridad. Tenemos que ser fuertes juntas y lograr escapar. Rayhan se levanta de la mesa y se va de casa sin despedirse de nosotras, algo muy común en él desde hace unas semanas. Lo que más me duele de todo esto es el desprecio hacia Zaida. A estas alturas a mí ya me da igual, nada me sorprende, pero el daño que le hace a mi hija es como si a mí me matara por dentro. Espero unos minutos por si Rayhan entra de nuevo en casa y cuando veo por la ventana que su sombra camina bastante lejos, sé que es el momento. Cojo la bolsa que tengo de cuando me traje mis cosas de casa de mi padre para venir a vivir aquí y empiezo a llenarla con lo que nos tenemos que llevar. Casi todo lo que meto son cosas de Zaida: ropa, algún juguete, pañales, una crema para el culo, medicamentos y una manta. Yo solo añado una muda para mí, no caben más cosas. Zaida desayuna y yo termino de cerrar el bolso. La miro desconsoladamente y ella me sonríe. Qué dulce es. 
   
—Querida hija, hoy nuestra vida va a cambiar para siempre. Espero que me perdones algún día por alejarte de tu padre y que entiendas por qué estoy haciendo todo esto. —Acaricio sus gordos mofletes y la beso en la frente. 
   
Ella no entiende nada. Y menos mal. Le quito los churretes que el desayuno le ha dejado en la cara y cambio su pijama por unos pantalones y una camiseta para irnos. Compruebo que llevamos lo que vamos a necesitar lo más rápido que puedo. ¡Bien! Parece que ya está todo listo. Ahora empieza la segunda parte del plan e intuyo que va a ser la más complicada. Tenemos que encontrar la estación de autobuses de la que hace años me habló Jamil, aunque no tengo ni idea de dónde se encuentra. Espero que siga habiendo transporte para poder ir a otras ciudades. ¡Tiene que haberlos! Muchas veces, cuando he salido a hacer la compra, he visto muchos circulando por la calle o parados en el centro. Iré hasta allí e investigaré dónde puedo coger alguno. Y cuando llegue a mi destino, ¿dónde me quedo? Recuerdo que mi madre tenía familia a las afueras de Saná, pero nunca he tenido el placer de conocerles, así que no puedo irme con ellos. Tampoco debo ir a Adén. Allí vive la familia de Rayhan. Me conocen del día de la boda y podrían localizarme pronto. Se me echa el tiempo encima. No importa. Ya encontraremos un lugar en el que quedarnos. No puedo detenerme con tantas preguntas. Me tengo que ir ahora mismo. Iré viendo qué hago sobre la marcha. Encontraremos la manera de sobrevivir cuando estemos allá donde vayamos. Si tardo mucho en marcharme al final acabarán descubriéndome. Cojo un poco de dinero, a Zaida en brazos y me cuelgo el bolso en el hombro izquierdo. 
   
—¡MIERDA! —digo en voz alta cuando estoy saliendo por la puerta. 
   
Vuelvo a entrar en casa. Sin el consentimiento de mi marido no me dejarán coger el autobús y salir de Saná. ¡No puede ser! ¿Por qué no he caído antes en eso? ¡Debería haber sido lo primero que tenía que haber pensado! ¿Qué hago ahora? Se me enciende la bombilla. Me parece una locura lo que se me acaba de pasar por la cabeza, pero no tengo otra opción. Es arriesgarme a hacerlo o quedarme aquí para ver como Rayhan nos mata de una paliza. Voy al armario y empiezo a sacar su ropa. Elijo una túnica de color negro y un turbante blanco. Me quito mi ropa y me pongo la suya. Me queda bastante larga, aunque creo que podría hacerme pasar por un hombre, pero necesito tapar más mi cara, sino mis ojos me delatarían. Busco unas gafas de sol por todos los cajones de la cómoda y encuentro unas opacas que me vienen perfectas. ¡Genial! Tengo casi todo. Solo necesito tener barba. Eso es imposible, y tampoco puedo pintármela porque parecería falsa. ¿Qué hago ahora? Ya Allah, esto no tiene buena pinta! ¡Va a salir mal! ¡Me van a pillar seguro! ¡Soy pésima haciendo estas cosas! «Joder, Suhaila, piensa un poco», me repito constantemente mientras doy vueltas en círculo. ¡YA ESTÁ! No hay problema. Me taparé con el turbante la boca. Nadie sospechará nada. Hay muchos hombres que se la tapan cuando hace siroco. Perfecto. Ahora sí puedo salir de casa. Zaida se queda asombrada cuando me ve y empieza a hacer pucheros. 
   
—¡No, por favor, no! No llores, amor mío. Ahora no… Soy mamá. ¿Lo ves? —Me destapo la boca y me quito las gafas para que pueda verme. 
   
Se queda más tranquila cuando se asegura que soy yo. Aún así, no termina de estar convencida totalmente. Pongo los pies en la calle y cierro la puerta de la casa. Me coloco de nuevo el turbante y las gafas. No hay nadie. Es demasiado temprano. Aún la gente no está despierta. Mejor así. No quiero que nadie averigüe quién soy ni ser reconocida a simple vista. Me dirijo hasta el centro de la ciudad y esta zona ya empieza a estar más concurrida. Las tiendas están abriendo. Los tenderos colocan sus productos en la puerta de sus locales. Las mercancías llegan en pequeñas furgonetas blancas. Me siento muy extraña vestida de hombre y con una niña a la que todos miran. Noto que me observan más de lo normal. No sé si son imaginaciones mías o todo el mundo sabe que no soy un hombre en realidad. Quizá están acostumbrados a ver a los hijos con sus madres y no al contrario. Camino cada vez más deprisa, esquivando a todo aquel que encuentro en mi camino, y consigo ver a lo lejos un autobús con destino a Al Hudayda. A medida que me acerco hay más autobuses. Creo que estoy en la estación de Saná. Miro los carteles de información y veo nombres de otros lugares: Taiz, Dhamar, Adén… ¡Anda, este lo conozco! Buf, no sé a dónde ir. No quiero equivocarme de destino. Cuanto más lejos me vaya, menos probabilidades habrá de que me encuentren. Está claro que a Adén es imposible, pero el resto ni siquiera sé en qué parte se encuentran y no puedo preguntar, si no descubrirán por mi voz que soy una mujer y llamarán directamente a la policía. Lo mejor será que no hable con nadie y me deje guiar por mi intuición. El primer autobús que he visto al llegar ha sido con destino a Al Hudayda, así que tengo que ir allí. Es una señal. Me acerco a la pared donde están puestos los horarios ordenados en lista, compruebo en mi reloj la hora que es y descubro que falta exactamente una hora para que salga ese bus. ¡Uf! Quizá es demasiado tiempo estando aquí, aunque, bueno, una hora no es tanto, ¿no? Tampoco tengo muchas más opciones. Quería irme antes, pero este es el próximo en salir. El resto parece que eran más temprano. ¡Ya está, perfecto! Me gusta pensar en que todas las cosas en esta vida pasan por algo, y si tengo que esperar para coger ese autobús es porque Al Hudayda es el destino al que tengo que ir. Esperaré en el cuarto de baño encerrada para que nadie me vea y cuando queden diez minutos subiré a mi asiento. Me dirijo a las taquillas para comprar el billete. Hay dos personas delante de mí. ¡MIERDA! No puedo hablar con el hombre de la ventanilla. ¿QUÉ HAGO AHORA? ¡Ya Allah! Qué nerviosa estoy. Es mi turno.
   
—Salam Aleikum, ¿qué desea? —me pregunta el hombre. 
   
No sé qué decirle. No puedo hablarle vestida así y encima siendo un hombre. Tengo totalmente prohibido hablar con desconocidos, pero lo que más me preocupa ahora mismo es que pueda descubrirme. No puedo hacerlo. No puedo estropear el plan perfecto tan fácilmente. 
   
—Señor, ¿se encuentra bien? ¿A qué ciudad quiere ir? —me dice pacientemente tras mi silencio inicial. 
   
Le señalo el destino en el cartel y carraspeo tocándome la garganta. El hombre me mira fijamente y baja la mirada hacia el papel. Escribe Al Hudayda junto a la hora de salida y me da la factura del billete para poder subir al autobús. 
   
—Son 1300 riales. La niña no paga hasta los cinco años.
   
Saco dinero del bolsillo y se los pago. Me vuelve a mirar y acto seguido observa a Zaida.

Siento miedo. Es una mirada de desconfianza. Lo noto. 
   
—El bus al que tiene que subir es el número tres. Está situado en la acera derecha. Saldrá dentro de unos cincuenta minutos. Puedes esperar sentado en esos bancos de ahí enfrente. ¡Y cuídese ese resfriado, hombre! —bromea. 
   
Le hago un amago de agradecimiento. Uf, menos mal. Estaba atada de pies y manos. Pensaba que nos había descubierto. Gracias a Allah y a este buen hombre tenemos billetes para irnos a Al Hudayda. ¿Qué habrá allí? ¿Será tan bonito como Saná? La curiosidad me mata, pero la espera aún más. Miro hacia todos los lados de la estación por si veo a alguien que nos pueda reconocer. «Suhaila, relájate», me digo a mí misma. Mejor me voy al baño como había pensado inicialmente. Allí me sentiré más segura que estando rodeada de tanta gente. No puedo creer que esté a punto de acabar esta pesadilla. He logrado hacer todo esto yo sola. ¡Sin ayuda de nadie! Estoy contenta, muy contenta, pero a la vez impaciente y asustada. Pendiente de que nadie vea entrar a un hombre al baño de mujeres, me encierro en un maloliente inodoro. Miro a Zaida. Se está portando de maravilla. Es una niña tan buena, inocente y educada… «Eres la luz de mi vida», le digo al oído. Sonrío por debajo del turbante y de nuevo doy gracias por todo lo que está por venir. Una nueva vida está a punto de comenzar para nosotras.

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