"SAMIRA"
8 de enero de 1997
Han pasado diez meses desde el nacimiento de Hassan y las cosas no están saliendo como esperaba. Cada vez está más debilitado y yo aún no me he recuperado del parto. Sé que algo pasa, pero Jamil no quiere decirme nada. Todas las mañanas viene a casa a hacerle más y más pruebas al niño y se las manda a un amigo suyo para que las analice; sin embargo, los resultados nunca llegan. Me preocupa que pueda pasarle algo grave que no logremos controlar. He observado que su comportamiento no es como el de sus hermanos. No me gusta hacer comparaciones porque cada niño es diferente, pero mis anteriores hijos con casi un año ya andaban y Hassan apenas puede moverse. Cuando le pongo a gatear sus brazos están demasiado flácidos y se desploma nada más entrar en contacto con el suelo. Las piernas se le ponen rígidas al intentar que se mantenga de pie y sus manos nunca consiguen abrirse al completo. «¿Qué te pasa, hijo mío?», me pregunto cada día. Llaman fuertemente a la puerta, como si de algo urgente se tratase. Pienso un segundo en quién puede ser. Me levanto y noto un ligero cambio de visión que me provoca un extraño tambaleo. La pared me sirve de sujeción. No es la primera vez que me pasa algo así. Desde el parto, los mareos son muy asiduos y la cabeza me duele diariamente. Pregunto quién es antes de abrir la puerta. Es Jamil. ¿Qué hace aquí tan temprano? Se supone que tenía que venir dentro de dos horas.
—Samira… tenemos que hablar. Tengo las pruebas de Hassan —me dice mientras sostiene unos papeles en la mano derecha.
El corazón me da un vuelco. Nos dirigimos al salón, tomamos asiento y la mirada alarmante de Jamil me desespera.
—Hassan tiene parálisis cerebral —afirma cerrando los ojos y apretando los dientes.
No tengo ni idea de que es una parálisis, pero no suena nada bien.
—¿Qué es eso? —Me encojo—. ¿Es una enfermedad muy grave verdad? —Sabía que algo no iba bien. Lo sabía.
—Samira… —Me abraza.
No puede ser. Esto no puede ser verdad...—¿Se va a morir? —pregunto atemorizada levantando mi cabeza de su hombro.
—De momento no, pero no sé cuánto podrá aguantar.
Me tapo los ojos con las manos. ¿Cómo puede estar pasando esto? Mis hijos son lo único bueno que la vida me ha dado. ¡No puedo perder a uno de ellos! Es muy injusto que tengan que morir los más inocentes. Me entran ganas de vomitar.
—Siento no habértelo dicho antes. Quería comprobarlo y estar seguro al cien por cien. No podía conformarme con los resultados de solo dos pruebas, por eso he venido cada día, con la esperanza de que hubiera sido un error. Pero no ha sido así. En todas ha salido positivo —me explica afligido—. Voy a estar a vuestro lado siempre, Samira. Haré todo lo posible por Hassan, es como un hijo para mí, pero tienes que tener en cuenta donde vivimos.
—¿Y no existe cura para su enfermedad? —pregunto.
—Lo único que podemos hacer ahora mismo es ayudarle a mejorar su fuerza practicando ejercicios, confiando en que sus músculos se vuelvan más robustos y pueda al menos caminar con ayuda de un andador, y cuando sea mayor trabajaremos en el habla —me explica—. Pero sin ti no puedo hacerlo. Tú me vas a ayudar a conseguirlo. Vas a estar presente en todas las sesiones. Ya verás lo mucho que te alegrarás cuando veas que tu hijo va mejorando —asegura mostrando felicidad.
Esbozo media sonrisa. Hacía mucho que no lo hacía. La risa me provoca más ganas aún de vomitar. Intento disimularlo, no quiero que Jamil se dé cuenta. Si algo le caracteriza es su bondad. Siempre quiere lo mejor para la gente de su alrededor y si adivina qué me ocurre querrá examinarme. Ahora es momento de estar pendiente del pequeño de la familia, yo estoy estupendamente. Le miro. Parece que no se ha dado cuenta. Perfecto. Pienso de nuevo en las mejoras que me ha propuesto para Hassan. No olvido que mi hijo está enfermo, pero poder ver su evolución y poner mi granito de arena para su recuperación me hace la madre más feliz del mundo. Doy una arcada y me trago lo poco que había expulsado. Introducir de nuevo mi propio vómito me hace vomitar sin poder evitarlo.
—¿Estás bien, Samira? —me pregunta Jamil.
¡Ya Allah! ¡He manchado la mitad de la alfombra! ¿Cómo voy a quitar ahora todo esto? Con un pañuelo de tela que llevo siempre metido en el bolsillo retiro el vómito restante de mi boca.
—Sí, sí. Tranquilo. Voy a limpiar este desastre —digo mirando al suelo.
El olor es tan desagradable que tengo que taparme la nariz. Cojo un trapo húmedo y empiezo a restregar lo más rápido que puedo. No quiero que apeste toda la casa. Jamil me mira mosqueado. Seguro que está pensando que me pasa algo.
—¿Te ha sentado algo mal?
—Creo que no. Hoy no he desayunado y ayer tampoco cené… no sé de qué puede ser —le miento fijando la mirada hacia abajo.
Mi respuesta parece no convencerle. La verdad es que he sonado poco creíble.
—Samira, ¿cada cuánto vas al baño? —El interrogatorio continúa.
Me sorprende esa pregunta. ¿Qué tiene que ver eso ahora? No me gusta cuando se pone tan pesado queriéndolo saber todo.
—Pues… no sabría decirte, pero mucho menos que cuando estaba embarazada. Siempre solía ir más de diez veces al día y ahora como mucho voy dos —le respondo.
—¿Y no te resulta extraño ese cambio tan drástico? —me vuelve a preguntar.
—La verdad es que no me he parado a pensar en eso, pero no te preocupes, de verdad. En unos días los vómitos desaparecerán y estaré bien —digo quitándole hierro al asunto.
—Samira, claro que me preocupo. Dime, ¿has notado algo raro después del parto? Estas preguntas pueden ser claves para saber si todo está correcto. Piensa en lo que te ha pasado estos últimos meses y respóndeme con sinceridad, por favor. —Me mira asustado.
Me pongo seria.
—Desde que di a luz, casi a diario, me mareo y me duele mucho la cabeza.—¿Nada más? —Apunta lo que le digo en una libreta desgastada.
—Y… bueno, a veces también me cuesta respirar, sobre todo cuando estoy tumbada —le explico.
Automáticamente saca de su mochila un bote transparente de color amarillento y otro más delgado de color rojizo.
—Quiero que vayas ahora mismo al baño y al menos eches unas gotas de orina aquí dentro. —Me da el bote de color amarillo—. Y también te voy a sacar sangre. Estas pruebas se las mandaré hoy mismo a mi amigo, del que siempre te hablo, y en unos días tendremos los resultados.
—Me estás asustando, Jamil. ¿Qué ocurre?
No responde, pero con solo mirarle ya sé que algo va mal. Jamil es de esas personas que expresa todo a través de su mirada. No sé qué me pasa, lo que tengo claro es que no estoy preparada para otro fatídico diagnóstico. ¿Por qué soy tan desgraciada? ¿Y si por haberme callado solo he conseguido que las cosas hayan empeorado? ¿Debería habérselo dicho antes? ¿Por qué soy tan estúpida? Decenas de preguntas se amontonan en mi cabeza y solo puedo pensar en las palabras que Farid me dice siempre que hago algo mal. «No vales para nada». Lleva razón. No valgo para nada. No sé traer al mundo a un bebé sano. No sé cuidar de los demás. Ni siquiera de mí misma. Me empiezo a agobiar. Lo más difícil de todo esto es la incertidumbre que provocan los silencios vacíos.
—Por favor, contéstame —le pido.
—No lo sé Samira, pero esto no pinta nada bien —me dice posando su mano sobre la mía.
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~ Una Más ~
Science FictionSamira, es la madre de tres hijos, embarazada de un cuarto y casada con un hombre egoísta y ruin, que solo la ve como objeto de placer y servidumbre. Pese a su juventud y las ganas de ver crecer a sus hijos, una enfermedad arrolladora atacará repent...