"9 AÑOS DESPUES"
El sol se cuela por las rendijas de la única ventana que tiene mi habitación. Está amaneciendo. Ante mis ojos visualizo la combinación perfecta de colores morados, que después pasan a rosa y, finalmente, casi de forma instantánea, el cielo se tiñe de naranja. Todas las mañanas me quedo pasmado mirando al infinito, pensando en las personas que están más allá de la línea del horizonte. No sé qué día es, pero presiento que el fin se acerca. Mis huesos me impiden el movimiento, y lo único que me mantiene con vida son los cables que tengo enchufados a este trasto de aquí al lado. La enfermedad no avisa, no distingue, no elige… El cáncer llega cuando menos te lo esperas, y esta vez me ha tocado a mí. Hace cinco meses me dieron tres de vida, pero, a pesar de las grandes esperanzas, ahora siento que me apago. ¿Y si hoy es el último día que veo el sol? Mis ojos recorren las paredes de la habitación del hospital que me ha acompañado durante esta trayectoria, y la veo a ella. Durmiendo, sentada en ese incómodo sillón que le tiene destrozado el cuello, pero siempre igual de sonriente. Me recuerda a su madre. Los mismos ojos celestes, las mismas expresiones y hasta los mismos dientes. Se parecen demasiado. Podrían ser hermanas. La enfermera llama a la puerta. Ahí llega un día más el desayuno, pero hoy no tengo demasiada hambre. El sonido de las bandejas despierta a Zaida, que se levanta velozmente del sillón, restregándose los ojos, dispuesta a recogerla y ponérmela en la mesa.
—¡Muchas gracias por el desayuno! —Agradece a la enfermera. Tan atenta como siempre—. ¿Qué tal te encuentras hoy, papá? —me pregunta.
—Mejor que nunca —miento. No quiero que se preocupe más por mí. Bastante ha hecho ya—. ¿Tú qué tal estás, cariño?
—La verdad es que he pasado una noche horrorosa. A ver si te dan ya el alta y podemos dormir tranquilos en nuestro pisito, que nos lo merecemos, ¿no crees? —Me temo que no volveré a salir de esta habitación, querida hija mía.
—Deberías irte esta noche a dormir a casa. —Le insisto—. Aquí todas son iguales. Así descansas y mañana vienes cargada de energía —sugiero, a sabiendas de que no me hará caso.
—¡Mira que eres cabezón, eh! No voy a dejarte aquí solo, que ya sabes lo que pasa…—No sé de qué me habla.
—¿Qué se supone que tengo que saber? ¿A qué te refieres? —le pregunto.
—Hombre… ¡Los dos sabemos que le haces tilín a Svetlana!
—¿Quién es Svetlana?
—¿No me digas que no sabes quién es? ¡Venga ya! —Niego con la cabeza—. ¡La rubia delgadita cincuentona que viene todas las mañanas y te dice: «Buenos días, señor Jamil, le vamos a pinchar en el culo»! —Se ríe y me hace reír—. Está clarísimo que lo que quiere es verte desnudo y ¡tenerte para ella solitaaaa! —Se parte de la risa. Está en plena edad del pavo y a mí me va a volver loco, pero me encanta cuando sonríe tanto. Me hace muy feliz verla así.
—¡Estás paranoica! ¡Qué cosas tienes! Eso no es verdad. —Lo cierto es que sí lo es, esa rumana quiere algo conmigo, pero yo ya no estoy para amoríos.
Zaida me coloca la bandeja entre el pecho y la cara y comienza a darme el desayuno. Dos galletas después no puedo comer más. Estoy totalmente lleno. Me da una arcada. Empiezo a toser y, repentinamente, vomito todo lo que acabo de ingerir. Suerte que tenía un babero puesto y no me he manchado demasiado. Zaida lo retira con cuidado, pero enseguida se asusta cuando ve que me cuesta respirar más de lo normal. Me pone rápidamente la mascarilla del oxígeno, pero la máquina empieza a pitar e inmediatamente aparecen unas enfermeras en la habitación. Todo pasa demasiado rápido. Los ojos me destellan y me vienen a la mente momentos de mi niñez, cuando jugaba en Saná con mis vecinos. Veo a Suhaila, vestida de novia. La boda. Rayhan. Mi querida madre haciéndonos un té cada dos horas. Cómo le gustaba su olor. Decía que le hacía sentir como en casa. Nunca me he podido perdonar haberte abandonado en Saná, cuando aún estabas enferma y necesitabas mi cuidado. Aunque no funcionase el tratamiento que tanto dinero me costó conseguir, me gustaría haber estado contigo hasta el final. Hasta el último latido de tu corazón, pero espero que llegaras a entender por qué decidí quedarme aquí. Noto presión en el pecho. Farid, qué grandísimo hijo de puta. Suhaila… Te vuelvo a ver en mis recuerdos. Subida en el avión, sosteniendo en brazos a Zaida. Ya no es tan pequeña, pero sigue siendo la misma niña encantadora que correteaba por los pasillos del aeropuerto. Me gustaría que la volvieras a ver. Ella apenas se acuerda de ti, pero sigues formando parte de algunos de sus recuerdos. Dicen que uno sabe cuándo llega su momento, y creo que el mío está a punto de llegar, pero antes tengo que hacer algo muy importante. Reúno las pocas fuerzas que me quedan, cojo la mano de Zaida, la atraigo hacia mí y le cuento la historia que siempre he tenido miedo de contar.
—Zaida… —Me cuesta respirar—. Tienes que saber toda la verdad. Yo no soy tu verdadero padre.
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~ Una Más ~
Science FictionSamira, es la madre de tres hijos, embarazada de un cuarto y casada con un hombre egoísta y ruin, que solo la ve como objeto de placer y servidumbre. Pese a su juventud y las ganas de ver crecer a sus hijos, una enfermedad arrolladora atacará repent...