"JAMIL"
13 de febrero de 2007
Último día de curas. Han sido unos meses muy intensos, pero parece que el río vuelve a su cauce. Suhaila ya se encuentra bien, no hay nada por lo que preocuparse, y lo más importante de todo es que la veo feliz. Hacía mucho tiempo que la luz de sus ojos se había apagado y ya no brillaba como antes. Me alegro tanto por ella… Creo que también tiene mucho que ver con que Rayhan no esté en casa. Por lo visto, se ha tenido que marchar un par de semanas a Arabia Saudí debido a su trabajo, según me ha contado Suhaila. Su ausencia, desde luego, la transforma en otra persona totalmente diferente, y a mí me da vía libre. Sin él, hay vida en cada rincón. Entras al salón y se respira otro ambiente. Hasta huele distinto. Suhaila es una persona muy activa, a la que le gusta estar haciendo cosas a cada momento del día. Lo suyo no es procrastinar y perder el tiempo; sin embargo, cuando Rayhan está en casa, se sienta en la alfombra sin hacer nada, tomando té por obligación y viendo pasar los días a través de las manecillas del reloj. Rabio de impotencia al pensar en todo lo que le está haciendo pasar ese hijo de puta. Qué injusto. No tiene que vivir así. Se merece volar, salir de Saná, explorar más allá. Quiero ayudarla, pero todo es tan complicado… Recojo los utensilios que he utilizado para la última cura y lo que me he dejado aquí durante estas semanas: vendas, esparadrapos, alcohol, agua oxigenada… y, mientras, ella sale al patio a tender la ropa que ha estado lavando antes de que yo llegara. Después de unos días con un poco de viento, hoy hace un sol espléndido. Por eso ha querido aprovechar para hacer la colada y que se seque pronto. Cuando termino, voy a buscarla y me quedo unos segundos mirando cómo tiende, a través del sol que irrumpe en la visión de mi pupila.
—¡Ay, no sabía que estabas ahí! —Se asusta cuando se da la vuelta—. ¿Ya te vas? —Asiento con la cabeza—. Aunque me digas que soy una pesada, me gustaría darte las gracias de nuevo por haber venido a cuidarme todos estos días. Sin ti no hubiera podido levantarme ni recuperarme tan rápido. A lo mejor incluso me habría muerto —me dice.
—Eres una exagerada, Suhaila. Acepto tus últimas gracias solo con una condición: que dejes de darme las gracias. —Río.
—Está bien, está bien. Dejaré de hacerlo. —Me abraza y me besa con delicadeza.
En cuanto se da cuenta de que estamos en una zona visible separa sus labios de los míos. Se sonroja y me pide que vayamos a un lugar más íntimo. Comenzamos a besarnos cálidamente como si fuera nuestro primer beso. La chispa enciende nuestra vela interior, los pantalones me empiezan a apretar y ardo por dentro.
—Suhaila —interrumpo.
—Dime, Jamil.
Dudo si estoy haciendo lo correcto.
—¿Por qué no nos escapamos juntos a Europa? —le pregunto—. Dicen que allí se vive muy bien. Podemos ir a España, como tú querías.
Mi propuesta le hace pensar.
—No sé, Jamil. Tengo mucho miedo de que me vuelvan a pillar, y no te quiero meter a ti en esto. Lo que estamos haciendo ahora es una completa locura. ¿Lo sabes, verdad? Imagínate si ahora mismo viene Rayhan. Podría pasar de todo. Si nos escapamos juntos y nos pilla nos mataría a los dos. —Me acaricia—. No quiero que te pase nada malo.
—Te entiendo perfectamente, cariño. Sé que tienes miedo, yo también lo tengo, pero tampoco podemos seguir escondiéndonos… Llevamos un par de meses ya así. —Le devuelvo la caricia—. Piénsalo bien. Quizá es el momento de arriesgarse. Lo llevo pensando varios días y, si planeamos correctamente lo que vamos a hacer, puede salir bien. Pero sea como sea, lo que no puedes hacer es quedarte aquí. Ahora que te has recuperado deberías marcharte lejos y dejar a Rayhan atrás —le suplico—. Por favor, tienes que hacerme caso. Si quieres irte sola, lo respetaré. Si quieres que nos vayamos juntos estaré encantado, pero tienes que salir de Yemen sí o sí, o terminarás muerta en manos de tu marido.
A Suhaila le cambia la cara.
—Lo siento, no quería decir eso. Perdóname —me disculpo.
—No pasa nada. Llevas razón, pero no quiero irme sola. —Sus ojos están vidriosos—. Acompáñame —me pide.
—Te acompañaré hasta donde quieras. Allá donde vayamos yo buscaré un trabajo y con mi sueldo podremos vivir tranquilamente. Si tú deseas trabajar también, yo estaré feliz, porque tú lo estarás. Si quieres puedes estudiar, cuidar de la niña, salir y conocer la ciudad… lo que quieras. Conmigo no tienes que fingir ser quien no eres. Lo único que pretendo es sacarte de aquí y que por fin puedas ser feliz —le digo.
Se acurruca entre mis brazos buscando refugio. La consuelo en silencio acariciándole la nuca.—Sé que tienes valor para hacerlo. Ya lo hiciste una vez. No tuviste suerte, pero esta vez saldrá bien, te lo prometo. Solo tienes que encontrar el momento para abandonar esta guarida que te ha encarcelado durante todos estos años. —Prefiere callar y encoger su cuerpo.
Las horas pasan muy deprisa con ella a mi lado. El cielo se oscurece poco a poco y un manto de niebla cubre las calles de Saná. Suhaila se ha quedado dormida. La miro y acaricio sus pómulos maquillados. Es preciosa. Nunca quise admitir que estaba enamorado, pero ahora es innegable. Desde hace ya unos años, no ha habido día en que no haya pensado en ella. Las palizas de su padre las observaba desde mi salón y los golpes a las puertas y los moretones del día siguiente me dolían como si me hubieran herido a mí. Recuerdo el día en que su madre falleció. Su mundo cambió para siempre. Más tarde, también se marchó su alma gemela: Hassan. «Siento tanto por todo lo que has tenido que pasar, pequeña», le digo. «No puedo soportar verte así. Te quiero con todo mi corazón».
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~ Una Más ~
Science FictionSamira, es la madre de tres hijos, embarazada de un cuarto y casada con un hombre egoísta y ruin, que solo la ve como objeto de placer y servidumbre. Pese a su juventud y las ganas de ver crecer a sus hijos, una enfermedad arrolladora atacará repent...