"SUHAILA"
9 de enero de 2004
Han pasado casi ocho meses desde aquella trágica noticia que, con el paso de los días, conseguí transformar en algo positivo y ver mi embarazo como un milagro de Allah. Al principio fue muy duro reconocer lo que estaba sucediendo e imaginarme siendo madre de un bebé. No me daba miedo enfrentarme a aquella situación porque ya había cuidado de mis hermanos y sabría defenderme, pero me aterraba la idea de convertirme en mamá con tan solo once años. ¿Cómo iba a saber hacer las cosas bien si aún estaba aprendiendo a cuidar de mí misma? Desde que me fui de aquella casa en la que viví durante mi infancia, muchas cosas han dejado de ser igual. He pasado de las palizas de mi padre a estar casada y embarazada en tan solo unos meses. En todo este tiempo he tenido que aprender a ser esposa, a enfrentarme a los dolores, a vivir en soledad… No me ha quedado más remedio que madurar a la fuerza, y hasta me veo físicamente cambiada. No sé si estar embarazada tendrá algo que ver, pero me noto diferente. Como si llevara a mis espaldas muchos más años vividos. No todo es tan fácil como parece desde fuera. Cuando voy al mercado veo a mujeres felices, hablando con sus amigas mientras compran la comida del día, pero la realidad es que al llegar de nuevo a sus casas el mundo se les cae encima. Como me pasa a mí. Al fin y al cabo, todos aparentamos. Unos más, otros menos, pero la mentira es el pan de cada día de todos los seres humanos. No queremos que vean lo que nuestros maridos hacen con las luces apagadas o, a veces, a plena luz del día. ¿Por qué tenemos que vivir así? No nos lo merecemos. Lo peor es que si tengo una hija también tendrá que aguantar todo esto, simplemente por ser una mujer. Qué injusto, de verdad. Ha habido momentos durante el embarazo que incluso he llegado a rechazar lo que llevaba dentro, temiendo que fuera una niña. No me atrevía a querer a esa personita que iba a venir al mundo, pero cuando noté sus primeras patadas todo cambió. Absolutamente todo. Estos meses, sin duda, han sido la prueba más difícil de mi vida. Menos mal que Delila ha estado conmigo en todos estos momentos complicados de asimilar, porque no tengo a ninguna mujer más en la que apoyarme. Llevo varios días con fuertes contracciones, y parece que esto no va a parar. Ya no sé ni cómo ponerme para que no sean tan dolorosas. Presiento que el parto está demasiado cerca y solo de pensarlo me muero de miedo. Mi barriga es enorme y hace dos días cumplí nueve meses de embarazo, así que, según mis cuentas, queda poco tiempo. Las piernas me pesan al andar, tengo que ir al baño continuamente y los pinchazos son cada vez más molestos. Desde que empecé con contracciones, Delila viene todos los días a cuidarme. Me prepara la comida, limpia la casa y recoge todo lo que está por medio. Es una gran ayuda para mí porque hay días en los que no puedo ni siquiera dar un paso y a Rayhan le gusta que todo esté bien limpio y organizado. Con él, poco a poco todo ha ido evolucionando a mejor y el trato que recibo por su parte es inmejorable. En el sexo algunas veces me hace sentir incómoda, pero creo que con el tiempo me acostumbraré a que sean sus manos las que me tocan. Al menos sé que detrás de la penetración hay amor, aunque desde hace unos meses ya no es el mismo. En septiembre falleció su padre y su inesperada muerte marcó un antes y un después en su vida. Karim era su ejemplo a seguir, su alegría, su paz mental, su vida… La madre de Rayhan también murió cuando él era pequeño y, desde entonces, su padre fue padre y madre a la vez. Era todo lo que Rayhan tenía, hasta que un infarto le hizo no despertar al día siguiente y perder completamente a su familia. Fue un golpe muy duro y aún no ha asimilado su pérdida. Yo intento ayudarle cada día porque sé lo que es vivir la muerte de un ser querido, pero muchas veces prefiere encerrarse en sí mismo y no quiere que nadie se le acerque. Hace pocas semanas cayó en una profunda depresión y, a causa de eso, perdió el trabajo que tanto le había costado a su padre conseguir para él. Así que ahora estamos intentando sobrevivir con el dinero que nos dejó Karim, aunque no tardará en agotarse. Dentro de nada tendremos otra boca que alimentar, y Rayhan ha empezado de nuevo a buscar empleo, pero las cosas están complicadas en Yemen. ¡Ahhhh! Otra contracción. He perdido la cuenta de las que llevo hoy. Najwa ya no viene a limpiar, no podemos pagar sus servicios, así que Delila pasea por la casa como si fuera ella, de un lado para otro, haciendo las tareas, pero cuando me ve doblada de dolor, deja el trapo en el suelo y empieza a ponerse nerviosa. Intento no contagiarme de su inquietud. La tranquilidad es clave ahora mismo. Exhalo. Respiro intentando controlar lo que siento, pero es inevitable. «AAAAAAAWWWWWW». Grito de dolor.
—¿Estás bien, cielo? —Se asoma por debajo de la túnica y su rostro cambia por completo —. ¡Tenemos que llamar YA a la partera! —¿Cómo que a la partera? ¿No va a venir su hijo?
Me encuentro demasiado mareada. ¿Y Jamil? Creía que iba a ser él el que estuviera en el parto, no una desconocida. Pero bueno, mejor no preguntar, ahora no es el momento. Tengo mucho calor. Me asfixio. Reposo el cuerpo y la cabeza sobre la alfombra, controlando las contracciones. Cierro los ojos para no pensar en nada. Son mis últimos instantes antes de ser madre. No me lo puedo creer. Este día ha llegado. Parecía tan lejano… La luz de la calle rebota de lleno en mi cara, cegándome por completo. No sé cuánto tiempo ha pasado desde que Delila la llamó, pero la partera acaba de aparecer por la puerta de mi casa. Según me cuentan sus arrugas debe tener alrededor de sesenta y cinco años, pero conserva una agilidad impropia para su edad. Sin detenernos en presentaciones, toca mi barriga y me sube la túnica. Cuando se asoma, rápidamente me tumba. Me dice que el bebé está asomando la cabeza. ¿Cómo? ¿Asomando la cabeza? Me toco y siento un bulto que sobresale. ¡Ya Allah!, ¿cómo he podido no darme cuenta de que estaba saliendo? Estoy muy nerviosa. No sé cómo tengo que sacarlo. ¿Y si lo hago mal y la criatura no sale viva? Todo sucede más rápido de lo que me gustaría. La partera me coge por las rodillas y las sujeta debajo de sus axilas, zarandeándome para que el bebé se coloque correctamente y podamos sacarlo cuanto antes. No estoy preparada. No lo estoy. Los dolores son insufribles. No puedo apenas empujar, no me quedan fuerzas. Respiro al compás de la partera y relajo los músculos para que todo sea más fácil. Me gira hacia un lado y me aprieta la barriga. Luego al otro y repite la misma fórmula. No digo nada, solo lloro sin saber por qué mientras exploto de dolor. Me devuelve boca arriba, a la postura original, y llega el momento de la verdad.
—Tenemos que empezar a empujar, Suhaila. ¡Vamos! Empuja todo lo que puedas y, cuando dejes de poder hacerlo, coge aire. Vuelve a repetirlo una y otra vez, ¡sin parar!
Delila sostiene mi mano con la certeza de que todo va a salir bien. Ambas me animan, pero yo no estoy segura de nada. Tengo tantas dudas… Cojo aire. Lo expulso. Cojo aire. Ahhhhhhhhh. ¡Qué dolor!
—¡APRIETA, SUHAILA! —exclama Delila.
Sigo apretando sin parar, pero me derrumbo y noto más lágrimas caer por mi sudorosa cara.
—¡Tienes que ser fuerte! ¡Venga, aprieta! —No puedo más.
Respiro. Respiro. Respiro. AHHHHHHHH.
—Tienes que seguir empujando, Suhaila. ¡Vamos! ¡Sigue! —El parto se está alargando más de lo esperado.
Se me hace muy difícil sacar al bebé, pero sigo intentándolo. El corazón me va a mil por hora.—¡Una más, una vez más, una vez más! ¡Empuja una vez más! Ya casi lo tenemos —insiste.
De repente, se apodera de mí un inmenso sentimiento de culpabilidad. ¿Cómo he permitido que Rayhan me dejase embarazada? ¡Yo no quería ser madre! ¿Por qué soy tan puta? Me siento una basura de persona. Aprieto con más fuerzas que nunca, soltando toda la rabia contenida, y noto como algo sale completamente de mi cuerpo dejando un vacío enorme en mi interior. Al unísono, el llanto del bebé suena entre el silencio. Cuando le veo, mis ojos se abren como platos y ríos de lágrimas se deslizan por mi rostro. La inevitable sonrisa aparece frente a la partera y Delila. Ellas también están emocionadas. Acabo de ser madre. Esto es increíble.
—Es una niña —afirma la partera.
Me pongo la mano en la boca intentando controlar mi ilusión, pero todas acabamos riendo y celebrando la nueva vida que acaba de nacer. Cojo en brazos por primera vez a mi hija y siento amor a primera vista. Es ella. Es ella la que ha estado dentro de mí todo este tiempo. Soy madre. ¡Ya Allah! Qué fuerte. Esta es mi hija, para ahora y para siempre. Es preciosa. Tiene los ojos como su padre, pero de cara es idéntica a mí. Le canto versos del Corán para calmar su llanto y su cuerpo entra en estado de relajación. La mezo como si de mi muñeca favorita se tratara. Cuando era pequeña cuidaba de ella para que nada malo le pasara, le limpiaba la cara con agua porque estaba empeñada en que siempre tenía que estar guapa y la vestía con trajes de colores que yo misma fabricaba con restos de ropa vieja. Ahora mi muñeca ya no es de plástico, sino de carne y hueso. A ella la tengo que proteger aún más. ¿Cómo es posible querer tanto a una persona tan pequeña con la que solo has pasado unos segundos de tu vida? Jamás pensé que estos sentimientos pudieran existir. Le acaricio la cara aún manchada de sangre y comprendo que se acaba de convertir en mi única prioridad. Al final, la vida puede ser maravillosa. Bienvenida al mundo, Zaida.
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~ Una Más ~
Science-FictionSamira, es la madre de tres hijos, embarazada de un cuarto y casada con un hombre egoísta y ruin, que solo la ve como objeto de placer y servidumbre. Pese a su juventud y las ganas de ver crecer a sus hijos, una enfermedad arrolladora atacará repent...