Cap 41: ~Vergüenza~

1 1 0
                                    

"JAMIL"

20 de enero de 2008

—Suhaila… —La miro a través del cristal—. Lo siento. Lo siento muchísimo, de verdad, perdóname. Solo he hecho lo que me han pedido. —Me doy asco a mí mismo. Soy la persona más cruel del planeta en estos momentos. 
   
Soy incapaz de quedarme aquí viendo cómo esos hombres se aprovechan de ella. No puedo soportar que le hagan daño, aunque yo sea el único culpable de todo esto. «¿Qué estás haciendo, Jamil? ¿¡Qué haces, joder!?», algo me quema por dentro. Zaida no para de llorar y, finalmente, tengo que abandonar la sala. En el pasillo la intento consolar, pero solo pregunta por su madre. Esto se nos está yendo de las manos. No pensaba que fuera a ser tan complicado y doloroso. 
   
—Mamá va a venir enseguida, pero tienes que tranquilizarte. —Limpio las lágrimas de su pequeña cara—. Si desde dentro te escuchan llorar, no la van a dejar salir. —Como por arte de magia, sus pucheros se detienen. Qué fácil es a veces convencer a los niños. Qué inocencia más pura. 
   
Todo está en silencio. Ya no escucho a Suhaila ni a los hombres que estaban con ella. Estamos Zaida y yo solos, sentados en una sala de espera parecida a la de los hospitales. Juego con ella y su peluche hasta que la puerta donde se abre. La cojo en brazos y nos aproximamos directamente hasta allí. 
   
—La hemos tenido que atar a la camilla y poner una inyección para que se relajara. Estaba demasiado tensa —me dice uno de los hombres, mientras el otro cierra la puerta que separa una habitación de otra. 
   
Veo a Suhaila por la cristalera. Está despeinada, atada de pies y manos, con la túnica por mitad de los muslos. Me mira clamando ayuda. Tengo roto el corazón. En mil pedazos. Y lo peor de todo es que jamás voy a poder reconstruirlo. Después de esto nada será lo mismo. 
   
—Danos toda la documentación que tengas y, en cuanto la comprobemos, te pagaremos —me dicen. 
   
Saco de mi abrigo lo que me piden y se lo entrego. Pasaportes, fotografías, billetes de avión, ficha técnica con los datos personales de Suhaila… Ya estoy arrepintiéndome y esto solo acaba de empezar. En qué momento pensé que sería buena idea… Necesito salir de aquí cuanto antes. No puedo seguir en este edificio sabiendo lo que estoy haciendo. Los hombres miran detenidamente todos los papeles, haciendo hincapié en cada uno de los detalles. Ya Allah, ¡daos prisa en revisar los documentos! 
   
Después de unos desesperados instantes… 
   
—Perfecto. Está todo lo que necesitamos. —Se acerca a la mesa y saca de un cajón un fajo de billetes de todos los colores. 
   
Nunca había visto tanto dinero junto. ¿Todo eso es para mí? 
   
—Aquí tienes el dinero. Y para que veas que no somos mala gente, antes de marcharte te dejamos despedirte de tu mujercita. —Se ríen a carcajada limpia. 
   
El cabecilla de la operación se dirige a la otra parte de la habitación, desata a Suhaila, la coge de malas maneras y la trae arrastras hasta donde nos encontramos. Ella es consciente de todo. Ha visto cómo he permitido que se la lleven, cómo la he alejado de su hija y cómo después me han pagado una importante cantidad de dinero. Ni en mis peores sueños me hubiera imaginado esto. Prometí cuidar de ella, pero también tengo otras promesas que debo mantener.
   
—A ver, putita. —Señala uno de ellos a Suhaila—. Tú te vienes a Madrid con nosotros, pero ella —dice señalando a Zaida— se queda con tu maridito.
   
Suhaila se pone histérica. Le han tocado en el lado que más le duele. Grita, medio drogada por toda la mierda que le han metido en el cuerpo. Pega patadas al suelo. Llora desconsoladamente sin tener dónde aferrarse. Intenta soltarse de los brazos que la tienen atada. Maldice a estos dos hijos de puta. Yo estoy a punto de que me de un infarto. Esta presión en el pecho me está matando. Zaida berrea como no la he escuchado en la vida. Parece que estoy alucinando. 
   
—¡Mi niñaaaaa, mi niñaaaaa! —No deja de llamar a su hija. Zaida patalea. Quiere ir con su madre—. ¡NO ME LA QUITÉIS! ¡Zaida mi amor, te amo! ¡Mi vida, no te vayas, por favor te lo pido! ¡Mamá necesita estar contigo! ¡Jamil, sálvame, por favor! —Se ahoga con sus propias palabras. Está agotada. 
   
—Lo primero que tienes que hacer es tranquilizarte —le aconseja el desconocido, que cada vez aprieta más sus brazos para que no consiga escapar— y lo segundo, venirte a España. Si quieres volver a ver a tu hija con vida, lo harás sin rechistar, y si no lo haces… la mataremos ahora mismo. Delante de tus ojos —advierte el cabecilla, sacando una navaja del abrigo. Retrocedo un paso horrorizado. Esto es una auténtica pesadilla.
   
Suhaila se hunde por completo. Sus rodillas se vencen, pero las manos que la sujetan no permiten que toque el suelo.

—¡NO, POR FAVOR! ¡NOOOOO! ¡DEVOLVEDME A MI HIJA, POR FAVOR! ¡ZAIDAAAAA! ¡NOOOOO! —brama cuando ve que la encierran de nuevo en la habitación de la camilla. 
   
No lo soporto más. Es imposible. Tengo el corazón en un puño. Me despido de los hombres y abandono esa sala de torturas para siempre. Zaida no para de hacer preguntas y no sé qué responderle. Me voy a volver loco. 
   
—¡No me quiero ir contigo! ¡Quiero estar con mi mamá! ¿Por qué dejas que le peguen y llore? Si llora se pone fea y los dos queremos que esté guapa —me dice la pequeña, y lleva toda la razón. Soy una mierda de persona. 
   
—Te explicaré todo cuando seas mayor, ¿vale? Pero ahora tenemos que irnos de aquí… —Parece no conformarse. 
   
—Jamil, basta de bromas. Quiero ir con mamá. Quiero estar con ella. Estoy triste si no está a mi lado. La quiero mucho. ¿Tú la quieres? —Su pregunta se me clava en el alma. 
   
Trago saliva antes de contestar, pero sigue siendo igual de difícil hacerlo. Soy un maldito cobarde. 
   
—Por supuesto que la quiero. Más que a mi vida. —Por fin soy sincero, tras meses de engaños, pero vuelvo a caer en la mentira—. Tenemos que hacer esto por mamá. Si nosotros estamos bien, ella estará bien. Solo necesito que dejes de llorar, ¿de acuerdo? —No me hace caso.

Haciendo de padre que tiene que hacer ver cómo su hija llora porque no le ha comprado la bolsa de chucherías que quería, salimos de nuevo al exterior. La gente nos mira, pero disimulamos bien. Ya no nieva, aunque el suelo sigue mojado, haciéndonos resbalar. Esto es muy difícil. Solo pienso en ella. ¿Qué le estarán haciendo ahora? Ya Allah… no se me va de la cabeza… Hace dos minutos que no la veo y ya la echo de menos. Si estuviera aquí, seguiría alucinando con la nieve. Entramos de nuevo a la terminal e intento centrarme en cuál es el siguiente paso que debo dar: la llamada telefónica para informar de que todo ha ido bien. Tengo que buscar dónde están las cabinas. Recuerdo que antes he visto unas al lado de los baños, pero no sé qué camino elegir. No quiero perderme, ni malgastar el poco tiempo que tengo, así que opto por seguir a los pasajeros que van hacia la derecha. Creo que hemos venido por aquí. No estoy seguro. Miro por todos lados según avanzo, pero no veo nada. Parece que la niña ya está más tranquila. Suspiro. Menos mal. Cuando consigo localizarlas tras andar más de un kilómetro, le pido a Zaida que se siente en un banco y me espere jugando a un juego que le han dado en el avión. 
   
—¡No te muevas de aquí! ¿Me escuchas? —Asiente—. Voy a hacer una llamada ahí enfrente, donde están los teléfonos. ¿Los ves? —Se los señalo con la mano—. Vuelvo enseguida, ¡te estaré vigilando! —Mira al suelo con tristeza. Sé que no deja de pensar en su madre. 
   
Me aproximo hasta las cabinas y marco el número que me dieron. Todo está saliendo tal y como estaba previsto, aunque no ha sido nada fácil llegar hasta aquí. Este punto era clave. Tenía totalmente prohibido llamarlos con mi teléfono. Desde una cabina sería mucho más difícil que nos pillaran. El número comunica. No puede ser. Voy a probar de nuevo. Con los nervios a lo mejor he marcado mal. Al segundo intento y al primer pitido me descuelgan. Me estaban esperando. 
   
—Farid y yo estábamos preocupados. Has tardado más de lo que habíamos pensado. ¿Tienes a la niña? —me pregunta Rayhan. 
   
—Sí… Tengo a la niña —le digo escuetamente. 
   
—¿Y te han dado la pasta? —me pregunta de nuevo. 
   
—S… S… Sí… —contesto con la voz entrecortada.
   
—Perfecto. Nosotros tenemos el dinero y ellos a Suhaila. Todos salimos ganando. —Me froto los ojos, queriendo despertar de la cruda realidad—. Ahora Yemen te espera. Iremos a buscarte al aeropuerto de Saná mañana cuando llegue el vuelo. En cuanto estés aquí, me devuelves a mi hija y te daré la mitad del dinero para el tratamiento de tu madre, como acordamos. —Rayhan cuelga sin darme oportunidad de responder.

Me quedo en blanco, paralizado. Me han vuelto a engañar. Me han utilizado. ¡Me han chantajeado! No puedo creer lo que le he hecho a Suhaila. ¿Tan importante es ayudar a mi madre? ¡Podría haberlo solucionado de otra manera, pero así no! ¡¡Así no!! ¡ESTA NO ES LA SOLUCIÓN! JODER. Me echo las manos a la cabeza y tiro de mi pelo varias veces, hasta arrancarme más de un mechón. Entro corriendo al baño. Me miro al espejo y no me reconozco. ¿Qué monstruo es este? Me vuelvo a mirar y te veo a ti, Suhaila. Siempre te veo a ti. Te veo llorar. Te veo sufrir. Te siento muy lejos de mí. No entraba en mis planes traerte hasta aquí, Suhaila, ni tampoco enamorarme de ti.

~ Una Más ~ Donde viven las historias. Descúbrelo ahora