Cap 62: ~La salida~

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"EL PIRATA"

1 de febrero de 2011

¿Por qué tarda tanto el Bulldog? Se escucha un disparo dentro de la casa. El Obispo y yo nos miramos sabiendo que las cosas no están saliendo bien. 
   
—¡TODAS A LAS FURGONETAS! ¡VAMOS! —Empuja hacia el interior a las chicas que ya han salido al patio. No entienden qué está pasando—. Dejad todo en la casa. Ya vendremos a por vuestras cosas. ¡Ahora nos tenemos que ir! —El Obispo está muy nervioso, aunque he de reconocer que yo también. Esto no tendría que estar pasando—. ¡A las furgonetas, hostias! 
   
—Tranquilízate, tío… Ellas no tienen la culpa de todo esto. —Intento calmarle.
   
El cotorreo del ambiente le cabrea aún más.
   
—¡Silencio! —grita—. Si no os calláis ahora mismo os pego un tiro en la puta cara. —Saca una pistola. Las chicas están muy asustadas. No se merecen esto. Me mira con ojos de loco. Creo que se ha metido algo, porque no es normal su comportamiento—. ¡OYE TÚ! —Se refiere a mí—. ¡Corre a por los pasaportes! Tráete todos los documentos que nos incriminen. ¡Todo lo que veas por ahí, traételo! Y si ves al Bulldog dile que salga de una puta vez, ¡que nos tenemos que ir, coño! ¡No sé dónde pollas se ha metido! —Me mira esperando una respuesta—. ¿¡ERES SORDO O QUÉ TE PASA!? No tenemos todo el día. ¡En cinco minutos te quiero aquí! 
   
Salgo disparado del patio, corriendo como si se tratase de una maratón y el premio fuera salir ileso de esta jaula llena de leones. Subo las largas escaleras hasta el despacho del Bulldog y lo veo allí, pero no está solo. ¿Quién…? ¿Qué es eso? OH, DIOS MÍO.
   
—Esto… Nos tenemos que ir. —Simulo no haber visto nada—. El Obispo ya está subido en una de las furgonetas y todas las chicas a las órdenes de los demás hombres. —No sé qué decir. Es un momento muy incómodo, sobre todo cuando miro la pistola que sostiene en la mano—. Venía a buscar la caja de los pasaportes y el resto de papeles de las chicas. 
   
—¡Justo lo estaba cogiendo! Vámonos de aquí, ya he revisado todo. —Recoge la caja—. ¡Tira pa’lante y deja de mirar lo que no te incumbe! —Y así hago. Ando delante de él, dejando detrás el cuerpo de Suhaila, tendido en el suelo. 
    Por más pasos que doy, no logro sacar la imagen de mi cabeza. ¿Por qué le habrá disparado? ¡No puedo dejarla ahí! Todavía respiraba…
   
—La policía está a punto de llegar. Voy a llamar a Jota. —El Bulldog me pone la caja en las manos—. Tengo que avisarle de que vamos para allá. 
   
Sus palabras se disipan en el aire. Estoy ausente. ¡No puedo volver al despacho! ¡Joder! Tengo que darme prisa y salir cuanto antes de aquí. Pienso en mi hijo Bryan, la única razón por la que me metí en esto. Si la policía nos pilla, será el fin. Iremos todos a la cárcel. No puedo permitirme no volver a verle. Necesito al menos despedirme de él. Le queda poco tiempo y jamás me perdonaría no darle el último adiós… Llegamos al final del pasillo y miro hacia atrás, pensando en Suhaila. Lo siento, Suhaila. Lo siento muchísimo. Me mantengo callado hasta que llegamos al patio, donde nos esperan todos preparados. El Bulldog y yo nos subimos inmediatamente en la furgoneta del Obispo. 
   
—¡Pensaba que os habíais caído por la taza del váter! ¡Creía que nunca ibais a venir! —exclama.
   
—¡Arranca de una vez! —le contesto. 
   
Nos colocamos los cinturones. El GPS ya está puesto. Próximo destino: Valencia ciudad. El Obispo da la orden al resto de conductores. Vamos a iniciar la marcha. Estoy realmente nervioso. El silencio se rompe con el rugido de los motores y el sendero queda cubierto de polvo. Observo desde el retrovisor la casa en la que tantas cosas han pasado. La furgoneta sigue avanzando y el Obispo pulsa el mando para salir. 
   
—¡PUTA MORA DE LOS COJONES! —Grita el Bulldog, mientras las puertas correderas se terminan de abrir. 
   
Intenta cerrarlas, pero no responden. Cuatro patrullas de policía rodean completamente la salida de la finca. Este es el fin. Nos bajamos de las furgonetas, a punta de pistola y con las manos en la nuca. Caigo de rodillas, rendido al suelo. Ninguna persona cuerda habría aceptado este trabajo, pero por intentar salvar tu vida lo volvería hacer mil veces más. Perdóname, hijo mío.

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