Cap 8: ~Quimera~

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"SUHAILA"

15 de junio de 1998

Llevo semanas pensando cómo alejarme de mi padre. El plan inicial era escaparme de casa. Lo tenía más que decidido. Sabía hasta cómo hacerlo para que nadie pudiera pillarme. Le robaría algunas monedas y billetes a Farid de su cartera para poder coger un autobús que sale desde el centro de Saná y me iría lejos de aquí. Alguna vez Jamil ha hablado de ese autobús y sé que desde allí comienza su ruta. Solo tenía que adivinar en qué lugar estaba exactamente y hacia dónde se dirigía. Nunca antes he salido de Saná, pero no me daba miedo perderme por el camino ni dónde pasar la noche, lo único que quería era salir de aquí. Sin embargo, entre todo ese batiburrillo de intenciones, me di cuenta de que era un plan inviable. Si en algún momento me voy de esta casa, Hassan vendrá conmigo y aún no tengo fuerzas suficientes. No podría llevarlo hasta allí, no tendríamos donde quedarnos y no sé si hay algo más allá de Saná. Los mayores dicen que existen otros países al norte, pero tampoco conozco el camino para llegar hasta ellos. Lo que tengo claro es que no puedo llevarme a Hassan si no tengo la certeza de que estaremos en un lugar seguro para él. Así que tendrán que pasar unos años más para poder irnos de esta casa. Con doce estaría bien. Sí, cuando tenga doce años nos iremos, pero antes es imposible. Aún así, no puedo seguir de brazos cruzados, tengo que hacer algo para proteger a Hassan, a mis otros hermanos y a mí misma. El otro día pillé a Farid zarandeando de malas maneras a Hassan, menos mal que estaba cerca y pude cogerlo enseguida. Tengo que ser fuerte y enfrentarme a él. Para mí ese señor ya no es mi padre, así que a partir de ahora le llamaré por su nombre. Seríamos muy felices si no estuviera, pero hay algunas cosas que me preocupan. Si él no está ¿quién traerá dinero a casa? ¿Con qué comerán mis hermanos? Yo puedo comer cada dos días si es necesario, pero ellos necesitan alimentarse bien diariamente. Me autoconvenzo intentando ser positiva y pensando que, si nos quedamos sin padre, siempre nos ayudará alguien. Estoy segura de que Delila se haría cargo de nosotros. Nos quiere muchísimo y no dejaría que nos pasara nada malo. La única solución posible para que Farid desaparezca de nuestras vidas es su muerte, si no, nunca nos dejará en paz. Desde que mamá murió la muerte me asusta muchísimo, pero pensar en la de nuestro padre me hace feliz. Seríamos libres. ¡Libres! Deseo con todas mis fuerzas que deje de vivir y se aparte de nosotros. No quiero volver a verlo ni cruzármelo por los pasillos y tener pánico constantemente. Tengo que matarle. Por mí y por mis hermanos. Lo tengo que hacer y cuanto antes, mejor. Los pensamientos se acumulan en mi cabeza mientras le veo dar el último bocado al pollo. Acaba de terminar de cenar y en breves se acostará. Todas las noches antes de irse a dormir, deja el chaleco junto con la jambiya en el suelo y se mete en la habitación. Cuando esté dormido se la clavaré en la cabeza y todo acabará. No puede ser tan difícil. Yo puedo hacerlo. 
   
Me dedico a recoger el mantel, fregar los platos y dormir a los niños mientras él coge el sueño profundo. Jaul y Abdel están más alborotados de lo normal y tardo un buen rato hasta que consigo callarles para que no despierten a Farid. Por fin han caído rendidos, ¡qué energía! ¡No paran ni un segundo! Les doy un beso a cada uno, incluido a Hassan, que lleva ya más de dos horas durmiendo. Salgo al patio y me sorprende un cielo lleno de estrellas. Parece que las puedo tocar con la punta de los dedos. Disfruto del escenario unos minutos imaginando una vida feliz. «Hoy todo acabará Suhaila», me digo a mí misma. Tengo que conseguir matarle. Cogeré la jambiya con las dos manos y la bajaré fuertemente hacia su cabeza. Tiene que salir bien, no puedo fallar. Entro nuevamente en la casa. Dejo la puerta abierta de la calle para que la luz de la luna se cuele y me ilumine. Compruebo que está totalmente dormido. Sus ronquidos me dan libertad de movimiento. Bien. Perfecto. Cojo la jambiya con cuidado de no hacer ruido y se caen unas monedas al suelo. ¡No, no, no! ¡Le voy a despertar! Debían estar en el chaleco y no las he visto en la penumbra. Se remueve, pero sigue roncando. ¡Uf, menos mal! Tengo que tener más cuidado, un solo fallo puede cambiarlo todo. Espero unos segundos para asegurarme que duerme plácidamente y me voy acercando lentamente a él. Estoy muy cerca, a menos de un metro. Me pongo muy nerviosa. Me sudan las manos. «¡Concéntrate, Suhaila! Si se despierta y te ve con la jambiya en la mano ¡estás muerta!», me dice una voz interior. Llego hasta él y me coloco al lado de su cabeza con las piernas abiertas, cada una a un lado. Es el momento. La culpa se apodera de mí y me siento la peor persona del mundo. Una asesina. ¿Por qué estoy matándole? Tengo que hacerlo. Tengo que hacerlo. Tengo que hacerlo. No puedo esperar más. Alzo la jambiya y la bajo con todas mis fuerzas. Un sonido atronador se cuela por mis oídos. Le he atravesado la cabeza y el cuchillo se ha quedado atascado dentro. No puedo sacarlo. ¡He apuñalado a mi padre! Las manos me empiezan a temblar. Las retiro del cuchillo y lloro sin parar. Mis sofocos se entremezclan con el llanto de una niña de seis años que acaba de asesinar a su padre. ¿En quién me he convertido? ¿Qué tipo de monstruo soy? ¡Allah, perdóname! ¿Qué he hecho? No puede ser. El suelo está inundado de sangre y mi padre ya no respira. Miro su delgada cara y el cuchillo sobresale por completo de su frente. Las lágrimas caen a borbotones y me cuesta respirar. Intento sacar el cuchillo y cuando lo empiezo a mover, ¡abre los ojos! Reacciono rápidamente y me aparto hacia atrás, pero sus manos son más largas que mi cuerpo y me atrapan al instante. Me coge del cuello y empieza a estrangularme. El sonido se difumina, pero escucho como me grita sin parar. No logro descifrar que dice. La presión en la garganta me ahoga, me ata. Me falta la respiraci… 
     
                             
                            (***)
   

Una mano en mi hombro comienza a moverse y me tambalea ligeramente de un lado para otro. Despierto de manera sobresaltada, inclinando medio cuerpo hacia delante y empapada de sudor. Miro a mi alrededor. Estoy en mi habitación, es de día y escucho a los niños de fondo. ¿Qué ha pasado? Giro la cabeza e inesperadamente me encuentro la cara de Farid muy cerca de mí. 
   
—¡Vamos, levántate! —Me zarandea su mano—. Tus hermanos te están esperando para que les des de desayunar. ¡Están desesperados pidiendo pan con chocolate! ¡Los estás convirtiendo en adictos! Yo me voy a mi trabajo, ya sabes cuál es el tuyo —dice mientras se aleja de la habitación. 
   
¿Cómo? ¿Qué hago aquí? Hace un momento estaba en la habitación de Farid. Miro su cara mientras se aleja y está totalmente limpia. ¿Por qué ya no tiene el cuchillo clavado? ¿Y la sangre? Me restriego las manos por la cara, muevo la cabeza verticalmente y observo mis manos. Tampoco tengo rastros de sangre. ¡Ya Allah! Me he debido quedar dormida y me ha despertado. ¡No puede ser! Todo ha sido un maldito sueño.

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