"SUHAILA"
20 de septiembre de 2006
Tan solo quedan quince minutos para que salga el bus con destino Al Hudayda y las puertas se abren para dejar entrar a decenas de personas que se acumulan en la cola. Suerte que soy de las primeras y podré entrar cuanto antes. Estoy impaciente por salir de Saná y ver todo lo que me espera fuera. La fila avanza rápido, pero se me hace eterno. ¡Necesito estar ya dentro! Zaida me da la mano para que la ayude a subir. Sus pequeñas piernas no alcanzan el escalón. Es demasiado alto8 para ella. Nada más pasar, le damos los tickets al conductor, que apenas nos mira, y eso me alivia. Nos sentamos en los asientos que nos han asignado, justo en medio, y esperamos hasta que todos estén listos para poder marcharnos. Es la primera vez que me subo en un autobús. Me parece curioso ver a tanta gente junta.
—Estamos a un paso de ser libres, te prometo que todo va a salir bien —le digo a Zaida en voz baja, pero ella solo está pendiente de mirar a la multitud.
Hombres, mujeres y niños pequeños van entrando y colocándose en sus sitios. Ya está casi todo el mundo sentado y tan solo faltan dos minutos para arrancar. Estoy muy nerviosa. Mis piernas no paran de moverse inconscientemente. Cierro los ojos, respiro profundo y aprieto la mano de Zaida buscando tranquilidad. El conductor arranca el autobús y cierra las puertas. El corazón me palpita descontroladamente. Se coloca unas gafas de sol y mira por el retrovisor para asegurarse de que no viene nadie más. Sigo todos sus pasos, pero me desespero. «¡Por favor, arranque ya!», pienso. Se acomoda y bebe un trago de agua. Abre la puerta de nuevo. ¿Pero qué pasa ahora? Parece que falta un último pasajero. Le invita a subir y… ¿RAYHAN? ¡OH, NO, NO, NO! ¿Pero qué hace aquí? ¡No puede ser! Me escondo tras el respaldo del asiento de delante. ¿Cómo se ha enterado de que me iba? ¿Por qué tengo tan mala suerte? Está hablando con el conductor mientras mira por todos los asientos hasta que me localiza. No me reconoce, pero ve a Zaida a mi lado. ¡Mierda!—Perdone, señor. —Le escucho decir—. Mi esposa tiene que bajarse inmediatamente del autobús y regresar conmigo a casa. Se ha camuflado con vestimenta de hombre y viaja con mi hija —le explica. Esto no puede ser verdad. Qué vergüenza… me está dejando en ridículo—. Tengo que entrar a por ellas ahora mismo. Le prometo que solo será un segundo. Enseguida nos marchamos y le dejamos partir.
Rayhan viene directo a por mí. No me atrevo ni siquiera a mirarlo y él no me dirige la palabra. Ya Allah, está muy enfadado… Me agarra fuertemente del brazo y sus dedos aprietan mi piel hasta clavarme las uñas. Coge a Zaida de la mano y, en apenas unos segundos, abandonamos el autobús. No soy capaz ni tan siquiera de respirar. Permanezco paralizada, cabizbaja, aterrorizada… Las puertas se cierran, dejando atrás mi destino, y decenas de miradas me atraviesan la nuca a través de las ventanillas. El sonido del motor se aleja y mis propios pasos me llevan a la salida de la estación, separándome cada vez más de lo que podía haber sido mi única salida. Rayhan sigue sin hablarme, pero noto como emana el odio por cada poro de su piel. Nos sube en el coche de malas maneras y mete el bolso a empujones en la parte de atrás. Supongo que nos llevará de vuelta a casa. ¿Qué va a pasar ahora? Me va a matar por haberme querido escapar. ¡Me va a matar! ¿Por qué lo habré hecho? ¿Por qué? Debería haberme quedado en casa, quieta, sin hacer nada. El miedo me invade, me corroe. Me aterra llegar de nuevo a casa. Rayhan va muy rápido, sin respetar la distancia entre los coches y saltándose las intersecciones. Me asusta que nos estrellemos y le pase algo a Zaida, pero una vez más me trago mis palabras. Cuando llegamos, se baja, abre la puerta, saca a la niña, la mete en casa y yo ni siquiera soy capaz salir del coche. Sigo vestida de hombre. ¡Soy ridícula! Me siento más sola que nunca. Las lágrimas son las únicas que me acompañan. Rayhan regresa de nuevo a la calle y me saca del coche de un tirón. Apenas me sostengo en el aire y caigo rendida al suelo. Me levanta con una mano. Noto cómo su fuerza va creciendo cada vez más. Una patada en el trasero. Otra en las costillas. Y otra más en la barriga. Se repite la misma historia de siempre. Me arranca el hiyab con las manos y me tira del pelo hasta ponerme de pie. Veo a dos mujeres que caminan por la calle. Les grito ayuda con la mirada, pero deciden seguir hacia adelante y no meterse en problemas. Las entiendo. Yo haría lo mismo. Las piernas me tiemblan, me tambaleo, pero me da tiempo a entrar en casa. Me persigue y cierra la puerta. Ahora nadie sabrá lo que pasará aquí dentro.
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~ Una Más ~
Bilim KurguSamira, es la madre de tres hijos, embarazada de un cuarto y casada con un hombre egoísta y ruin, que solo la ve como objeto de placer y servidumbre. Pese a su juventud y las ganas de ver crecer a sus hijos, una enfermedad arrolladora atacará repent...