Cap 11: ~Dificultades~

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"SUHAILA"

8 de febrero de 2003

Jaul y Abdel acaban de levantarse y Hassan aún duerme. Mientras se despierta aprovecho para limpiar la casa y doblar las mantas que hemos usado durante la noche. Hoy ha sido uno de esos días en los que el frío se cuela por todos lados y no te deja pegar ojo. Por si esto no fuera suficiente, últimamente hay tantas cosas que me preocupan que dedico las noches a pensar en cómo puedo mejorar mi vida. Lo que más angustiada me tiene desde hace años es, sin duda, la enfermedad de Hassan. No hay día que no piense en ella. Farid sigue sin dejarnos ir a la rehabilitación. Por más que hemos intentado convencerle, nunca nos hace caso. Ni a Jamil ni, por supuesto, mucho menos a mí. Es desesperante ver cómo Hassan está cada vez más delgado y los ejercicios que yo le hago diariamente no son suficientes. Al principio sí se notaban las actividades caseras, pero con el tiempo los músculos y los huesos se han ido debilitando hasta perder por completo su forma. Hace unas semanas, Jamil me dijo que las máquinas eran esenciales en el punto en el que estaba Hassan y ese día no me importaron las patadas que pudiera recibir de mi padre cuando llegara a casa. Por primera vez, decidí arriesgarme, saltarme las normas y le pedí a Jamil que nos llevara al centro de rehabilitación. Cuando llegué allí me quedé asombrada, nunca antes había visto nada igual. Era una sala grandísima con un montón de máquinas, donde las personas con discapacidad hacían los ejercicios que una monitora les indicaba. No podía creer que estuviera allí. Desde luego, nunca hubiera imaginado que ese lugar del que tanto me hablaba Jamil sería así. Aquel día fue maravilloso, los monitores ayudaron a Hassan en todo lo que necesitó y se le veía feliz con el trato que le estaban dando. Esa primera toma de contacto duró tan solo una hora, pero fue tan especial y mágica para mí que no puedo describirla sin que se me salte alguna lagrimilla. Ver a Hassan allí todos los días era lo único que le pedía a la vida, pero no podía ser. Si lo hacía, Farid nos encerraría en casa con un candado. Solo fui capaz de lanzarme al vacío esa vez. No quería más problemas con él.

Así que en cuanto terminamos la sesión, Jamil nos llevó con el coche de vuelta a nuestra casa y cuando llegué sentí un enorme alivio al ver que Farid aún no había llegado. He de reconocer que, aunque rebosaba felicidad, estaba algo asustada y nerviosa por si Farid nos pillaba con las manos en la masa. Al final todo salió bien. 
   
—Esto lo he hecho por ti y por tu hermano, pero no nos podemos arriesgar más. Tienes que respetar las decisiones de tu padre. No quiero que os pase nada malo —me dijo al despedirse de mí. Por mucho que me doliera debía hacerle caso. Jamil siempre sabe lo que hacer en el momento adecuado y si me advirtió será mejor escuchar sus sabias palabras. 
   
Hassan es un niño muy fuerte y valiente. Sin apenas poder ver, oír y caminar, siempre sonríe como si nada malo pasase. Todos los días sueño con que es un niño normal de siete años, que puede hablar y no babea, que puede andar porque sus huesos no son débiles, que va a la escuela y es feliz… Ojalá recibiera toda la atención que se merece. Nadie se le acerca nunca. Le tienen miedo por tener una cara extraña, pero puedo asegurar que no conozco a ninguna persona más vulnerable e indefensa que él. Ser discapacitado en Yemen es muy complicado, sobre todo cuando el apoyo que tienes es mínimo y todo el mundo te mira como si fueras un bicho raro. 
   
Hoy va a ser un día duro porque toca duchar a los niños. Normalmente hacemos el baño los sábados. Después de comer, los enjabono y les quito los restos con agua de la cisterna, hasta que consigo eliminar la última burbuja de sus cuerpos. Así, al día siguiente van recién limpios al colegio y empiezan la semana oliendo fenomenal. Primero empiezo con Jaul y Abdel, que son con los que menos tardo. Los meto a los dos juntos, pero empiezan a jugar entre ellos y no hay quien consiga quitarles la roña de encima. 
   
—¡Suhaila! ¡Jaul me ha metido el dedo en el ojo! —se queja Abdel de su hermano mayor. 
   
Ya empiezan. Mucho estábamos tardando. 
   
—¡Porque él me ha echado jabón en la cara! —responde Jaul enfurecido. 
   
—¡Mentira, has sido tú! —le contesta Abdel de nuevo. 
   
Qué locura de casa. ¿En qué momento decidí que era buena idea ducharlos una vez a la semana? Cuando menos me doy cuenta ya está el sábado de nuevo encima y otra vez la misma historia. 
   
—¡Basta! ¡Quietos ya! —les digo mientras uno se burla del otro y viceversa—. ¿No véis que estoy intentado ducharos y no paráis de moveros? ¡Me estáis llenando de agua! —les riño—. Cuanto antes acabemos, antes os podréis ir a jugar. 
   
No me gusta regañar a los niños, pero hoy me tienen harta. Están muy revoltosos y ya no son tan pequeños como para armar tanto jaleo. Jaul tiene nueve años y su hermano ocho.

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