"SUHAILA"
22 de diciembre de 2006
Voy mejorando progresivamente y me encuentro mucho mejor que este tiempo de atrás. Ya puedo levantarme y todo. ¡Cómo echaba de menos caminar y hacer las cosas por mí misma! Hay veces que no nos damos cuenta de lo válidos que somos estando sanos hasta que enfermamos y otra persona tiene que hacérnoslo todo. Después de una semana, ayer me volví a lavar. Me empezaba a sentir incómoda y la cabeza me picaba a rabiar. Jamil ha venido hace unos veinte minutos y me está curando las pocas heridas que me quedan. Apenas me duele el cuerpo y los moretones han ido desapareciendo lentamente con el paso de los días.
—Has mejorado muchísimo, Suhaila. Cuánto me alegro por ti. Eres una mujer muy fuerte.
—Muchísimas gracias por todo tu apoyo, tanto físico como moral. Para mí es muy importante que te preocupes por cómo estoy —le agradezco—. Por cierto, tengo algo que enseñarte. Ayer estuve recogiendo un poco la casa, que estaba bastante desastrosa. Después de tantos días enferma había muchas cosas desordenadas, y colocando una estantería me encontré esto. Me la regaló tu madre poco después de casarme. —Se la muestro.
Es una fotografía de Jamil y mía una tarde de verano en la puerta de la casa de su madre, cuando yo era muy pequeña y él acababa de empezar a trabajar como médico. En esa época mamá aún vivía y Hassan no había nacido. Jamil se sorprende cuando ve la foto.
—Ya Allah, ¡cuánto tiempo ha pasado desde entonces! Qué buenos recuerdos me trae. —Se le ilumina la cara—. ¡Qué guapa estabas y cómo has crecido! Ahora eres toda una mujer.
Sus palabras me halagan, pero lleva razón. Ahí tan solo era una niña.
—En esa foto parece que soy muy feliz. Creo que fue la mejor etapa de mi vida. Era una niña divertida que se pasaba todo el día jugando y sin preocuparse por nada. Pero todo eso cambió hace mucho tiempo. —Le miro lastimada.
—Te entiendo perfectamente. Es muy difícil vivir así, pero sé que eres una mujer fuerte y vas a lograr salir de esta situación. —Me toca el hombro mostrándome su incondicional comprensión.
—Yo no quería escaparme y hacer las cosas como las hice, pero no tenía otra opción. O intentaba marcharme a otro lugar y buscaba la oportunidad de empezar una nueva vida, o mi marido seguiría maltratándome —le cuento por primera vez cómo me siento, sin dejar atrás ni una pizca de verdad.
—Creo que fuiste muy valiente tomando esa decisión. Si hubiera estado en tu lugar no sé qué hubiera hecho. No es fácil marcharse sabiendo que te pueden pillar y que Rayhan no se iba a quedar quieto —responde.
—Es muy duro ver cómo una persona te humilla hasta hacerte sentir una verdadera basura. Yo no le quiero, no quiero estar con él. He intentado en muchas ocasiones ser una buena esposa, quererle tal y como él me quería a mí al principio, pero no puedo —me desahogo—. Nadie debería haberme obligado a casarme con él ni a quererle, porque nunca lo haré. Yo debería elegir con quién me caso y a quién quiero tener a mi lado, aunque es cierto que a veces no escoges de quién te enamoras —le explico—. Por un tiempo me autoconvencí a mí misma de que esta era la vida que me había tocado vivir y que no me quedaba otra opción que aprender a ser una buena esposa. En cambio, una de esas noches en las que cuesta conciliar el sueño, sentí una llamada de Allah y supe que no todo estaba perdido. Por eso me escapé. Me negaba a aceptar esta realidad, pero ahora me arrepiento porque he roto todo lo que había construido y tendré que quedarme entre estas cuatro paredes el resto de mi vida, recibiendo palizas constantes por parte de Rayhan —le confieso.
Me siento liberada al contarle lo que pienso. Es como si sacase una carga pesada que había dentro de mí. Nunca he hablado de esto con nadie, pero sé que en él puedo confiar.
—No te mereces todo lo que te está pasando. Eres una mujer muy bella, tanto por dentro como por fuera. Ojalá pudiera yo tener una esposa tan increíble como tú. Rayhan no se da cuenta de lo afortunado que es. —Me quedo sin habla.
Sus palabras acentúan mi nerviosismo. Siento algo en el estómago cada vez que le escucho hablar, como si me impidiera expresarme con claridad y mirarle fijamente a los ojos.
—Todo esto lo hago por Zaida. Ella es lo que verdaderamente me preocupa. Me aterra pensar en que Rayhan le haga algo a mi hija. No sé cómo actuaría si eso pasara, pero seguramente querría matarlo. —No me oculto—. No quiero que mi hija vea todos los días cómo su padre le pega a su madre y que durante semanas no pueda cuidar de ella porque no puede moverse. Ahora es pequeña y no se da cuenta de muchas cosas, pero cada vez es más lista y los niños no son tontos. Dentro de unos meses será más consciente y no quiero crearle un trauma para toda su vida. No quiero que tenga las mismas imágenes en la cabeza que tengo yo de cuando era pequeña —le explico—. Te cuento esto porque necesitaba contárselo a alguien. Llevaba mucho tiempo con todo guardado en mi interior y sabía que algún día acabaría explotando. Perdóname.
—No te tienes que disculpar, Suhaila. Me vas a tener siempre que me necesites. Nos conocemos desde hace muchos años y para mí eres de la familia. Puedes confiar en mí. —Me tiende su mano.
La agarro con fuerzas y, casi involuntariamente, le abrazo. Esta sensación es nueva. Un cosquilleo entre las costillas se apodera de mí y no entiendo qué sucede. ¿Por qué le he abrazado? Lo estoy haciendo porque me apetece y no por obligación. Nuestros cuerpos se separan en apenas unos segundos, pero quiero más.
—¿Sigues estudiando inglés y español? —me pregunta cambiando de tema al ver el libro en la alfombra.
—¡Claro! He aprendido muchísimo en estos últimos años —reconozco—. Gracias por este grandísimo regalo. Es lo más valioso que tengo. Cuando Rayhan está en casa siempre está escondido porque no quiero que se entere de que estoy estudiando. Con Farid hacía lo mismo. Solo lo sabes tú. Saber más cosas me da esperanzas de que algún día seré una mujer importante en la vida y no tendré que depender de un hombre para vivir —le explico—. ¿Sabes? Nunca le he contado esto a nadie, pero me apetece desvelarte un secreto. ¿Me prometes que quedará entre nosotros?
—Te lo prometo —me mira atentamente—. Cuéntame.
—Si algún día consigo escapar y salir de Yemen, me gustaría viajar muy lejos de aquí. En el libro que me regalaste, además de poder aprender palabras y frases en varios idiomas, también hay fotografías, y te explican un poco de la cultura de cada país. Hace tiempo leí que España es un lugar increíble, con playas maravillosas y buen tiempo casi siempre. Me encantaría poder vivir allí una temporada —admito.
Jamil se queda embobado escuchándome mientras hablo. Nuestros ojos conectan pidiendo acercarse. El silencio reina en el salón. Me acaricia las manos. La suavidad de su piel traspasa la mía y cierro los ojos hallando una paz interior hasta ahora inexistente. Me gustaría entender por qué le veo y me pongo nerviosa. ¿Le pasará a él lo mismo? Estas nuevas sensaciones me tienen descolocada, pero me dejo llevar por mis sentimientos. Abro los ojos de nuevo y Jamil me sigue mirando. Un huracán me atrapa, me lanza contra el suelo y me devuelve a la vida en cuestión de segundos. ¿Qué está pasando? Nos abrazamos otra vez. No hay palabras, tan solo dos corazones latiendo cada vez más rápido comunicándose a través de nuestros pechos. El mundo en sus brazos ahora tiene sentido. El abrazo se termina y cada vez estamos más cerca. Nuestros ojos quieren besarse, pero ninguno se atreve. No apartamos la mirada. Diez segundos. Quince segundos. Veinte segundos. Pierdo la cuenta, pero me gustaría que este momento tan especial no acabara nunca. De repente, Jamil se acerca y su boca entra en contacto con la mía. Sin ser apenas consciente de lo que está ocurriendo, mis labios se mueven al tango de los suyos. Los deslizamos suavemente, de izquierda a derecha, de arriba a abajo, mientras la mano de Jamil se cuela entre mi cara y el hiyab. Mi lengua fluye tocando la suya. Sus labios quieren más de mí. Los míos más de él. Vuelvo a la cordura y me retiro. ¿Qué estoy haciendo? ¡Esto no puede ser! Estoy casada, joder. ¡Le estoy siendo infiel a mi marido! Estoy loca. Limpio de mi boca la saliva de Jamil y le miro avergonzada.
—Te prometo que te voy a sacar de aquí —me dice levantándose de la alfombra y abandonando el salón.
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~ Una Más ~
Science-FictionSamira, es la madre de tres hijos, embarazada de un cuarto y casada con un hombre egoísta y ruin, que solo la ve como objeto de placer y servidumbre. Pese a su juventud y las ganas de ver crecer a sus hijos, una enfermedad arrolladora atacará repent...