cap 4: ~Mamá~

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"SUHAILA"

         23 de mayo de 1997

¡Hoy es mi cumpleaños! ¡Cumplo cinco años! Me hago mayor, pero no estoy tan contenta como debería. Mamá lleva meses sin poder moverse y cada vez está más delgada. No me gusta verla así. Está como apagada, sin fuerzas. Ya no es la misma que era. Ahora nunca me despierta con un beso en la frente ni me prepara para desayunar pan con crema de chocolate. Ni siquiera mi dulce favorito cada viernes: Bint al-Sahn, una especie de tarta bañada en miel que me encanta. Ahora soy yo quién le da de comer, la aseo y le pongo guapa con mis coleteros y pulseras. Mi padre me asignó la tarea de cuidarla cuando enfermó. Él nunca está en casa y como soy la mayor de todos mis hermanos, tengo que hacerme cargo de ella. De todos modos, aunque él no me lo hubiera ordenado, yo hubiera cuidado de mamá igualmente. Ella para mí lo es todo. Siempre ha estado a mi lado y este es el momento de que le devuelva todo el cariño que me ha dado desde que nací. A pesar de tener tan solo cinco años, sé hacer muchas más cosas de las que mi padre cree. Él siempre dice que soy una inútil, pero no es así. Sé preparar algunos platos típicos y también lavar la ropa. Mamá me enseñó a «valerme por mí misma». Siempre me repetía esas palabras. Antes de que dejara de poder moverse, íbamos juntas a todas partes y me enseñaba todo lo que ella sabía: primero lo hacía ella y luego me pedía que repitiera sus pasos. Y así fue cómo aprendí algunas de las muchas cosas que sé. Muchas niñas de mi edad no saben hacer nada de esto, pero a mí me gusta mucho saber más cosas que el resto. 
   
Termino de prepararle el desayuno y me dirijo al salón. Mamá se encuentra incorporada, con dos cojines detrás de la espalda y pegada a la pared. Una manta envuelve su esquelético cuerpo, aunque los pies quedan al descubierto. Los arropo para que no se le enfríen. Aunque ya hace bastante calor, siempre me dice que tiene mucho frío. Debe estar destemplada. Observo su mirada y la noto triste. El velo de color negro hace que su piel aún esté más blanca. Le acaricio la mano y sus brazos se abren en busca de un abrazo. Siento el latido de su corazón muy cerca de mi nuca. Me encanta esta sensación. Podría pasarme toda la vida abrazada a ella. ¡Toc, toc! El sonido de la puerta nos separa. Últimamente se pasa más tiempo abierta que cerrada, porque todos los días viene alguien a verla. Me levanto para abrir y recibo con una sonrisa a Jamil. 
   
—Buenos días, pequeña, ¿cómo estás? ¡Felicidades a la chica más guapa del mundo! —Me pega un buen achuchón—. He traído esto. 
   
—Gracias, Jamil —le agradezco—, pero no era necesario. 
   
Miro el paquete que me acaba de dar sin saber qué hay en su interior. 
   
—¿Es para mí? —le pregunto sorprendida. 
   
Afirma con la cabeza. Parece un regalo. Nunca antes me habían regalado nada. La caja es redonda y viene envuelta en un papel rojo. Estoy muy emocionada y ahora mismo solo me apetece gritar de la ilusión, pero me contengo y lo despego despacio para no romperlo. Me parece precioso. Lo guardaré para jugar con él o decorar mi habitación. Abro la caja y… ¡NO ME LO PUEDO CREER! ¡Es Bint al-Sahn! ¡Para mí! Le doy un enorme abrazo. 
   
—Muchísimas gracias. ¿Cómo sabías que es mi favorito? —le pregunto. 
   
—Alguien me lo ha chivado. —Se ríe—. ¡Corre! Ve a la cocina, coge un cuchillo y corta un trocito. Mientras, yo le daré a mamá las medicinas que le tocan hoy. 
   
Sigo sus indicaciones. Me alejo del salón y miro a mi madre sabiendo que ha sido cómplice de ese regalo. Me devuelve la sonrisa. Solo ella y yo sabemos entendernos tan bien. Estoy muy agradecida. Podría decir que es el mejor regalo del mundo, pero mentiría. El mejor sería que mamá se recuperara de su enfermedad y fuéramos felices otra vez juntas. Jamil me intentó explicar hace unos meses lo que le sucedía y por qué estaba siempre tan débil. 
   
—Eres muy pequeña aún, Suhaila, pero creo que te mereces saber qué mamá está malita —me contó—. Su enfermedad tiene un nombre muy raro que no hace falta que te aprendas, pero necesita que la cuides. El gran amor que le das hará que ella se recupere más rápido. 
   
Ese día me explicó muchas más cosas, aunque no entendí ni la mitad. Como decía Jamil, era demasiado pequeña todavía. Quería crecer y entender todas las cosas de las que hablaban los mayores. También recuerdo que me contó que esa enfermedad hacía que mi madre tuviera la tensión alta. No sé qué significa tener la tensión alta, pero sé que no es bueno. 
   
Pruebo la tarta. ¡Está buenísima! Corto dos trozos más: uno para mamá y otro para Jamil. Tienen que probarla. Me dirijo de nuevo al salón, con los dos platos en la mano y con cuidado de no tropezarme. A veces soy un poco patosa. 
   
—Toma, mamá, te he traído un trocito de tarta. Está muy, muy, muy buena. Te va a encantar. —Se la parto en trocitos para que le sea más fácil comérsela—. Para ti también hay, Jamil. Te la he dejado en la alfombra. 
   
—Muchas gracias, Suhaila. Veo que te ha gustado. —Se ríe—. Mamá ahora no puede ingerir alimentos. Primero debe tolerar la medicina que le acabo de dar, pero dentro de un rato sí podrá comérsela.
   
Lleva razón. Aún hay que esperar para que mamá pueda probar la tarta, pero estoy deseando que se coma, aunque sea un trozo. La devuelvo de nuevo a la cocina y cojo otro pedazo para mí. ¡Es que está buenísima! Mientras que Jamil está con mamá, friego en un barreño los platos y tazas que ensuciamos anoche. Con un poco de agua y restregando con los dedos consigo quitar los restos de comida. Menos mal que hay pocos, porque ¡odio fregar! Los dejo secando en el suelo. Escucho de fondo a Jamil. No sé qué está diciendo, pero creo que me está llamando. Seco mis manos y salgo al pasillo para poder escucharle. 
   
—¡SAMIRA, SAMIRA, SAMIRA! —grita. 
   
Corro a toda velocidad por el estrecho pasillo, casi chocándome con las paredes. ¡Es mamá! Está tumbada en el suelo. Con los ojos cerrados. 
   
—¡Vete! —me ordena, pero me quedo inmóvil—. ¡SUHAILA! ¡Vete a tu habitación, por favor! ¡Y no salgas hasta que yo vaya a buscarte! ¡Vete! —Esta vez si le hago caso. 
   
Nunca he visto tan enfadado a Jamil. ¿Qué habrá pasado? Mamá estaba bien hace unos minutos. Estoy asustada. Corro hacia la habitación y me meto dentro. Tengo grabada en la mente su imagen tumbada en el suelo. Quiero estar a su lado. Los minutos sin respuestas se me hacen muy largos. Doy mil vueltas por la alfombra, me levanto, ando de lado a lado, pero el tiempo sigue pasando y nadie me saca de aquí. Necesito salir de la habitación y volver a estar entre los brazos de mamá. Escucho golpes y voces que no sé de dónde vienen ni de quienes son. Tengo miedo. Muchísimo miedo. Parece que los monstruos con los que sueño cada noche están justo ahora mismo a mi lado. Estoy impaciente. 
   
—MAMÁAAA —la llamo, pero no obtengo respuesta. 
   
—MAMÁAAA —la vuelvo a llamar. 
   
Lloro. Lloro muchísimo. Me duele la cabeza de tanto llorar. Rebusco entre los cajones de un viejo mueble y, en una caja de metal, donde guardo mis cosas importantes, encuentro una foto de mamá. ¡Qué joven! ¡Tenía la cara súper gorda! Sigo mirando la foto y al deslizar la mirada… ¡Ya Allah! ¡Estaba embarazada! ¿De cuándo será esta foto? ¿Estaría yo ahí dentro? Abrazo con fuerza la fotografía y me doy cuenta de que ya no se escuchan ruidos. La casa se ha quedado completamente en silencio. ¿Dónde estará Jamil? ¿Seguirá aquí? Una sombra tapa la luz que entra por mi ventana. Me asomo disimuladamente al exterior y lo veo. Está hablando con mi padre. ¿Por qué ha venido tan pronto hoy de trabajar? Bueno, la verdad es que ni siquiera sé qué hora es. La noción del tiempo cuando estás encerrada sin hacer nada es totalmente diferente a la realidad, pero probablemente lleve varias horas aquí. Parece que se han olvidado de mí. Decido salir de la habitación sin hacer ruido, pero nada más poner un pie en el pasillo me encuentro con Jamil. 
   
—¿No te he dicho que no salieras hasta que yo fuera a buscarte? —grita enfurecido. 
   
—Sí, pero… 
   
—¡No hay peros que valgan! ¡Vuelve a tu habitación! —exclama. 
   
Justo cuando voy a darme la vuelta veo algo extraño. ¡Es mamá! Está envuelta con una manta hasta el cuello. Parece una momia. Me río por dentro. Sonrío a Jamil, haciéndole pensar que voy a obedecerle. Cuando me deja en la habitación y sale por la puerta corro a abrazar a mamá. 
   
—¡Mamá, por fin puedo verte! —grito contenta—. ¿Mamá, estás bien? —Le toco la cara y está más fría de lo habitual. 
   
—¿PERO QUÉ HACES, SUHAILA? —Me aparta Jamil—. ¡Estás siendo una mala chica hoy! ¿A qué se debe este comportamiento? Con lo buena que eres tú… Pensaba que me ibas a hacer caso. 
   
—¡Déjame quedarme con mamá! ¡Quiero estar con ella! —le suplico. 
   
—No puedes, Suhaila. —Me coge en brazos.
   
Empiezo a patalear.

—¡SUÉLTAME! ¡MAMÁAAA! ¡MAMÁAAA, dile que me suelte! ¡Quiero estar contigo! —la llamo desesperadamente. 
   
No puedo escapar de sus manos. Sigo gritando, pero nadie me hace caso ni siquiera mi madre. ¿Por qué todos me ignoran? Casi a rastras me saca al patio donde también está mi padre. 
   
—¿Qué le ha pasado a mamá? ¿Por qué no me responde cuando le hablo? —les pregunto. 
   
Ambos se quedan en silencio varios segundos, hasta que por fin Jamil me responde. 
   
—¿Recuerdas la enfermedad que tenía mamá? —me dice con la voz encogida.
   
—Claro que la recuerdo. 
   
—Pues verás, esa enfermedad se ha ido alimentando poco a poco del cuerpo de tu madre y… 
   
—No te andes con rodeos, Jamil —le interrumpe papá. 
   
Clava su mirada en mí. Sus ojos verdes y su ceño fruncido me miran cargados de odio. 
   
—Suhaila. Tu madre ha muerto. Como eres una listilla sabrás qué quiere decir esto, pero por si no lo sabes esto significa que no volverás a ver más a «mamá», como tú la llamas. —Sus burlas no me hacen ninguna gracia—. Ahora viviremos juntos tú y yo. Verás qué divertido va a ser. —Se ríe mientras mastica un poco de qat. 
   
Me quedo sin saber qué decir. Mamá… ha… muerto… No me atrevo a pensarlo una segunda vez. Una ráfaga de viento llega inesperadamente. Me encojo de hombros y miro hacia el suelo. Rompo a llorar, como si me acabasen de robar mis juguetes favoritos y supiera con certeza que no voy a poder recuperarlos. En estos momentos comprendo a lo que se refieren los mayores cuando hablan de dolor. Yo pensaba que era ese escozor que sentías cuando te caías al suelo jugando con tus amigos y te raspabas las rodillas, pero esta presión en el pecho me asegura que no es así. La puerta de la casa está abierta y al fondo puedo verla. Nunca olvidaré mi quinto cumpleaños. Aún no me puedo creer que no vaya a verte nunca más, mamá.

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