"SUHAILA"
13 de enero de 2011
Empieza una nueva jornada de trabajo. La rutina de este sitio nunca va a cambiar: dormir, follar, comer y volver a dormir. Eso el día que nos da tiempo a comer. Hay veces que directamente estamos a todas horas trabajando. Sin descansos. He adelgazado mucho desde que llegué. A veces, no me reconozco cuando me miro al espejo. Solo veo un cadáver andante. Con el tiempo han desaparecido mis hermosas curvas, las que tanto me caracterizaban, y aún así, algunos hombres se atreven a decirme que estoy gorda. ¿Pero qué les pasa en la cabeza? No saben valorar lo que es un buen cuerpo, ¡menudos imbéciles! Una de las cosas que más echo de menos de cuando vivía en Saná es rezar. La práctica del rezo era mi día a día y desde que estoy aquí no he vuelto a poder hacerlo —el Bulldog me lo tiene totalmente prohibido—. Añoro ponerme en contacto con Allah, con mi madre y mi hermano Hassan, con todos los que ya no están, pero siguen cerca… Era mi refugio. Buscaba las fuerzas necesarias para continuar luchando, resetearme y volver a vivir. Curaba mis heridas con cada oración e intentaba olvidar el daño que me habían hecho. Sin embargo, ahora toda la rabia y el dolor que siento a diario se acumulan en mis poros y no tengo manera de expulsarlos hacia afuera. Me vuelvo a mirar en el espejo, pero sigo sin dar crédito a lo que veo. Jamás me hubiera imaginado vestida así y mucho menos para mostrarle mi cuerpo a un montón de desconocidos. Es increíble cómo mi mente ha cambiado tanto en tan solo… ¿Cuánto tiempo llevo aquí? Ya ni lo sé. Si hago memoria no recuerdo muchas cosas de Yemen. Las calles por las que siempre he paseado, ahora están difusas; algunas caras de mis vecinos casi se me han olvidado… Seguro que todos han cambiado mucho desde la última vez que estuve allí. ¿Cómo estará Zaida? ¿Seguirá viviendo en Saná? ¿Estará con Jamil? ¿Y Rayhan? ¿Y Farid? ¿Qué será de todos ellos? Madre mía… ¿y Delila? Los recuerdos me hacen volver a la infancia, pero algunos detalles ya están borrados de mi cabeza para siempre. Otros aún perduran y perdurarán eternamente. Una nunca olvida a toda la gente que la ha traicionado. Mi pasado me atormenta desde hace muchos años. No puedo dormir por las noches. Sufro ataques de ansiedad continuamente, sobre todo cuando algo sale mal con los clientes, aunque intento controlar este desorden mental tomando un puñado de pastillas al día. Hoy me encuentro nerviosa, como muchas otras veces, pero ahora siento que algo malo va a pasar. Tengo el cuerpo agarrotado y un nudo en la garganta que apenas me deja respirar. Me pongo los tacones de aguja, los mismos que me revientan los pies cada vez que los uso, y subo las escaleras hacia el club. Cuando voy por el décimo escalón, me detengo. Observo a alguien hablando con Madame en la recepción. Parece que hay algún tipo de problema. Asomo la cabeza para ver qué está ocurriendo y veo a dos policías en el hall. Me escondo tras la pared rápidamente. ¡No pueden verme! El Bulldog me ha dejado claro en más de una ocasión lo que tengo que hacer si se daba el caso.
—Si eres una patosa y te pillan, tienes que decirles que estás aquí por voluntad propia, que necesitas el dinero y debes hacerlo por tus hijos —me dijo cuando llegué al club.
Aún así, me lo repetía cada mes por si acaso se me olvidaba. Lo único que le importaba era meterme esa idea en la cabeza, hasta convencerme de que era lo mejor para mí.—Como no lo hagas, las consecuencias llevarán a la tumba a tus seres más queridos. —Nunca olvidaré sus palabras. Las llevo tatuadas en la mente.
La policía sigue en el hall, pero no consigo descifrar qué le están diciendo a Madame. Me asomo un poco más, a ver si logro escucharles, pero el tacón me falla en uno de los escalones y me caigo al suelo.
¡PLOM! ¡PLOM!
¡MIERDA! ¿Cómo tengo tan mala suerte? He hecho tanto ruido que es imposible que no se hayan enterado de que les estaba vigilando. Me levanto lo más rápido que puedo e intento, a hurtadillas, subir al club, pero alguien se encarga de no ponérmelo tan fácil.
—Perdone, señorita, ¿necesita ayuda? —Giro mi cabeza. Es uno de los policías. ¡JODER! ¿Qué narices hago ahora? ¡No sé mentir! ¡Me van a pillar y el Bulldog me va a matar…!
—No, no. Tranquilo, estoy bien. Muchas gracias. Perdona, me están esperando. Tengo que irme a trabajar —le digo lo más rápido que puedo. Tengo que llegar al club cuanto antes.
Doy dos pasos y el policía me vuelve a interrumpir. ¿Qué más quiere de mí? Me pongo nerviosa. Se acerca hasta mi oreja.
—¿Te obligan a estar aquí? —me dice con una voz muy flojita casi imposible de escuchar.
La pregunta me deja descolocada. Trago saliva. ¿Qué le digo? Si le cuento toda la verdad quizá me saquen de aquí, pero no puedo arriesgarme tanto porque no sé qué pasaría después. ¿Y si no me pueden ayudar hasta que no pasen un par de días y tengo que seguir trabajando aquí? ¿Y si son policías falsos? A lo mejor los ha contratado el Bulldog para ponerme a prueba… Ya Allah. Pero, ¿y si son de verdad y vienen buscando a chicas que hayan sido vendidas para poder salvarlas de este infierno? No sé qué hacer… ¿y Lizzeth? No me puedo ir sin ella. ¡Joder! ¿Por qué es todo tan difícil? Miro a Madame, que está al lado del otro policía, y disimuladamente me hace un gesto diciendo que me va a cortar el cuello. Estoy muerta de miedo.
—No, estoy aquí porque necesito el dinero. —Intento autoconvencerme de mi mentira y me pongo más nerviosa de lo que ya estoy. Bueno, no le he mentido del todo. Es verdad que necesito el dinero para pagar la deuda que debo, pero… ¡no hay quien me crea! ¡Va a saber que le estoy mintiendo! —Me tengo que marchar, hasta luego. —Salgo pitando, con cuidado de no caerme de nuevo. ¡Malditos tacones! Vosotros sois los culpables de todo esto.
Me giro hacia atrás, con el miedo de que los policías me hayan seguido y vean el club. No me sigue nadie. Uf, menos mal. Todo ha quedado en un pequeño susto. Miro a mi alrededor como si fuera el primer día que llegué: las cortinas, los adornos, los colores, la barra del bar, las mujeres enseñando las tetas… Claro que estoy obligada. ¡CLARO QUE SÍ! Me pregunto qué hubiera pasado si le hubiera dicho la verdad. ¿Se habría terminado todo? ¿Estaría ahora arrepentida por haber tomado esa decisión? ¿Irían a buscar a mi hija para matarla por haber confesado? Nunca sabré qué hubiera sido lo mejor. Lo único que tengo claro es que tengo enfrente a un cliente que me espera.

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~ Una Más ~
Science FictionSamira, es la madre de tres hijos, embarazada de un cuarto y casada con un hombre egoísta y ruin, que solo la ve como objeto de placer y servidumbre. Pese a su juventud y las ganas de ver crecer a sus hijos, una enfermedad arrolladora atacará repent...