"FARID"
3 de enero del 2003
Llevo meses buscando excusas para retrasar el pago a Karim. No se me ocurren más evasivas para darle. Hemos quedado dentro de treinta minutos en una gasolinera que hay cerca de la casa desde la que trabajamos, pero no tengo el dinero que le debo. Karim es un buen amigo desde la adolescencia, de esos pocos en los que aún puedes confiar. A él es a quién siempre hemos comprado las armas para luego revenderlas. Nos daba lo que habíamos pedido, le entregábamos la mitad del dinero nada más obtenerlas y, cuando las habíamos vendido, terminábamos de pagarle el resto. Ese era el trato. Él ganaba y nosotros también. Todos contentos. Hubo una época en la que nos hicimos de oro. Las mercancías no paraban de llegar, las quedadas para el trapicheo eran muy importantes y tuvimos que empezar a trabajar en una habitación del viejo cuartel para que nadie sospechara. Es lo que hoy en día llamamos «la casa». Lo que al principio tan solo era una habitación, se convirtieron en dos, en tres, en cuatro y así hasta conseguir una casa completa a la que cada vez iba llegando más gente para trabajar con nosotros. Todos los meses la policía se llevaba una comisión por prestarnos ese espacio que desde hace años tenían abandonado y mantener la boca cerrada. Así fue como nosotros pudimos tener las espaldas cubiertas. Era el plan perfecto para que nuestras familias vieran que teníamos un buen trabajo que nos daba de comer, sin saber realmente de dónde procedía ese dinero que ganábamos. Ser policía en aquella época no era algo a lo que todos pudieran acceder y los que estábamos allí dentro sabíamos el por qué. A las mujeres no les gusta que sus maridos trafiquen con drogas y mucho menos con armas, pero actualmente trabajar de “policía” es algo muy habitual en nuestro país y un alto porcentaje de hombres se dedican a esto. Es honorable trabajar para el Estado, ser un cargo importante y rodearte de los que tienen poder. Eso es lo que creían nuestras esposas cuando íbamos a trabajar, pero nada más lejos de la realidad. Recuerdo cuando empecé a trapichear con Karim, tenía catorce años y aún ni siquiera sabía de la existencia de Samira. Cuando nos conocimos ya era todo un experto vendiendo armas a escondidas y, el día que nos casamos, ella se sintió muy orgullosa de tener un marido policía. A veces es necesario mentir para sobrevivir, lo que pasa es que al final te acabas creyendo tus propias mentiras. Durante muchos meses tuve que morderme la lengua en más de una ocasión, pero luego todo se convirtió en rutina. Ya no me costaba ningún esfuerzo tener que fingir y había días que no era capaz de diferenciar entre la realidad y la ficción. Nadie sabía a lo que realmente me dedicaba, solo los que trabajaban en lo mismo que yo, y, en ese momento, me di cuenta de que mi vida se había convertido en un auténtico engaño. Era un oficio que teníamos muy bien escondido, porque, si alguien sabía en lo que estábamos metidos, podíamos tener graves problemas. Después del boom, Yemen atravesó unos años duros. La economía cayó y los comerciantes empezaron a dejar de comprar armas, buscando trabajos menos peligrosos y con la garantía de que conseguirían dinero a fin de mes. La venta de armas es muy arriesgada. Un mes puedes conseguir mucho dinero y al siguiente no vender nada. Por eso hay gente que ha preferido apartarse de este mundo y vivir más tranquilamente, aunque hayan dejado algunas deudas pendientes. Hace unos meses vendí unas armas muy potentes a un ex militar y aún no he recibido todo el dinero de la venta. El trabajo escaseaba en esos momentos y era mejor asegurarse al menos algo de pasta. No tenía la certeza de si llegaría a cobrar todo, pero el comprador no me dio otra opción que no fuera a cuatro pagos. Acepté, y fue un grave error por mi parte. Nunca tenía que haberlo hecho. Si algo he aprendido en estos últimos años es que el dinero es supervivencia, pero también es muerte. Mucha gente se queda en el camino y no quiero ser uno de ellos. Le debo mucho dinero a Karim y, si no le pago, no dudará en pegarme un tiro por muy amigos que seamos. Aún quedan diez minutos para que llegue, pero ya estoy en la gasolinera. Camino nervioso de un lado para otro y veo en la distancia cómo se acerca la figura de Karim. ¡Vaya! Él también se ha adelantado a la hora acordada.
—Salam aleikum. —Me saluda como de costumbre con la mano tendida por encima de la mía.
—Aleikum salam —respondo cabizbajo acercándome a él.
—¿Has traído el dinero? —Sostiene un cigarro en la boca.
—Verás, Karim. El ex militar aún no me ha pagado los dos últimos plazos y no tengo ahora mismo dinero para pagarte —le cuento un poco acojonado.
—¡No me jodas, Farid! Te dije que necesitaba el dinero para hoy mismo. —Se echa las manos en la cabeza—. ¡Joder! No juegues conmigo. Sabes como funciona esto. ¡No me obligues a hacer cosas que no quiero! —Se enfada.
—Lo sé, Karim, de verdad que lo sé, pero tienes que darme un poco más de tiempo. Confía en mí, tío. Voy a pagarte. —Me estoy agobiando. Es capaz de sacar una pistola en cualquier momento.
—Sabes que la fe no vale nada en estos momentos. —Suspira—. ¿Cuánto tiempo necesitas? —me pregunta.
—Un par de meses —propongo.
—¿UN PAR DE MESES? Estás de broma, ¿no? —Se piensa que le estoy tomando el pelo.
—Dame dos meses más y prometo solucionarlo todo. —Quizá siga siendo poco tiempo, pero tampoco puedo abusar—. Te daré el dinero y estaremos en paz.
Le veo dudar.
—Venga, tío, llevamos toda la vida haciendo esto y nunca te he fallado —insisto de nuevo.
Se toma unos segundos para pensar. «Por favor, que acepte, por favor», repite mi cabeza. Muevo la pierna derecha como muestra de inquietud y me muerdo las cutículas de las uñas. Siempre lo hago cuando estoy nervioso. Al cabo de un minuto, responde.
—Te doy un mes, no más. ¿Está claro? —me pregunta—. Espero que la próxima vez que volvamos a quedar traigas el dinero, por la cuenta que te tiene. No hay más oportunidades, Farid. Hablo en serio. —Tira el cigarro al suelo, lo aplasta con las sandalias y se marcha. Ni siquiera se despide y, cuando alzo la mirada, camina bastante lejos de mí. Permanezco quieto en el mismo sitio que me ha dejado, intentando asimilar la situación. ¿Cómo he sido tan cobarde? ¿Por qué le he mentido? ¡Joder, siempre la estoy liando! Se ha marchado sin saber la parte más importante, lo que de verdad quería contarle y no me he atrevido a hacer por miedo a ser disparado. El ex militar ha muerto y no podrá pagarme el dinero que me debe.
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~ Una Más ~
Ciencia FicciónSamira, es la madre de tres hijos, embarazada de un cuarto y casada con un hombre egoísta y ruin, que solo la ve como objeto de placer y servidumbre. Pese a su juventud y las ganas de ver crecer a sus hijos, una enfermedad arrolladora atacará repent...