El vidrio que desapareció y la chaqueta que se incendió

3.9K 244 14
                                    

Habían pasado aproximadamente diez años desde que los Dursley se despertaron y encontraron a sus sobrinos en la puerta de entrada. Acurrucados cada uno en sus respectivos catres soñaban, pero no por mucho tiempo pues su tía Petunia se había despertado.

—¡Arriba! ¡A levantarse! ¡Ahora!

Nora se levantó de un sobresalto casi provocando que su cabeza chocara con el techo de la pequeña habitación debajo de la escalera. A su lado Harry se daba la vuelta y cerraba los ojos con fuerza, como si quisiera recordar lo que hubiera estado soñando.

—Bueno, dense prisa, quiero que vigilen el beicon. Y no se atrevan a dejar que se queme. Quiero que todo sea perfecto el día del cumpleaños de Duddy.

—El cumpleaños de Dudley... ¿cómo podríamos olvidarlo? —Nora volteaba los ojos.

Harry gimió.

—¿Qué has dicho? —gritó con ira desde el otro lado de la puerta.

—Nada, nada...

Se vistieron y cuando entraron en la cocina se encontraron a su rechoncho primo contando cada uno de sus regalos. Puede que se debiera a que vivieran en una alacena debajo de la escalera, pero siempre habían sido delgados y con un largo cabello azabache, les habían cortado el pelo más veces que al resto de los niños, pero eso no servía de nada, pues al día siguiente volvía a crecer.

—Treinta y seis —dijo, mirando a su madre y a su padre—. Dos menos que el año pasado.

—Querido, no has contado el regalo de tía Marge. Mira, está debajo de este grande de mamá y papá.

—Muy bien, treinta y siete entonces —dijo Dudley, poniéndose rojo.

Ella y Harry se miraron tratando de contener una risa. Tan solo treinta y siete regalos, ¡Una abominación!

Podían ver venir un gran berrinche de Dudley, así que comenzaron a comerse el beicon lo más rápido posible, por si volcaba la mesa.

Tía Petunia también sintió el peligro, porque dijo rápidamente:

—Y vamos a comprarte dos regalos más cuando salgamos hoy. ¿Qué te parece, pichoncito? Dos regalos más. ¿Está todo bien?

Dudley pensó durante un momento. Parecía un trabajo difícil para él. Por último, dijo lentamente:

—Entonces tendré treinta y... treinta y...

—Treinta y nueve, dulzura —dijo tía Petunia.

—Oh —Dudley se dejó caer pesadamente en su silla y cogió el regalo más cercano—. Entonces está bien.

Tío Vernon rió entre dientes.

—El pequeño tunante quiere que le den lo que vale, igual que su padre. ¡Bravo, Dudley! —dijo, y revolvió el pelo de su hijo.

En ese momento el teléfono sonó y tía Petunia fue a contestarlo. Nora pudo ver como a medida que hablaba iba frunciendo cada vez más su ceño.

Cuando volvió a la mesa hizo un gesto hacia ellos y su corazón dio un vuelco.

La boca de Dudley se abrió con horror. Cada año, el día del cumpleaños de Dudley, sus padres lo llevaban con un amigo a pasar el día a un parque de atracciones, a comer hamburguesas o al cine. Cada año, Harry y ella se quedaban con la señora Figg, una anciana loca que vivía a dos manzanas. No podían soportar ir allí. Toda la casa olía a repollo y la señora Figg les hacia mirar las fotos de todos los gatos que había tenido.

Media hora más tarde y un berrinche de Dudley más. No podían creer la suerte que tenían, estaban sentados en el auto camino al zoológico por primera vez en su vida.

WEAKNESSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora