El Hipogrifo

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Draco:

—¡Vamos, daos prisa! —gritó el guardabosques del colegio, que ahora era el profesor de Cuidado de las Criaturas Mágicas—. ¡Hoy tengo algo especial para vosotros! ¡Una gran lección! ¿Ya está todo el mundo? ¡Bien, seguidme!

Draco estaba caminando tan rápido como podía, quería evitar estar cerca de Pansy, quien lo había perseguido durante toda la mañana. No es que ella no le agradara, pero prefería mantenerse lejos, pues Pansy tendía a imaginarse cosas que no eran y probablemente si aceptaba salir con ella, ahuyentaría a todas las chicas que quisieran acercársele durante todos los años que le quedaban en Hogwarts.

Blaise, Crabbe y Goyle iban destrás de él, riéndose de su intento de escabullirse y su humor no mejoró cuando se dio cuenta de que compartirían la clase con los de Gryffindor.

—¡Acercaos todos a la cerca! —gritó el guardabosques—. Aseguraos de que tenéis buenavisión. Lo primero que tenéis que hacer es abrir los libros...

Draco no pudo evitar preguntar:

—¿De qué modo?

—¿Qué? —dijo Hagrid.

—¿De qué modo abrimos los libros? —repitió Draco. Sacó su ejemplar de El monstruoso libro de los monstruos, que había atado con una cuerda.

—¿Nadie ha sido capaz de abrir el libro? —preguntó Hagrid decepcionado.

La clase entera negó con la cabeza.

—Tenéis que acariciarlo —dijo Hagrid, como si fuera lo más obvio del mundo—. Mirad...

Cogió el ejemplar de Granger y desprendió el celo mágico que lo sujetaba. El libro intentó morderle, pero Hagrid le pasó por el lomo su enorme dedo índice, y el libro se estremeció, se abrió y quedó tranquilo en su mano.

Draco no pudo evitar darse cuenta de que Nora estaba parada al lado de Granger. Con una minúscula sonrisa acariciaba su libro y este ni siquiera intentaba morderla.

Draco frunció el ceño, a él su libro casi le arrancaba un dedo.

—¡Qué tontos hemos sido todos! —dijo Draco—. ¡Teníamos que acariciarlo! ¿Cómo no se nos ocurrió?

—Yo... yo pensé que os haría gracia —le dijo el guardabosques.

Draco vio que Nora levantaba la vista de su libro y le lanzaba una mirada a Hagrid.

—A mi si me lo ha hecho, ha sido muy ingenioso Hagrid —dijo Nora con una sonrisa.

Los demás sonrieron. ¿Es que acaso a todos les caía bien?

Eso lo molestó aún más.

—Gracias Nora —dijo Hagrid, que asentía—. Así que... ya tenéis los libros y... y... ahora os hacen falta las criaturas mágicas. Sí, así que iré a por ellas. Esperad un momento...

Se alejó de ellos, penetró en el bosque y se perdió de vista.

—Dios mío, este lugar está en decadencia —dijo Draco en voz alta—. Estas clases idiotas... A mi padre le dará un patatús cuando se lo cuente.

—Cierra la boca, Malfoy —dijo Potter.

—Cuidado, Potter; hay un dementor detrás de ti.

—¡Uuuuuh! —gritó Lavender Brown, señalando hacia la otra parte del prado.

Trotando en dirección a ellos se acercaba una docena de criaturas, las más extrañas que Draco había visto en su vida. Tenían el cuerpo, las patas traseras y la cola de caballo, pero las patas delanteras, las alas y la cabeza de águila gigante. El pico era del color del acero y los ojos de un naranja brillante. Las garras de las patas delanteras eran de quince centímetros cada una y parecían armas mortales. Cada bestia llevaba un collar de cuero grueso alrededor del cuello, atado a una larga cadena. Hagrid sostenía en sus grandes manos el extremo de todas las cadenas. Se acercaba corriendo por el prado, detrás de las criaturas.

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