Saetas de Fuego

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Draco:

—Una cosa si te digo y es que nunca, pero nunca, de verdad nunca voy a aceptar que los muffins de ciruela son mejores que el pastel de calabaza—decía Blaise mientras entraban en el gran comedor.

Draco estaba escuchando atento a la disputa de su amigo contra Crabble sobre que postre era el mejor.

Cuando entró en el gran comedor, se sintió extraño, no sintió nada. Y es que era raro porque durante los últimos días había experimentado una sensación que no podía explicar con exactitud.

Tenía que pasar por la mesa de Gryffindor para llegar a la mesa de su casa. Lo hizo con la mirada al frente, sin distracciones. Obviamente no estaba buscando nada.

Con una sonrisa se sentó, lo había logrado. Blaise se sentó a su lado y Pansy Parkinson se sentó al frente junto con Dafne Greengrass.

—... y entró en los aseos de Myrtle —decía Dafne—. Parecía estar a punto de tener un ataque o algo por el estilo.

Blaise le dio un pequeño codazo a Draco para que viera que podía balancear un plato sobre su nariz.

—No me sorprende, siempre quiere llamar la atención y ahora que está todo tranquilo, es su momento—decía Pansy.

Draco no pudo evitar escuchar lo que estaban diciendo.

—No, Pansy, no parecía estar fingiendo, tenía lágrimas en los ojos... pobre Nora.

Sin siquiera pararse a pensarlo giró la cabeza hacia la mesa de Gryffindor. Granger, Weasley y Potter estaban ahí, este último estaba pálido. Draco recorrió con la mirada la mesa dos veces, alumno por alumno. Nora no estaba ahí.

Se giró hacia Blaise y dijo:

—Voy al baño, te veo en la habitación.

Blaise asintió y lo miró con una ceja levantada, esperando una explicación.

—Luego te cuento.

Su cuerpo parecía moverse solo, por más que su cabeza le exigiera que diera un paso atrás y volviera a sentarse, no podía evitar subir las escaleras para ir hacia los aseos.

Solo sentía la necesidad de encontrarla y lo más extraño es que no entendía... por qué.

Su corazón comenzó a acelerarse a medida que se acercaba, y esa sensación que había esperado sentir en el gran comedor estaba apareciendo.

Llegó al final del pasillo. Solo tenía que girar hacia la derecha, dar unos pasos más y llegaría a los aseos. Se detuvo cuando escuchó su voz:

—Fuera de aquí, Peeves. Es el aseo de las chicas.

—Novata, novata, ¿por qué estas llorando?

—No te incumbe.

Peeves soltó una carcajada, la voz de Nora ahora era seria, casi parecía estar molesta.

—Déjame tranquila.

—¿Acaso has reprobado un examen?

—Déjame en paz.

—Tanto alboroto por un examen. No parecías poder respirar, oh...

De repente se oyó como un golpe.

—NOVATAAAAA

Draco sacó un poco la cabeza para ver que había ocurrido.

Peeves se alejaba volando hacia el otro lado del castillo y Nora tenía la varita en la mano, se daba la vuelta y se dirigía hacia donde él estaba.

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