Sexto Año

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—Severus, ya sé que no debería haber venido; me han dicho que no le cuente nada a nadie, pero...

—¡Entonces deberías callarte! —le espetó Bellatrix—. ¡Sobre todo delante de ciertas personas!

—¿«De ciertas personas»? —repitió Snape con ironía—. ¿Qué he de entender con esas palabras, Bellatrix?

—¡Que no me fío de ti, Snape, como bien sabes!

Narcisa emitió un sonido parecido a un sollozo y se tapó la cara con las manos. Snape dejó su copa en la mesa y se reclinó de nuevo en el respaldo, con las manos encima de los brazos de la butaca, mientras sonreía ante el ceñudo rostro de Bellatrix.

—Narcisa, creo que deberíamos oír lo que Bellatrix se muere por decir; así nos ahorraremos fastidiosas interrupciones. Continúa, Bellatrix —la animó—. ¿Por qué no te fías de mí?

—¡Por un centenar de motivos! —le espetó ella, al tiempo que rodeaba el sofá y dejaba su copa en la mesa con aire decidido—. ¿Por dónde quieres que empiece? A ver, ¿dónde estabas cuando cayó el Señor Tenebroso? ¿Por qué no lo buscaste cuando desapareció? ¿Qué has hecho todos estos años que has pasado con Dumbledore? ¿Por qué impediste que el Señor Tenebroso se hiciera con la Piedra Filosofal? ¿Por qué no regresaste de inmediato cuando él renació? ¿Dónde estabas hace unas semanas, cuando luchamos para recuperar la profecía para el Señor Tenebroso? ¿Y por qué siguen los Potter con vida, Snape, si los has tenido a tu merced durante cinco años?

Hizo una pausa; su pecho subía y bajaba al compás de su respiración, y tenía las mejillas encendidas. Narcisa permanecía inmóvil detrás de ella, sentada y tapándose la cara con las manos.

Snape sonrió.

—Antes de contestarte (sí, Bellatrix, te voy a contestar), te diré que puedes transmitirles mis palabras a los que susurran a mis espaldas y cuentan historias de mi supuesta traición al Señor Tenebroso. Pero también antes de contestarte, respóndeme tú a una cosa: ¿de verdad crees que el Señor Tenebroso no me ha hecho ya todas esas preguntas? ¿Y de verdad crees que si no le hubiera dado respuestas satisfactorias estaría aquí sentado hablando contigo?

—Ya sé que él te cree, pero...

—¿Crees que se equivoca? ¿O que lo he engañado? ¿Que he engañado al más grande de los magos, el más diestro en Legeremancia que jamás ha habido?

Bellatrix no respondió; por primera vez parecía un poco desconcertada. Snape no insistió en su argumento. Cogió su copa, bebió un sorbo de vino y continuó:

—Me preguntas dónde estaba cuando cayó el Señor Tenebroso. Pues bien, me hallaba donde él me había ordenado estar, en el Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería, porque quería que espiara a Albus Dumbledore. Supongo que sabrás que fue el Señor Tenebroso quien me mandó a trabajar allí.

Bellatrix asintió levemente y luego despegó los labios, pero Snape se le adelantó:

—Me preguntas por qué no lo busqué cuando desapareció. Pues por la misma razón por la que no lo hicieron Avery, Yaxley, los Carrow, Greyback y Lucius —inclinó un poco la cabeza al tiempo que miraba a Narcisa—, y también muchos otros. Creí que él estaba acabado. Y no me enorgullezco de ello; me equivocaba, lo admito. Pero si él no hubiera perdonado a los que entonces perdimos la fe, ahora conservaría muy pocos adeptos.

—¡Me tendría a mí! —exclamó Bellatrix con fervor—. ¡Yo pasé muchos años en Azkaban por él!

—Sí, eso fue admirable, desde luego —admitió Snape con tedio—. Claro que desde la prisión no podías ayudar mucho, pero el gesto fue sin duda muy considerado.

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