Los sonrojados

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Estas eran las mejores vacaciones que Nora había tenido nunca, le encantaba estar en la casa de los Weasley; Harry dormía en la habitación de Ron y ella dormía con Ginny quien le había caído excelentemente, unas noches después de su llegada descubrió que la más pequeña de los Weasley estaba enamorada de su hermano.

Los momentos que más adoraba del día era cuando iba a la colina que estaba cerca de la casa junto con Fred, George, Ron y Harry a jugar quidditch. Lo disfrutaba tanto que hasta estaba pensando en probarse para el equipo, solo si surgía la oportunidad. Además podría ver a Fred más tiempo, y no solo conformarse con los momentos en que se lo cruzaba por los pasillos en Hogwarts.

Al domingo siguiente, la señora Weasley los despertó a todos temprano. Desayunaron y se pusieron las chaquetas para salir.

—Ya casi no nos queda, Arthur —dijo con un suspiro—. Tenemos que comprar un poco más... ¡bueno, los huéspedes primero! ¡Después de ti, Harry, cielo!

Y le ofreció la maceta a su hermano. Nora estaba bastante confundida.

—¿Qué... qué es lo que tengo que hacer? —tartamudeó Harry.

—Ah, ellos nunca han viajado con polvos flu —dijo Ron de pronto—. Lo siento, Harry, no me acordaba.

—¿Nunca? —le preguntó el señor Weasley mirándolos a ambos—. Pero ¿cómo llegaron al callejón Diagon el año pasado para comprar las cosas que necesitaban?

—En metro...

—¿De verdad? —inquirió interesado el señor Weasley—. ¿Había escaleras mecánicas? ¿Cómo son exactamente...?

—Ahora no, Arthur —le interrumpió la señora Weasley—. Los polvos flu son mucho más rápidos, pero la verdad es que si no los han usado nunca...

—Lo harán bien, mamá —dijo Fred—, primero obsérvennos a nosotros.

Cogió de la maceta un pellizco de aquellos polvos brillantes, se acercó al fuego y los arrojó a las llamas. Produciendo un estruendo atronador, las llamas se volvieron de color verde esmeralda y se hicieron más altas que Fred. Éste se metió en la chimenea, gritando: «¡Al callejón Diagon!», y desapareció.

—Tienen que pronunciarlo claramente, queridos —dijo a Harry y Nora la señora Weasley, mientras George introducía la mano en la maceta—, y tengan cuidado de salir por la chimenea correcta.

—¿Qué? —preguntó Nora nerviosa, al tiempo que la hoguera volvía a tronar y se tragaba a George.

—Bueno, ya saben, hay una cantidad tremenda de chimeneas de magos entre las que escoger, pero con tal de que pronuncien claro...

—Lo harán bien, Molly, no te apures —le dijo el señor Weasley, sirviéndose también polvos flu.

Harry cogió un pellizco de polvos flu y se acercó al fuego. Respiró hondo, arrojó los polvos a las llamas y dio unos pasos hacia delante.

—Ca-ca-llejón Diagon —dijo tosiendo.

Y desapareció.

—¿Lo logró?—preguntó Nora, mientras agarraba una pizca de los polvo y respiraba antes de decir.—¡Al callejón Diagón!

Se tranquilizó cuando Fred y George aparecieron frente a ella, luego llegó Ron y Nora miró hacia los costados.

—¿Y Harry?—preguntó cuando llegaron Ginny y la señora Weasley.

Todos comenzaron a preocuparse por Harry y decidieron separarse en grupos para buscarlo, Nora fue con Ron y entre las tiendas vio que aparecía una despeinada cabellera castaña.

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