La desgnomización

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Nora

En tan solo segundos los siguientes acontecimientos habían ocurrido:

La señora Mason había salido despavorida de la casa, el señor Mason no había cerrado ningún trato con los Dursley y Nora y Harry habían recibido una carta donde les advertían sobre el uso de magia del ministerio, además de las mil amenazas de tío Vernon.

—No nos habían dicho que no se les permitía hacer magia fuera del colegio —dijo tío Vernon, con una chispa de rabia en los ojos—. Olvidaron mencionarlo... Un grave descuido, me atrevería a decir...

Se echaba por momentos encima de ellos como un gran buldog, enseñando los dientes.

—Bueno, muchachos, ¿saben qué digo? Los voy a encerrar... Nunca regresaran a ese colegio... Nunca... Y si utilizan la magia para escaparse, ¡los expulsarán!

Y, riéndose como un loco, los arrastró escaleras arriba.

Tío Vernon fue tan duro como había prometido. A la mañana siguiente, mandó poner una reja en la ventana de su dormitorio e hizo una gatera en la puerta para pasarles tres veces al día una mísera cantidad de comida. Sólo los dejaban salir por la mañana y por la noche para ir al baño. Aparte de eso, permanecían encerrados en su habitación las veinticuatro horas del día.

—Veo, veo...

—¿Qué ves?

—Una cosa de color blanco, muy blanco...

—Nora, es el techo, esfuérzate.

—Tu turno, sabelotodo.

Ya habían pasado tres días desde su encierro. Harry tenía los pies sobre el marco de la ventana y Nora estaba tirada sobre su cama con los brazos y piernas extendidas, ya era pasada la media noche.

—Veo, veo...

—¿Qué ves?

—Una luz muy brillante...

—¿La lámpara?

—¡No! Nora, no te alarmes pero creo que un auto se dirige hacia nuestra ventana.

—¿Qué?—dijo mientras se sentaba y miraba.

De pronto unas cabezas rojas aparecieron.

Los Weasley estaban afuera.

—¡Ron! —exclamó Harry, encaramándose a la ventana y abriéndola para poder hablar con él a través de la reja—. Ron, ¿cómo has logrado...? ¿Qué...?

Nora corrió hacia la ventana para pararse al lado de su hermano.

Se quedó boquiabierta al darse cuenta de lo que veía. Ron sacaba la cabeza por la ventanilla trasera de un viejo coche de color azul turquesa que estaba detenido ¡ni más ni menos que en el aire! Sonriendo desde los asientos delanteros, estaban Fred y George, los hermanos gemelos de Ron, que eran mayores que ellos.

—¿Qué ha pasado? —preguntó Ron—. ¿Por qué no han contestado a mis cartas? Les he pedido unas doce veces que vinieran a mi casa a pasar unos días, y luego mi padre vino un día diciendo que les habían enviado un apercibimiento oficial por utilizar la magia delante de los muggles.

—No fuimos nosotros. Pero ¿cómo se enteró?

—Trabaja en el Ministerio —contestó Ron—. Saben que no podemos hacer ningún conjuro fuera del colegio.

—¡Tiene gracia que tú nos lo digas! —repuso Nora, echando un vistazo al coche flotante.

—¡Esto no cuenta! —explicó Ron—. Sólo lo hemos cogido prestado. Es de mi padre, nosotros no lo hemos encantado. Pero hacer magia delante de esos muggles con los que viven...

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