Presagio de Muerte

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Nora:

Tal vez no había sido la idea más brillante que hayan tenido, pero no podían permanecer en un lugar donde se creyera que sus padres eran la escoria del universo y se alabaran a los Dursley, que no habían echo más que maltratarlos desde que tenían memoria.

Ahora Harry y Nora estaban jadeando a causa del esfuerzo. Se quedaron sentados, inmóviles, todavía furiosos, escuchando los latidos acelerados del corazón de ambos. Pero después de estar diez minutos solos en la oscura calle, el pánico comenzó a nacer en ellos.

Seguramente el Ministerio de Magia ya se había enterado de que ambos usaron magia fuera del colegio, y debido a que ya habían recibido una advertencia el anterior año, ahora los iban a expulsar, no podrían volver al colegio.

Tampoco sabían que hacer en el mundo muggle, pues no tenían dinero. Les quedaba algo de oro mágico en el fondo de sus baúles, pero el resto de la fortuna que les habían dejado sus padres estaba en una cámara acorazada del banco mágico Gringotts.

—Tal vez podamos hechizar los baúles e ir a sacar nuestro dinero de Gringotts —dijo Harry, como si hubiera estado escuchando sus pensamientos—. Quiero vivir en el mundo mágico, Nora... pero si tu quieres quedarte, estoy dispuesto a hacerlo también.

Nora sonrió, adoraba a su hermano.

—Gracias Harry, pero yo también quiero vivir en el mundo mágico. No puedo negar que al principio me costó adaptarme, pero ahora... no puedo imaginar mi vida sin magia.

Ambos se sentaron en la acera, para meditar su plan unos momentos.

Nora estaba pensando que tal vez podrían quedarse con Hagrid por un tiempo cuando Harry dijo:

—¡Lumos!

Nora se sobresaltó y agarró su varita. Siguió la dirección de la mirada de Harry y vio la puerta de un garage, pero... había algo.

—¡Lumos!—susurró Nora.

Vieron la silueta descomunal de algo que tenía ojos grandes y brillantes. Se echaron hacia atrás. Tropezaron con sus baúles. Harry alargó su brazo para amortiguar la caída de Nora, su varita salió despedida de la mano y él aterrizó junto al bordillo de la acera.

Sonó un estruendo y tuvieron que taparse los ojos con las manos, para protegerlos de una repentina luz cegadora...

Se apartaron rápidamente de la calzada. Un segundo más tarde, un vehículo de ruedas enormes y grandes faros delanteros frenó con un chirrido exactamente en el lugar en el que habían caído. Era un autobús de dos plantas, pintado de rojo vivo, que había salido de la nada. En el parabrisas llevaba la siguiente inscripción con letras doradas: AUTOBÚS NOCTÁMBULO. El cobrador, de uniforme rojo salto del autobús y dijo en voz alta sin mirar a nadie:

—Bienvenidos al autobús noctámbulo, transporte de emergencia para los brujos abandonados a su suerte. Alarguen la varita, suban a bordo y los llevaremos adonde quieran. Me llamo Stan Shunpike. Estaré a su disposición esta no...

El cobrador se interrumpió. Acababa de ver que Harry y Nora seguían sentados en el suelo. Nora recogió su varita y se levantaron de un brinco.

—¿Qué hacían ahí? —dijo Stan, abandonando los buenos modales.

—Nos caímos —contestó Harry.

—¿Para qué? —preguntó Stan, con risa burlona.

—No nos caímos a propósito —contestó Nora enfadada.

Ambos se dieron la vuelta, donde habían visto la figura cuando las luces del autobús parpadearon.

—¿Qué miran? —preguntó Stan.

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