El Centauro

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Nora:

El sábado por la mañana entraron en el Gran Comedor para desayunar en el preciso instante en que llegaban las lechuzas con el correo. Nora y Hermione no eran las únicas que esperaban  con avidez su ejemplar de El Profeta: casi todos los estudiantes estaban ansiosos por saber más noticias sobre los mortífagos fugitivos, quienes todavía no habían sido detenidos, pese a que muchas personas aseguraban haberlos visto.

—¿A quién buscas? —preguntó Harry apartando lánguidamente su zumo de naranja de debajo del pico de una lechuza, y se inclinó hacia delante para leer el nombre y la dirección del destinatario.

Harry Potter

Gran Comedor

Colegio Hogwarts

Harry se dispuso a coger la carta, pero, antes de que pudiera hacerlo, tres, cuatro y hasta cinco lechuzas más llegaron volando y se posaron al lado de la primera disputándose un sitio, al mismo tiempo que pisaban la mantequilla y tiraban el salero en sus intentos de entregarle, antes que las demás, la carta que llevaban.

—¿Qué está pasando aquí? —preguntó Nora, asombrada, mientras los demás ocupantes de la mesa de Gryffindor se inclinaban para mirar y siete lechuzas más aterrizaban entre las anteriores, chillando, ululando y agitando las alas.

—¡Harry! —exclamó Hermione, que a continuación hundió las manos en la masa de plumas y levantó una lechuza que llevaba un paquete largo y cilíndrico—. Creo que sé lo que esto significa. ¡Abre ésta primero!

Nora vio que Harry retiró el envoltorio de papel de color marrón y encontró un ejemplar fuertemente enrollado del número de marzo de El Quisquilloso Sobre la imagen de Harry había unas grandes letras rojas que rezaban:

HARRY POTTER HABLA POR FIN:«TODA LA VERDAD SOBRE EL-QUE-NO-DEBE-SER-NOMBRADO Y LA NOCHE QUE LO VI REGRESAR»

—¿Te gusta, Harry? — preguntó Luna, que se había acercado a la mesa de Gryffindor y se apretujaba en el banco entre Fred y Ron—. Salió ayer. Le pedí a mi padre que te enviara un ejemplar gratuito. Supongo que todo esto —añadió señalando las lechuzas, que seguían buscando un lugar frente a Harry— son cartas de los lectores.

—Lo que me imaginaba —dijo Hermione con entusiasmo—. Harry, ¿te importa si...?

—Tú misma—repuso Harry con expresión de desconcierto.

Nora, Ron y Hermione empezaron a abrir sobres.

—Ésta es de un tipo que cree que estás como una cabra —dijo Ron mientras leía la carta que había cogido—. Ah, bueno...

—Esta mujer te recomienda que hagas un tratamiento de hechizos de choque en San Mungo —comentó Nora, decepcionada, y arrugó su carta.

—Pues ésta no está mal —afirmó Harry despacio, leyendo por encima una larga carta de una bruja de Paisley—. ¡Eh, dice que me cree!

—Éste está indeciso —terció Fred, que se había apuntado con entusiasmo a abrir cartas—. Dice que no cree que estés loco, pero que no le hace ninguna gracia pensar que Quien-vosotros-sabéis ha regresado y por eso ahora no sabe qué pensar. ¡Vaya, qué manera de malgastar el pergamino!

—¡A éste también lo has convencido, Harry! —exclamó Hermione, emocionada—. «Después de leer tu versión de la historia, he llegado a la conclusión de que El Profeta te ha tratado injustamente... Aunque no me guste pensar que El-que-no-debe-ser-nombrado ha regresado, no tengo más remedio que aceptar que dices la verdad...» ¡Es fantástico!

—Otro que cree que has perdido la cabeza —comentó Nora, y tiró una carta arrugada por encima del hombro—, pero ésta dice que la has convencido y que ahora piensa que eres un verdadero héroe; ¡hasta ha incluido una fotografía suya! ¡Toma!

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