Aberforth y Ariana

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Nora:

Al descender, Nora pisó un suelo de asfalto y sintió una profunda nostalgia cuando vio la calle principal de Hogsmeade, tan familiar: los oscuros escaparates, el contorno de las negras montañas detrás del pueblo, la curva de la carretera que conducía a Hogwarts, las ventanas iluminadas de Las Tres Escobas...

Todos estos pensamientos le acudieron en el mismo instante de aterrizar, pero fue sólo un segundo porque, de pronto, cuando apenas hubo soltado los brazos de Harry y Draco, sucedió que... Un grito estalló.

A Nora se le pusieron los nervios de punta y supo de inmediato que lo había desencadenado su aparición. Aunque todavía estaban los cinco bajo la capa, miró a sus amigos, al tiempo que la puerta de Las Tres Escobas se abría de golpe y una docena de mortífagos con capa y capucha salían a la calle a toda prisa enarbolando sus varitas.

Draco le agarró la muñeca a Nora cuando ella fue a levantar la suya, entonces lo entendió: eran demasiados para aturdirlos; si lo intentaban, delatarían su posición. Un mortífago agitó la varita y dejó de oírse el grito, aunque sueco siguió resonando en las lejanas montañas.

—¡Accio capa! —rugió un mortífago.

Se agarraron a los pliegues de la capa invisible, pero ésta no dio señales de abandonarlos: el encantamiento convocador no había funcionado.

—Así que no estás debajo del envoltorio ese, ¿eh, Potter? —gritó el mortífago, y dijo a sus compinches—: ¡Dispersaos; está aquí!

Seis mortífagos corrieron hacia ellos: Harry, Nora, Draco, Ron y Hermione retrocedieron tan aprisa como pudieron por el callejón más cercano, y sus perseguidores no chocaron contra ellos de milagro. Los chicos esperaron en la oscuridad; oyeron las carreras de aquí para allá y vieron los haces que salían de las varitas e iluminaban la calle.

—¡Vámonos! —susurró Hermione—. ¡Desaparezcámonos ya!

—Buena idea —corroboró Ron, pero antes de que Harry replicara un mortífago gritó:

—¡Sabemos que estás aquí, Potter, y no tienes escapatoria! ¡Te encontraremos!

—Nos estaban esperando —susurró Nora.

—Habían puesto ese hechizo para que les avisara de nuestra llegada—añadió Harry.

—Supongo que habrán hecho algo para retenernos aquí y atraparnos...—estaba diciendo Draco cuando alguien lo interrumpió.

—¿Y los dementores? —gritó otro mortífago—. ¡Soltémoslos! ¡Ellos lo encontrarán enseguida!

—El Señor Tenebroso no quiere a Potter muerto. Quiere matarlo...

—¡Pero los dementores no lo matarán! El Señor Tenebroso quiere la vida de Potter, no su alma. ¡Le será más fácil matarlo si antes lo han besado los dementores!

Hubo murmullos de aprobación y el miedo se apoderó de Nora, porque para rechazar a los dementores tendrían que utilizar los patronus, y éstos los descubrirían de inmediato.

—¡Tendremos que desaparecernos, Harry! —susurró Hermione.

En cuanto ella pronunció esas palabras, Nora percibió el débil frío antinatural que se extendía por la calle. Ella y Draco estarían bien debido a su conexión, pero no podía no preocuparse por Harry, Ron y Hermione.

Se apagaron todas las luces del entorno, incluso las estrellas, y en medio de la oscuridad impenetrable Nora notó cómo Harry la agarraba por el brazo.

Los cinco retrocedieron un poco más por el callejón, andando a tientas y procurando no hacer ruido. Entonces vieron llegar una decena de dementores por la esquina; se deslizaban en silencio, ataviados con sus negras capas y dejando ver las manos podridas y cubiertas de costras; las siluetas sólo eran visibles gracias a que su oscuridad era más densa que la del entorno. ¿Acaso percibían el miedo? Nora estaba segura de que sí: los dementores se acercaban más y más, atraídos por la desesperanza disuelta en el ambiente...

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