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'Million to one' Camila Cabello

Me gustaría deciros que las navidades de ese año fueron felices pero mentiría. No quiero decir que fueran horribles, de hecho Blair y Nerea se esforzaron por no dejarme sola mucho tiempo, pero era algo inevitable, ellas tenían familias con las que pasar los festivos y no les iba a dejar anular sus compromisos solo porque yo no tuviese a nadie con quien pasarlas.

Así que, la Nochebuena la pasé viendo películas navideñas, acurrucada en mi sofá con una taza de chocolate caliente y un plato enorme de galletitas de jengibre.

El día de Navidad me abrigué hasta las orejas y me fui a dar un gran paseo por el centro de la ciudad para disfrutar del ambiente, de la decoración de las calles, de la felicidad que se respiraba y no fue del todo desagradable, ya me estaba empezando a acostumbrar a hacer las cosas sola y no se estaba tan mal.

Pero fin de año fue un poco distinto. Habíamos quedado por la noche para cenar los cinco juntos en nuestro piso y luego ir a cualquier bar de copas, pero no me apetecía pararme todo el día encerrada en casa.

Llevaba todas las navidades enclaustrada componiendo con mi guitarra. Mi rutina era siempre la misma, básicamente me levantaba, iba a la cafetería a trabajar, hacía un descanso para comer, me turnaba con Blair para hacer de vez en cuando el turno de la tarde, volvía a casa, me daba una ducha caliente y no salía de mi cuarto hasta que se había hecho completamente de noche y tenía algo nuevo para mandarle a Olimpia.

Me habían dado de plazo hasta el final de las navidades para entregar la maqueta y, aunque al principio si es cierto que me costó mucho centrarme, cuando me dijeron que el tema debía de hablar sobre los sueños frustrados y el no tener fuerzas para avanzar, no fue difícil meterme en el papel y, la verdad, es que no estaba quedando nada mal.

Así que ese día decidí acercarme a una de las calles más transitadas. Coloqué unos pequeños altavoces pegados a una de las paredes, cerca de la tienda gigante de M&Ms, saqué mi guitarra de la funda azul marino con estrellitas, que me había regalado mi tía por mi cumpleaños años atrás, y me planté delante del micrófono, que había colocado de forma estratégica para que el sonido se alcanzara a escuchar a lo largo de toda la calle.

No era la primera vez que tocaba en la calle. Durante los primeros meses que pasé con Olimpia lo hacíamos mucho. Cogíamos nuestras guitarras, un par de altavoces y micros y nos dirigíamos a cualquier parte donde supiésemos que no nos echarían.

Podíamos pasarnos horas cantando, haciendo que la gente se parase a nuestro alrededor a escuchar. Así fue como nos descubrió un dueño de un bar con música en directo de la ciudad. Nos convenció para que tocásemos algunas noches en su local y no estuvo del todo mal, al menos hasta que lo cerraron por ser, al parecer, una tapadera para realizar ciertas actividades ilegales, la verdad que preferí no preguntar los detalles cuando nos encontramos con ocho coches de policía deteniendo a los dueños y a varios de los clientes habituales.

Pero esa vez era distinta, era la primera que iba a cantar sola y rezaba porque los nervios no me jugaran una mala pasada.

Respire profundamente, cerré los ojos con fuerza, me intenté olvidar del frío que sentía en mis dedos y del temblor de mis rodillas y comencé a tocar los primeros acordes.

La melodía sonó suave y ligera a través de los altavoces y varias miradas curiosas se giraron en mi dirección.

Me centré en la guitarra, en colocar mis dedos adecuadamente y rasgar con delicadeza las cuerdas.

Tenía tantos nervios por que saliese bien que sentía la boca seca y me picaba un montón la nariz pero sacudí la cabeza para intentar olvidarme de todo y centrarme en lo importante.

Cuando el ritmo comenzó a ser más potente entoné las primeras notas pero no sonaron muy bien que digamos. Malditos nervios.

Aun así había varias personas que ya se habían parado relativamente cerca, expectantes.

La idea era tocar la nueva canción que estaba componiendo para comprobar si a la gente le gustaba o no, pero me detuve en el último segundo. No podía cantarla, si lo hacía, lo más probable sería que la productora se enfadara conmigo por haberla hecho pública antes de que saliera la película, así que me detuve en seco sin saber qué hacer.

Varios de los transeúntes me dirigían miradas incrédulas y solo consiguieron alterarme más. Estaban expectantes, esperando a que sucediera algo y yo me había bloqueado por completo.

Miré de un lado a otro, sin saber muy bien qué hacer. La gente poco a poco comenzó a darse la vuelta para continuar su camino así que agaché la cabeza, me miré los pies que sentía congelados bajo mis botas militares y decidí que lo que estaba haciendo era una tontería, no tenía nada que cantar y no pensaba ponerme a tocar canciones navideñas, ni de broma, esa no era yo.

Suspiré pesadamente y dejé la guitarra a un lado para comenzar a recoger, hasta que sentí una mano agarrando la parte de abajo de mi abrigo.

Me giré extrañada y me encontré con la sonrisa gigantesca de una niña de unos seis o siete años, que me miraba intrigada.

-¿No vas a tocar nada?- me dijo con su acento británico marcado.

Su mirada era tan dulce e inocente que no me salieron las palabras, tan solo pude dedicarle una mirada apenada y negar con la cabeza.

La niña me puso un puchero y se cruzó de brazos y no pude evitar soltar una risita.

-No sé qué tocar- le confesé mientras me ponía de cuclillas para quedar a su altura.

-¿Eres cantante?- me preguntó señalando el micro.

Asentí.

-¿Y no sabes ninguna canción?- parecía perdida y no me extrañaba, yo también lo estaba.

-Sí, me sé muchas, pero quería cantar una mía.

-¿Y por qué no lo haces? Yo quiero escucharla.

Su sonrisa me derritió el corazón, realmente no hay nada mejor en este mundo que la inocencia de un niño.

-Pero es que no tengo ninguna...

-¿Entonces no eres cantante?

-Supongo que no.

Agaché la cabeza, pensativa. Había compuesto a lo largo de mi vida varias canciones pero nunca las había cantado sola en público, todo lo que tenía eran duetos para Olimpia y para mí, pero nada para...

O espera, sí había una.

-Bueno- la niña se giró antes de avanzar hacia sus padres- hay una pero... nunca la he cantado.

-¡Sí!- chilló entusiasmada- ¡Cántala! Porfiiis.

Torcí los labios pero no me pude negar. Me levanté del suelo, volví a colocarme la guitarra, me acomodé en mi sitio y cogí aire con fuerza.

Está bien, Leyre, tú puedes, total si sale mal nadie de aquí te conoce, así que vamos.

Y comencé poco a poco a tocar las primeras notas de aquella canción que había compuesto años atrás en Madrid. Fue una de las primeras que compuse pero nunca llegué a enseñársela a nadie, no sé por qué. Al igual que tampoco sabía por qué se me había venido de repente a la cabeza.

Hacía mucho que no la tocaba y me daba un poco de miedo que se me hubiese olvidado gran parte, pero en cuanto comencé, el resto de la canción me salió sola, no tenía casi ni que pensar en ella, era increíble lo cómoda que me sentía de repente.

Cada vez había más gente a mí alrededor y pronto comenzaron a sacar sus teléfonos móviles para grabar. Yo no entendía qué narices hacían grabando, solo era una chica cualquiera, tocando una canción cualquiera, en medio de la calle, pero, entonces, me empecé a sentir bien. Empecé a creer que era invencible, ahí de pie, con toda esa gente mirándome, sonriendo, sin perderse detalle de mis manos y mi boca, y me sentí feliz.

Tal vez era una tontería el sentirse llena porque cuatro gatos te aplaudieran, pero para mí fue mucho más que eso, fue el darme cuenta de qué podía hacerlo, de que no podía rendirme, tenía que seguir adelante, costase lo que costase y esa fue la primera vez que realmente creí que, algún día, podría conseguirlo.

Solo yo #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora