acto 0 las horribles calles del imperio

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La vida de Shirou en la ciudad colmena era una lucha constante, una batalla en la que el destino parecía estar en su contra desde el principio. En las entrañas de este sombrío mundo, su nacimiento le condenó a la pobreza, a enfrentar una realidad desoladora.

Vivía en un planeta colmena, un reino opresivo gobernado por el Imperio de la Humanidad, cuyo dominio se extendía desde hace milenios. Sin embargo, su reino no era un paraíso, sino una pesadilla para aquellos atrapados en su abrazo.

El padre de Shirou, según los ecos que llegaban a sus oídos, había sido arrastrado a la Guardia Imperial y nunca volvió. Su madre, incapaz de amamantarlo, lo abandonó cuando tenía solo cuatro años. A partir de ese momento, su existencia se redujo a vagar por las calles atestadas de gente, donde el hedor nauseabundo llenaba cada esquina y hacía retorcerse su estómago.

Shirou aprendió a sobrevivir en un mundo implacable, donde incluso los juegos de niños pudieron ser crueles. Cuando un balón golpeó su rostro, los otros niños se disculparon torpemente antes de seguir jugando. Aunque solo tenía cinco años, ya había entendido que la compasión era un lujo raro en su entorno.

 Aunque solo tenía cinco años, ya había entendido que la compasión era un lujo raro en su entorno

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Su lucha diaria por la supervivencia lo llevó a extremos insospechados. Beber agua de los drenajes era asqueroso, pero era la única opción para apaciguar su sed. A pesar de sus temores de enfermarse, luego bebiendo, convirtiendo su repugnancia en una rutina necesaria.

La comida era un desafío aún mayor. Encontró un lugar donde se repartía comida a los necesitados, y aunque el sabor era repulsivo, comió cada bocado. Sabía que no podía darse cuenta del lujo de rechazarlo; era su unica oportunidad de estabilizar en pie.

Su pequeño cuerpo estaba demacrado, marcado por la lucha constante contra el hambre. Comía apenas tres veces a la semana, y su piel pálida delataba la falta de nutrición. Con apenas 40 libras, su delgadez era un símbolo de su tenacidad.

La falta de higiene era la norma en su entorno. Asumió que el mundo compartía su negación de la limpieza, una adaptación a las condiciones precarias. Y mientras su vida era un desfile de muerte, con los cadáveres llevados por las fuerzas del Imperio, Shirou se volvió insensible a la macabra vista.

Sus poderes seguían latentes, pero los seguían en secreto. Había escuchado sobre los "psíquicos", aquellos con habilidades especiales, y había visto cómo uno de ellos era arrastrado por los soldados imperiales. Temeroso de su propio destino, practicaba en la sombra, ocultando sus habilidades de los ojos del Imperio.

La mención de un chico capaz de realizar trucos de magia atrajo su atención. Sin embargo, antes de que pudiera averiguar más, los guardias imperiales se lo llevaron. A pesar de su deseo de mejorar, temía ser arrastrado como ese chico y desistió de practicar en público.

Un día, mientras caminaba por las calles, vio un mapa gigante de la ciudad. Aunque su conocimiento geográfico era limitado, comprendió que estaba atrapado en la ciudad colmena, un lugar que se extendió como un laberinto oscuro. A pesar de su incertidumbre, estaba decidido a enfrentar la realidad que lo rodeaba.

Cumplir seis años trajo consigo un giro trágico. Cuando las mujeres soldados comenzaron a llevarse a los niños, Shirou luchó por escapar, pero sus intentos fueron en vano

"Este mocoso no entiende la luz del Emperador", gruñó el guardia, su voz cargada de molestia.

"Los niños fuertes son útiles para la milicia", añadió la mujer de pelo blanco, con una crueldad que hacía eco en su tono.

Shirou, envuelto en una mezcla de miedo y determinación, no se dejó amedrentar. Tomó una medida drástica y mordió al guardia, una acción que solo encendió aún más el furor en el corazón del guardia.

"¡Maldito hijo de puta!", rugió el guardia, su enojo estallando en un torrente de palabras ásperas.

Con la rabia como su única arma, Shirou se preparó para escapar, sus pasos tambaleantes lo llevaron hacia la única salida visible. Pero sus intentos de liberarse eran como chispas en la tormenta, efímeros y carentes de poder.

En medio de la lucha por su libertad, un hombre gigante emergió de las sombras, vestido con una armadura azul imponente y portando un equipo pesado que hablaba de su destreza en la batalla. Agarró a Shirou con una fuerza implacable, como si la posibilidad de escapar fuera un sueño inalcanzable.

"Los niños herejes como tú no merecen vivir bajo la luz del Emperador", retumbó el hombre gigante, sus palabras una sentencia irrevocable.

Shirou sintió cómo un puño impactaba contra su rostro, y el dolor se endurecía como una oleada de oscuridad, nublando sus sentidos. El impacto lo desequilibró, y sus dedos se deslizaron por el aire, buscando desesperadamente algo a lo que aferrarse. En ese momento de desesperación, la caída se volvió inevitable, como si las manos del destino lo arrastraran hacia el abismo.

Mientras caía hacia lo desconocido, Shirou se preguntó si alguna vez vería la luz del día otra vez. En medio de la caída libre, su destino parecía sellado, pero el universo tenía otros planes para él.

LA ESPADA DEL EMPERADOR Donde viven las historias. Descúbrelo ahora