acto 4 el pecado de inventar

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Shirou estaba atormentado por las palabras de Lisa sobre los poderes psíquicos de Shidou. Quería evitar pensar en eso, así que decidió salir a dar un paseo para despejar su mente. Al salir, se encontró con Kinessa entrenando a Shidou en el uso de armas de fuego, lo que lo llenó de preocupación al ver a una niña tan joven manejando tales herramientas. Sin embargo, decidió seguir caminando para alejarse de la escena y tratar de calmar sus pensamientos.

A pesar de sus esfuerzos por encontrar paz, su tranquilidad se vio interrumpida cuando vio un vehículo orko acelerando hacia él a toda velocidad. Los orkos se detuvieron justo delante de él y, aunque podía parecer cómico, el hecho de que estas criaturas gigantes se dirigieran a él con tanta urgencia le indicaba que algo importante había sucedido.

Uno de los orkos habló agitadamente, informándole que habían encontrado algo. Shirou, sin saber exactamente qué esperar, permaneció en silencio, esperando a escuchar más detalles. El orko continuó explicando que habían descubierto hombres de "ojalata" en cuevas distantes. La mención de "hombres de ojalata" capturó la atención de Shirou, intrigándolo.

A medida que el orko seguía describiendo lo que habían encontrado, Shirou se dio cuenta de que se trataba de algo importante y decidió que era necesario investigarlo. Estuvo a punto de subirse al vehículo orko para dirigirse a las cuevas cuando los dos orkos que lo acompañaban le ofrecieron su compañía.

-¿Quiere que lo acompañemos, jefe? - preguntaron los orkos, mirando a Shirou con expectación.

-No... quiero ir solo, estaré bien - declaró Shirou con determinación, arrancando el vehículo orko y emprendiendo su camino.

Podría parecer curioso cómo un humano como Shirou manejaba un vehículo orko, pero su conexión con los orkos le permitía adaptarse fácilmente a sus tecnologías. La habilidad de Shirou para alterar la realidad influía en su capacidad para operar los vehículos orkos, que no requerían los mismos controles complejos que los vehículos humanos. Observó cómo otros orkos manejaban los vehículos y, siguiendo su ejemplo, simplemente aceleraba y manejaba el vehículo sin necesidad de complicaciones.

En el interior del vehículo, Shirou notó un mapa que, aunque estaba medio mal dibujado, era comprensible. Utilizó el mapa para llegar a su destino: las cuevas donde se habían detectado los "hombres de ojalata".

Una vez en el lugar, Shirou comenzó a explorar las cuevas en busca de pistas. A medida que avanzaba por los pasillos subterráneos, notó que las puertas estaban abiertas, lo que le indicaba que alguien más había estado allí recientemente.

Sintiéndose en guardia, Shirou materializó sus pistolas bolters, preparado para cualquier posible encuentro inesperado. Continuó avanzando, su mente alerta y sus sentidos agudizados.

Llegó a una puerta cerrada y, sin dudarlo, decidió patearla para entrar. En el interior, encontró lo que parecían ser más pasillos decorados con un material inusual. Los pasillos emitían un aura extraña y desconocida que dejaba claro que estaba en un lugar diferente al que estaba acostumbrado.

Shirou avanzó con cautela, confiando en su intuición y experiencia para guiarlo. Mientras exploraba, notó un interruptor en una de las paredes. Sin dudarlo, decidió presionarlo, curioso por lo que podría activar.

El interruptor pareció tener un efecto inmediato. Algo comenzó a moverse en el pasillo, y Shirou se preparó para cualquier cosa. Una puerta antes cerrada se abrió lentamente, revelando una habitación que emitía una luz tenue y misteriosa.

Decidiendo que no tenía nada que perder, Shirou entró en la habitación, manteniendo sus pistolas listas en caso de peligro. Lo que vio lo dejó perplejo. Frente a él había una serie de seres que parecían ser robots, todos reunidos en lo que parecía ser un ritual religioso, rezando a máquinas. Un sacerdote, a la cabeza de la congregación, lo vio y lo señaló con enojo, acusándolo de ser parte del Imperio.

LA ESPADA DEL EMPERADOR Donde viven las historias. Descúbrelo ahora