acto 1 las cadenas de la guerra

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Shirou emergió de su aturdimiento, encontrándose con una realidad sombría: estaba atrapado junto con otros prisioneros en un vehículo en movimiento. Una pesada sensación en su cuello le recordó la presencia del collar que portaba, un recordatorio constante de su condición.

El vehículo finalmente se detuvo y todos fueron obligados a bajar. Shirou, junto con los demás prisioneros, fue esposado tanto en las manos como en los pies. Las palabras del comisario resonaron en el aire, llenas de desprecio y condena hacia los herejes. Shirou suspiró con resignación, pero su atención se desvió cuando vio a uno de los prisioneros intentando huir.

La brutalidad con la que ese prisionero fue castigado lo dejó sin aliento. Un lanzallamas redujo al hombre a cenizas mientras Shirou observaba horrorizado. Entonces, el comisario apuntó directamente a él, sugiriendo que debería ser el siguiente. Shirou sabía que debía actuar rápido.

Aunque la amenaza pareciera inminente, una aparente distracción ayudó que otro prisionero se escapara. Fue entonces cuando Shirou se dio cuenta de que, en medio del caos, había una oportunidad. Usando su magia de refuerzo, concentró su energía para manipular el collar que llevaba, sobrecargándolo hasta que finalmente se liberó. Una sonrisa se formó en su rostro, había conseguido quitárselo.

Justo cuando creía haber ganado una pequeña victoria, se encontró con otro desafío. Los orkos, conocidos como los chicoz, se abalanzaron hacia ellos con sus armas improvisadas. La confrontación estaba en pleno apogeo mientras Shirou luchaba por sobrevivir.

Eran criaturas brutales y salvajes, pero Shirou se enfrentó valientemente a ellos. Sus espadas brillaron en el aire, cortando y destrozando a los orkos que se le acercaban. Sin embargo, la marea parecía inagotable. Cada vez que abatía a uno, más parecían tomar su lugar.

-¡OYE, ESPEREN UN MOMENTO! - gritó Shirou, levantando una mano en un intento desesperado por detener la avalancha de orkos que se abalanzaban sobre él.

Algunos chicoz se detuvieron por un instante, mirando a Shirou con expresiones confundidas. Parecía que al menos algunos de ellos estaban preparados para escuchar lo que tenían que decir. Pero pronto, las miradas confundidas se transformaron en risas burlonas y gruñidos de desprecio.

-¡Escuchen , amigos! - continuó Shirou, intentando mantener la calma y la compostura en medio de la situación caótica. - No ganaremos nada peleando entre nosotros. No somos enemigos. Hay algo más grande en juego aquí.

Sin embargo, sus palabras cayeron en oídos sordos. Los chicoz no parecían dispuestos a detenerse para escuchar un discurso razonado. A medida que avanzaban hacia él, Shirou intentó desesperadamente encontrar las palabras adecuadas para persuadirlos.

-¡Esperen ! - exclamó Shirou, alzando la voz para tratar de llamar la atención de al menos uno de ellos. - ¡Tenemos un enemigo común! Los humanos también están luchando contra esos seres aterradores. ¡Si unimos fuerzas, tenemos una oportunidad de sobrevivir!

Unos pocos orkos parecieron titubear por un momento, pero pronto se dejaron llevar por la emoción de la pelea. No había forma de razonar con ellos en ese momento. Sus instintos brutales y su amor por la lucha eran demasiado fuertes para ser disuadidos por palabras.

Los chicoz que habían dudado momentáneamente se unieron nuevamente a la refriega, ignorando las palabras de Shirou por completo. La pelea continuó con la misma ferocidad que antes, y Shirou se vio obligada a exigirse en defenderse y luchar por su vida en lugar de intentar persuadir a sus enemigos.

Shirou recibió puñetazos y golpes, pero continuó luchando, su determinación era palpable. Llegó un momento en el que enfrentó a un grupo de orkos cuerpo a cuerpo, usando sus habilidades cuerpo a cuerpo para mantenerse firme. Sus movimientos eran rápidos y precisos, su agilidad le permitía esquivar golpes y contraatacar con ferocidad.

-OYE, ¡MIRAD A ESE HUMANEJO DÁNDOLES GOLPES A LOS CHICOZ! - exclamó un orko, llamando la atención de su jefe.

-¡AH, ASÍ QUE QUIERES JUGAR, EH? ¡CHICOZ, MOSTREMOS A ESTE HUMANO QUIÉN MANDA AQUÍ! - rugió el orko líder, provocando una algarabía entre sus compañeros. Los chicoz dejaron caer sus armas improvisadas con un estruendo y avanzaron hacia Shirou, desarmados y listos para el combate cuerpo a cuerpo.

El líder orko, un caudillo imponente, finalmente entró en escena. Era un gigante en comparación con los otros, una bestia descomunal que emanaba un aura intimidante. Agarró a Shirou como si fuera un muñeco y lo lanzó a una distancia considerable. El impacto contra una roca dejó a Shirou aturdido, sus costillas se quebraron bajo el brutal golpe.

A pesar de sufrir heridas graves, Shirou no se rindió. Se enfrentó al líder orko, agotado y herido, pero con una tenacidad indomable. Sin embargo, el caudillo sobresalió ser aún más formidable, y un poderoso golpe lo dejó inconsciente, su visión oscureciéndose mientras caía en la inconsciencia.

La batalla contra los orkos había terminado por ahora, pero Shirou había dejado una marca. Su valentía y determinación habían dejado una impresión en aquellos que lo rodeaban, tanto en el imperio como en los orkos. A medida que la marea de la batalla siguió su curso, el destino de Shirou permaneció incierto.

LA ESPADA DEL EMPERADOR Donde viven las historias. Descúbrelo ahora