acto 5 la espada sepultada entre cadáveres

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Shirou despertó de su desmayo después de una hora, encontrándose en un estado maltrecho. A su lado, un imponente titán de 2 metros, Draco, lo observaba con seriedad.

-¿Draco? ¿Eres tú? - preguntó Shirou, recobrando la conciencia.

-Sí, soy yo. Aunque es un gusto verte de nuevo, creo que no hay tiempo para trivialidades - respondió Draco con un tono serio.

Shirou se levantó con dificultad, mirando a su alrededor y dándose cuenta de que estaba en el mismo lugar donde había perdido el conocimiento.

-¿Y los soldados? Pensé que... - comenzó a decir Shirou, pero fue interrumpido por Draco.

-Les ordené que se retiraran y que yo me encargaría del resto. Lo más probable es que, a los ojos del Imperio, estés muerto. Pero eso no es lo importante. Karn está en este planeta, no muy lejos de donde creo que estamos - dijo Draco, mientras su mirada se perdía en el horizonte.

Shirou no conocía a Karn, pero tenía la sospecha de que se refería al marine rojo que lo había atacado anteriormente.

-Está bien, pero no era necesario traer todo un ejército para enfrentarme. Un simple saludo habría sido suficiente - expresó Shirou, un tanto molesto por la brutalidad del ataque.

-Eso no lo hice yo, Shirou. Otro comandante lideró este ataque. Un comisario, quien también está aquí. Fue él quien ordenó esta ofensiva, y parece que ahora está atacando a tus orkos - explicó Draco con seriedad, fijando su mirada en Shirou.

La revelación tomó a Shirou por sorpresa. No tuvo tiempo para considerar sus palabras, ya que acto seguido salió corriendo en dirección a donde se encontraban sus orkos

Shirou dejó que el Salamandra se fuera, sabiendo que pronto lo alcanzaría. Al llegar a la zona donde los orkos y los soldados de la Guardia Imperial luchaban, pudo observar cómo los humanos tenían la ventaja y se mantenían firmes en la batalla.

En medio de una montaña de cadáveres, los orkos habían formado una especie de escalón improvisado. Shirou se preguntó quién podría estar en la cima de ese montículo. Al subir con cuidado, encontró a Bruz, gravemente herido, y al licenciado con su mano derecha destrozada.

Sin embargo, la atención de Shirou se desvió hacia un hombre que se enfrentaba a los orkos con una determinación abrumadora. Los orkos parecían aterrorizados, y Shirou no lograba entender la razón detrás de su temor.

Bruz, horrorizado, agarró la pierna de Shirou y le suplicó con voz temblorosa:

-¡Jefe, no vaya allí! ¡Usted no podrá contra él!

El licenciado intervino, igual de atemorizado:

-No puedes ganarle a ese humano, simplemente no puedes. Solo el Gran Profeta del Armagedón puede enfrentarlo.

-Sí, el rival del Señor de la Guerra...

-El hombre más astuto que un humano común...

-Es Hombre Garra...

-Él es el Ojo Rayado, Yarrick - dijeron los orkos en unísono, llenos de miedo.

En ese momento, el cazador enfocó su mirada en la dirección de Shirou. Los orkos sobrevivientes taparon sus ojos y huyeron despavoridos.

Shirou permanecía inmóvil, sintiendo una extraña presencia que le hizo sudar levemente. Observó a un anciano con una garra orkoide en lugar de su mano derecha. A pesar de su edad, seguía siendo parte del ejército, con un ojo rojo y un traje de comisario. Era Sebastián Yarrick.

-Vaya, así que los rumores eran ciertos. Un humano aliado con los orkos. Debo admitir que estoy impresionado, aunque no puedo permitir que alguien como tú ensucie el nombre de la humanidad. Debes ser exterminado - declaró Yarrick mientras se acercaba a Shirou con determinación.

Shirou materializó sus dos espadas, sorprendiendo a los orkos del ejército de Shirou. El Ojo Rayado Yarrick contra el Jefe. Los orkos estaban asustados, conscientes de que Shirou no podría ganar, no mientras Yarrick fuera el rival del Profeta del Armagedón.

Shirou se lanzó a gran velocidad contra Yarrick, pero este bloqueó cada uno de sus ataques con destreza. A pesar de separarse, Shirou no logró acertarle con su bolter, ya que Yarrick esquivó los disparos con facilidad y le cortó la mejilla a Shirou.

Sin embargo, lo peor estaba por venir. Shirou sintió su brazo ser cercenado por Yarrick. No solo había cortado su mejilla, sino que también había logrado cortarle el brazo. Shirou invocó su Gae Bolg y disparó un poderoso ataque, pero Yarrick movió la cabeza a tiempo, esquivando el disparo y causando una explosión detrás de él.

Yarrick sacó su arma y disparó contra Shirou, quien bloqueó varios disparos, pero uno logró impactar en su ojo. Aprovechando la distracción, Yarrick usó un pequeño cuchillo para cortar el muslo de Shirou. Shirou estaba agotado y frustrado.

El anciano de guerra, Yarrick, golpeó a Shirou en la cara con un fuerte rodillazo que rompió su nariz. Gritando que no permitiría que tocara al Imperio, Yarrick pisoteó la recarga de Shirou.

A pesar de todo, Shirou logró reponerse y lanzó sus espadas explosivas hacia Yarrick, creando una gran explosión. Los orkos sabían que esto no sería suficiente. De las llamas y la energía que rodeaban a Yarrick, este disparó en el otro ojo de Shirou, dejándolo ciego.

Shirou cayó al suelo, sintiendo cómo una espada lo atravesaba. Yarrick activó la motosierra de la espada, destrozando la mayor parte de los órganos de Shirou. El Jefe de los orkos quedó inerte en el suelo.

El Salamandra, que había estado observando la pelea, quedó sorprendido por el resultado. El hereje Shirou había sido derrotado por la fuerza y habilidad de Yarrick.

LA ESPADA DEL EMPERADOR Donde viven las historias. Descúbrelo ahora