Capítulo 160: La guerra: Infantería

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La caliente oleada de poder en el cuerpo de Remus no se disipó tan rápidamente como antes, tal vez porque simplemente siempre había estado allí, solo que ahora sabía cómo sintonizarla. O por otro lado era un mecanismo de defensa. Quizá su instinto le estaba tratando de advertir lo que vendría después.

Todos en la cripta podían sentirlo. Algunos de ellos se pusieron de pie ansiosos. Livia cerró los ojos y suspiró de placer.

Los pasos rápidos y pesados resonaron desde la iglesia de arriba. La adrenalina inundó el cuerpo de Remus cuando la losa de concreto que cubría la entrada de la cripta fue apartada.

Greyback descendió. Se veía diferente a como había estado antes. Ahora no estaba a la defensiva. Sonreía, su postura y su aroma eran acogedores. Se veía amable.

El corazón de Remus dio un vuelco.

Greyback sonrió, sus ojos oscuros y reservados como el bosque.

— Remus Lupin — dijo. — Creo que es hora de hablar.

Remus asintió, asombrado.

Greyback asintió también, todavía sonriendo, luego se volvió y comenzó a subir las escaleras de nuevo. Remus lo siguió sin siquiera mirar atrás. Finalmente, finalmente, esta era su oportunidad. Para hacer qué, aún no lo sabía. Todo lo que Remus sabía en ese momento era que su padre había venido a buscarlo y estaba eufórico.

El aire se volvió más fresco y limpio a medida que salieron a la superficie de la iglesia en ruinas, y Remus respiró profundamente, cerrando los ojos. La tarde estaba cayendo; fresca y silenciosa. Bajo las nubes tenuemente iluminadas, el bosque a su alrededor se estaba transformando del día a la noche, las criaturas nocturnas bostezaban, se estiraban y salían arrastrándose de sus agujeros y túneles.

Greyback condujo a Remus por el pasillo de la iglesia, hasta la salida arqueada, y caminaron, no muy lejos, a través de los delgados árboles jóvenes de hayas, pasando por robustos robles ingleses, hacia un estrecho sendero escondido que conducía a una especie de cueva en la base de una colina. Una guarida.

Sin mirar atrás, Greyback entró, agachándose solo un poco en la entrada antes de enderezarse mientras la boca de la guarida se abría más y más arriba de lo que Remus podría haber anticipado desde el exterior. Lo siguió, porque no había nada más que hacer.

Adentro olía a casa. Tierra y bosque y carne y lobo.

Aunque no había una fuente de luz natural, tan pronto como Greyback entró, una serie de antorchas a lo largo de las paredes del estudio se encendieron, creando un espacio cálido y acogedor. Incluso había una pequeña fogata con un caldero de peltre colgado por encima, rebosante de algo que olía espeso y sabroso. Una mesa de madera junto a la chimenea estaba cargada de comida de todo tipo: carne recién cazada y desollada, cuencos de frutos secos y bayas, setas, ortigas y pan.

Los costados de la cueva habían sido tallados en estantes y huecos llenos de libros y pergaminos. Habían algunos taburetes de madera esparcidos por todos lados, y Greyback hizo un gesto para que Remus se sentara.

Remus se sentó, mirando a su alrededor. Más atrás, escondida entre las sombras, podía oler una cama, o al menos el lugar donde Greyback dormía.

Sin embargo, era rl olor del estofado lo que más lo distraía. Remus había tomado la mayoría de sus comidas a una temperatura baja durante la última semana y media en la oscuridad. El delicioso olor de una comida caliente amenazaba con abrumarlo.

All the young dudes - españolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora