Capítulo 174: Armisticio

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Armisticio: Suspensión de hostilidades pactada entre pueblos o ejércitos beligerantes.

James fue el primero en morir. Remus debería haber esperado eso. James habría estado esperándolo en la puerta si hubiese podido; no se le habría pasado por la cabeza la idea de esconderse, o huir.

Luego le siguió Lily, parada frente a su hijo. Remus se imaginó su rostro desafiante, sus manos agarrando los lados de la cuna, sus ojos verdes ardiendo. Ella se habría encontrado con la muerte con los ojos bien abiertos en cualquier ocasión, eso era seguro.

Y después fue Peter. Oh, Peter, el idiota, el valiente y ridículo idiota. Debió haber oído hablar de James y Lily, debió de haber sabido de inmediato quién tenía la culpa. Después de todos aquellos años estando en la sombra de James y Sirius, el primer instinto de Peter había sido enfrentarse al mismísimo Black.

Sin darse cuenta, había llevado a los Aurores directamente a Sirius, por lo que su brutal muerte no había sido completamente en vano.

Directamente a Sirius.

Y ahí comenzaba el bloqueo. Como una cortina cayendo sobre la escena, la mente de Remus no podía tocar a Sirius. No podía llegar allí; no podía imaginar nada de eso. Supuso que esa era la forma en que su cerebro lo protegía. Ya le dolía lo suficiente el solo hecho de conocer los acontecimientos de aquella noche.

Mary fue a verlo tan pronto como colgó el teléfono. Ella era la única persona que podía haber tolerado, de todos modos, y Dios; ella era tan fuerte. Él apoyó la cabeza en su regazo y ella le acarició el cabello como una madre.

— Sirius, — lloró, una y otra vez, aferrándose a su falda, — ¡Sirius!

— Lo sé, — susurró ella, las lágrimas corrían por sus mejillas, goteando en su cabello. — Lo sé, lo sé...

Había traído un somnífero y Remus se lo tomó con avidez, ansioso por escapar. Mientras dormía, Mary se encargó de empacar todas las cosas de Sirius. Toda su ropa, sus discos, sus libros. Cuando Remus se levantó, el piso se veía casi vacío.

— Le pedí a Darren que llevara las cajas al garaje, — explicó. — No es necesario que toques sus cosas, no hasta que estés listo. La motocicleta no está, no sé dónde estará.

— Él seguro se la llevó. — Remus dijo, sintiéndose entumecido. Ya se estaba preguntando cuánto alcohol tenía guardado en el departamento y si debería o no esperar a que Mary se fuera antes de empezar a tomar un poco.

— Remus... tengo que irme, ahora. — Dijo suavemente, levantándose y abrazándose a sí misma. Ella se veía pequeña. Mary siempre había sido una chica alta la mayor parte de su vida, pero Remus se dio cuenta de que apenas podía llegar a medir 1,65m.

— Sí, por supuesto. — Murmuró. Definitivamente tenía algo de ginebra debajo del fregadero de la cocina.

— Me iré por un tiempo, — dijo. — Me voy... Darren me va a llevar a Jamaica, para quedarme con mi familia. Necesito un tiempo fuera, no sé cuándo volveré.

— Oh. — La miró a los ojos, correctamente. No llevaba maquillaje; no había visto a Mary sin delineador de ojos y lápiz labial desde que tenía doce años.

— ¿Hay… alguien que pueda pasar a verte? No me molestaría hacer una llamada por tí...

— Está bien. — Él dijo: — No te preocupes por mí.

— Sabes que lo haré. — Dijo, sonriendo a medias. — ¿Estás seguro de que no hay nadie a quien pueda contactar?

— No hay nadie. —Él dijo. No tengo a nadie.

— ¿Quizás... deberías hablar con Moody? ¿O Arthur?

— Sí, buena idea. — Remus asintió. No quería hablar con nadie, pero no quería que ella se preocupara. — ¿Sabes... qué se supone que debemos hacer ahora?

— No lo sé.

— ¿Has hablado con Dumbledore?

— Ja. — Mary resopló, — Buena suerte con él. Está demasiado ocupado siendo felicitado por el Ministerio. Probablemente estará en el... servicio conmemorativo.

Remus sintió como si una espada helada se retorciera en su estómago. Esto no podía ser real.

— ¿Por qué nosotros? — dijo, mirándola, desesperado por respuestas: — De todos. ¿Por qué nos quedamos tú y yo, y no Lily y James? ¡¿Quién decidió eso?! ¡Es una mierda!

— Lo sé, cariño. — Dijo ella en voz baja. — Lo sé.

No pudo esperar más, fue a la cocina y tomó la botella abierta más cercana del armario. Ginebra, sobrante de una fiesta u otra. No se sirvió un vaso, solo bebió.

— Remus, — dijo Mary, mordiéndose el labio, mirándolo desde la sala de estar, — realmente tengo que irme... ¿Me prometes que te pondrás en contacto con Arthur?

— Sí. — Él asintió. Solo quería que ella se fuera, ahora. — Nos vemos.

— Adiós amor. Volveré, lo prometo.

Y ella se fue. Y Remus se quedó solo.

All the young dudes - españolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora