Julián • Sábado 24 de Diciembre de 2022

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Recién salía de bañarme cuando agarré mi celular.

—¿Qué estás haciendo bebé? ¿Qué vas a ponerte hoy? Hace como veinte minutos que te escribí y ni bola.

Sonreí escuchando el mensaje de Enzo porque él me estaba contestando cuando quería, pero pretendía que yo esté todo el día pegado al teléfono para él. Igual sí lo estaba, porque lo extrañaba. Me había acostumbrado a estar con él las veinticuatro horas en Qatar y ahora me estaba costando acomodarme a la vida real. El mundial había sido un sueño en todos los sentidos.

Después de haberme vuelto a Córdoba, me di cuenta de que Enzo podría estar perfectamente unos días conmigo antes de volver a Europa. Y, aunque le insistí varias veces para que vaya a visitarme, me dijo que no podía. Tampoco me dio demasiadas explicaciones, y yo terminé eligiendo no pedírselas. Creía que era porque estar en mi casa significaba tener que ocultar todo adelante de mi familia y tal vez consideraba que venir para fingir ser solo amigos no valía la pena.

Ya eran como las ocho de la noche cuando le contesté con una foto mía vestido para la cena de Navidad. Pero él no me respondió. Ni siquiera se marcaban los dos tildes. Me pregunté qué estaría haciendo antes de pensar que tenía que empezar a entrenar un poco la confianza porque sino nos iba a ir muy mal en el próximo año y no quería eso. Además, a pesar de la cagada que se había mandado mintiéndome, siempre me había sido fiel. No como yo, que desde que le di ese beso a Alexis estaba arrepentido de haberlo traicionado solo por haber sentido un segundo de curiosidad.

Como sea, no era el día para sentirse culpable. Esa noche íbamos a ser únicamente mis hermanos y mis papás, porque con todos los festejos del mundial y la cantidad de gente que había estado viendo en los últimos días la verdad era que necesitaba un poco de paz, y por suerte el resto de mi familia lo entendió.

Estaba ayudando a mi mamá a poner las ensaladas en la mesa del patio cuando escuché que tocaron la puerta. Fue Agu el que se acercó a atender porque, como siempre, era el único que estaba al pedo.

—Perdón por llegar tarde —lo escuché decir a lo lejos.

Y era obvio quién era. Porque esa voz increíble la podía reconocer incluso en el lugar más ruidoso del planeta.

Dejé las cosas que tenía en la mano en cualquier lado y me apuré a ir a ver si era real. Cuando llegué a la entrada ahí estaba, saludando a mi hermano. No pude hacer otra cosa que abrazarlo con una sonrisa.

—Hola —me dijo riéndose mientras me envolvía con sus brazos.

—¿Qué hacés acá? —le pregunté sin soltarlo.

—Me habías invitado, ¿no?

Sonreí y miré a Agu. Estaba seguro de que tenía algo que ver porque era el único que sabía lo nuestro.

—Yo no hice nada —se defendió levantando las manos.

—Sí claro.

—Le pedí yo que sea sorpresa —lo ayudó Enzo separándose.

—Bueno, andate para allá pendejo —le dije a mi hermano mientras lo empujaba y él me tiraba una patada antes de irse.

Enzo se rió y se puso a mirar alrededor suyo.

—Así que esta es tu casa —comentó.

—Sí —sonreí.— Vení que te muestro.

—Vos no vas a mostrarle nada a nadie porque ya está listo el asado —dijo mi mamá que venía acercándose.

Se sorprendió un poco de verlo ahí y lo saludó con un abrazo. Igualmente, mi familia ya lo conocía desde que jugábamos juntos en River, y sabían lo amigos que éramos.

Desde tu primera sonrisa - Julián y EnzoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora