Julián • Lunes 18 de Enero de 2021

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Enzo cerró la puerta y lo único que pude hacer fue quedarme mirando ese pedazo de madera por lo que me pareció una eternidad. Tenía tantas cosas en la cabeza que no lograba pensar realmente en ninguna. Ni siquiera podía moverme porque estaba seguro de que cuando me levantara las piernas no iban a responderme. Las sentía cosquillear y sabía que no era por cansancio. También tuve que tocarme los labios para intentar calmar la sensación que me habían dejado esos besos, pero no había manera.

¿Qué era lo que acababa de pasar? ¿Qué había venido a buscar Enzo a mi habitación? ¿Quería solo comprobar alguna teoría loca que se le habría cruzado por la cabeza o tendría una verdadera razón? Tenía un poco de miedo de saber la respuesta a esas, y a todas las otras preguntas que me estaba haciendo a mil por hora. Me tiré para atrás dejando que los brazos cayeran a los costados de mi cabeza y sentí que el techo se movía un poco antes de cerrar los ojos.

***

Debía haber estado cansado, porque cuando los abrí de nuevo noté que ya no entraba luz tan clara por el espacio entre las cortinas, sino más bien una de color anaranjada que me decía que no faltaba mucho para la noche.

Miré la hora en el celular y no podía creer cómo nadie había ido a despertarme. Sentía la panza pidiéndome comida como si hubiera hibernado una temporada entera. Me senté en la cama y recién ahí me acordé de lo que había pasado unas horas antes. ¿Dónde estaba Enzo? ¿Qué estaría haciendo? Volví a mirar mi teléfono. Como de costumbre, ni un mensaje suyo. ¿Lo había soñado? Imposible. Estaba seguro de que había pasado porque todavía sentía el calor de sus manos agarrándome.

Necesitaba verlo. Me levanté estirándome y fui a lavarme la cara antes de salir de la habitación. Quería buscar a Enzo, pero mientras estaba terminando de cerrar la puerta sentí que alguien me hablaba desde la otra punta del pasillo.

—Te venía a buscar —me saludó Bruno.— No sé dónde estuviste metido todo el día.

—Durmiendo —le respondí mientras sonreía.

—¿Estuviste durmiendo hasta recién? Qué hijo de puta —dijo riéndose.— Vamos a cenar mejor.

Lo seguí hasta el comedor, donde ya estaban la mayoría de los chicos, incluido Enzo. No se dio cuenta de que yo había llegado, estaba muy ocupado hablando y riéndose con Gonzalo y Matías. Se sirvió la comida distraído con ellos y cuando me vio en la fila me sonrió y guiñó un ojo. Quise disimular pero me subió un calor por el cuerpo que hizo que le devolviera la sonrisa como un estúpido.

Enzo siguió su camino y se sentó en la mesa con los mismos con los que estaba. Cuando quise ir a sentarme al lado suyo me di cuenta de que los lugares ya estaban todos ocupados y no me quedó otra que quedarme con una silla más alejada. No podía parar de mirarlo mientras comía porque no dejaba de reírse con esa sonrisa que me volvía loco. Si se dio cuenta no le importó porque después de terminar, levantó sus cosas y se fue sin volver a prestarme atención.

***

Terminamos de comer y a los chicos se les ocurrió que podíamos quedarnos jugando al truco. Acepté, porque con todo lo que había dormido lo que menos tenía era sueño, y además porque realmente tenía ganas de jugar.

Elegimos los equipos al azar y ya íbamos por la mitad del partido cuando sentí unas manos tibias que me agarraron los hombros. Antes de ver quién era, habló.

—Yo también quiero jugar —dijo Enzo.

—Ya somos seis —contesté mirándolo por el costado.

—Entonces me voy a ir a buscar a dos más, así cuando terminen jugamos contra los que ganen.

Sonrió y me apretó un poco los hombros antes de irse sin esperar que nadie le respondiera. Era increíble lo nervioso que me ponía con solo tocarme. Esperaba que el ardor que sentía en la cara no fuera visible para mis compañeros.

Enzo apareció a los cinco minutos con Gonzalo y Germán y se quedaron esperando a que termináramos, como había dicho. Cuando ganamos, lo primero que hizo fue sentarse en frente mío y cruzarse de brazos.

—A ver si a mí me podés ganar —dijo, desafiándome.

—Seguramente sí —le respondí, queriendo seguirle el juego.

Se rió, no sé si de mí o conmigo, pero no me importó. Me conformaba con tenerlo en frente y poder mirarlo todo lo que quisiera sin que nadie me juzgara.

Al final jugamos cuatro partidos, porque siempre que ganaba un equipo, el otro lo empataba en el siguiente. Ya eran las tres de la mañana y todos querían irse a dormir menos Enzo, que necesitaba terminar con el marcador a favor para ser feliz.

Los demás decidieron que ya era suficiente y se levantaron para volverse a sus habitaciones.

—Yo todavía no tengo sueño —le dije.

—Yo tampoco, y necesito ganarte.

Me reí y él agarró las cartas para mezclarlas antes de repartir. Quería ganarme en serio, lo conocía lo suficiente como para saber que no le gustaba perder en nada, ni siquiera empatar lo conformaba.

***

Cuando terminamos el quinto juego, sonrió satisfecho.

—Bueno, ya me puedo ir a dormir.

—Sí, te podés ir a cagar también.

—Eh, no te enojes —dijo riéndose.— Haber ganado un partido de cinco tampoco está tan mal.

—Repito: andate a cagar.

—¿Sabías que cuando te enojás te sale más acento? —estaba a punto de quejarme cuando siguió.— Me da ternura.

No pude evitar sonreír como un tarado mientras negaba con la cabeza.

—Vamos a dormir —me dijo, y se levantó.

Su habitación estaba en la planta baja, cerca de las escaleras que me llevaban al primer piso. El lugar estaba desierto y ya empezaba a entrar la luz del amanecer por las ventanas cuando llegamos a su puerta.

—Hasta mañana Juli, descansá.

Antes de que pudiera hacer nada, le agarré la cara con las manos y lo besé. Enzo dejó nuestros labios juntos unos segundos y se separó.

—Acá no tarado, nos puede ver cualquiera —apenas lo escuché por lo bajo que habló.

—No hay nadie —le contesté mirando para todos lados, solo para asegurarme.

—No importa Julián, no lo vuelvas a hacer.

Entró a la habitación y cerró atrás suyo. Me quedé unos minutos mirando la puerta y pensando en si yo había estado mal o si él había exagerado. Como sea, mientras subía la escalera no podía evitar sonreír solo. Esa mañana Enzo me había besado y estaba seguro de que, aunque sea por esos minutos, había sido la persona más feliz de todo el mundo.

Desde tu primera sonrisa - Julián y EnzoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora