Julián • Epílogo de la Primera Parte

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Cuando me desperté Enzo no estaba al lado mío, lo cual ya era raro. Tampoco estaba Fernet, al que obviamente habíamos llevado con nosotros.

Ya habían pasado unas semanas desde que había ido a buscar a Enzo a Londres. Y, al día siguiente del partido al que fui a verlo, volvimos a nuestra casa en Birmingham, los tres juntos. Desde ahí que no nos habíamos separado más.

Igualmente, ahora estábamos en algún lugar de Inglaterra, o de Escocía. La verdad no tenía idea. Nunca me había podido sacar de la cabeza, ni de los mensajes destacados, el audio de Enzo diciéndome que quería llevarme un fin de semana en una cabañita por el sur. Bueno, resultaba que ya no estábamos más en Argentina, así que no podía ser en la Patagonia. Y había sido yo el que había organizado todo, porque lo quería tener para mí solo. Hasta me había encargado de hablar con los de Chelsea para que lo dejaran escaparse dos días de las prácticas. Estaba dispuesto a hacer cualquier cosa con tal de que estuviera las veinticuatro horas prestándome atención, mimándome, haciéndome reír. Me encantaba.

No sabía qué hora era pero suponía que no podía ser muy temprano porque habíamos llegado medio tarde la noche anterior. Habíamos salido cuando volvimos los dos de entrenar y no fueron menos de cinco horas de viaje hasta donde estábamos.

Escuché ruidos en la cocina, así que me levanté. La cabaña era toda de madera y piedra, hermosa. Parecía sacada de un cuento. Por fotos me había parecido perfecta para vivir mi propia historia de amor, y en persona no me había decepcionado.

Tenía calefacción, obviamente, pero igual agarré una de las frazadas para ponérmela en los hombros porque Enzo se había encargado de sacarme toda la ropa la noche anterior, y así seguía.

Encontré a mi marido, de espaldas a mí, muy ocupado cuidando unas tostadas para que no se quemaran. Tenía puesto un pantalón largo, pero nada arriba. Y cómo me gustaba esa espalda tatuada que parecía estar hecha para ser el objetivo de mis besos.

Sentado al lado suyo, mirándolo muy atentamente, estaba Fernet. Obvio que iba a estar con él, si lo seguía a todos lados. Ya había comprobado que lo quería más que mí, y la verdad no lo culpaba. Después de todo, dicen que el perro se parece al dueño, así que le había enseñado bien que Enzo era el hombre más importante de nuestras vidas.

—Buen día mi amor —le dije abrazándolo de atrás y haciendo puntitas de pie para darle un beso en el cachete.

—Hola precioso —me respondió con una sonrisa mientras apoyaba sus manos en las mías.— ¿Te desperté con el ruido? ¿Cómo dormiste?

—No, no me despertaste. Y ya sabés que siempre duermo muy bien cuando me cogés como anoche.

Empecé a darle besos en el cuello. Enzo, como si fuera un acto reflejo, lo estiró para que yo tuviera más piel disponible.

—Cuidado que te vas a quedar sin desayuno.

—No —me quejé.— Desayunemos y después te dejo que me hagas lo que quieras.

—¿No serás muy fácil?

—Por vos me regalo directamente. Es más, hasta te pagaría para que estés conmigo si fuera necesario.

Enzo se rió mientras seguía preparando el desayuno. Yo no estaba ayudándolo en nada, solo podía mirar sus brazos haciendo fuerza para exprimir unas naranjas. No había centímetro de ese hombre que no me pareciera una obra de arte.

—Soy tuyo gratis bebé —dijo, sin darse cuenta de que me estaba babeando por él.

—Y por eso soy la persona con más suerte de la galaxia.

—No es suerte —me corrigió girando la cabeza para mirarme los labios y poder besarme.

Y tenía razón, suerte no había sido. Porque me había costado sudor y lágrimas que se enamorada de mí. Pero un segundo de su amor hoy, valía más que cada una de esas lágrimas de ayer.

Desde tu primera sonrisa - Julián y EnzoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora