Enzo • Miércoles 15 de Marzo de 2023

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Hacía como dos semanas ya que estaba volviendo a casa todas las tardes al pedo, porque Julián no me daba ni bola. Cenábamos juntos, a veces veíamos un poco de televisión y también dormíamos en la misma cama. Pero apenas si me había dejado que lo tocara alguna que otra vez. Ni hablar de abrazarlo, mucho menos darle algún beso.

Estaba empezando a volverme loco, pero pensaba seguir respetándolo mientras no quisiera nada solamente porque sabía que me lo merecía.

Por el otro lado, Lisandro me había seguido escribiendo y respondiendo historias en Instagram. ¿Yo? Nada. Le mostraba a Juli las cosas que me mandaba y después lo dejaba ahí, ignorado. No tenía ningún interés en volver a besarlo ni nada parecido. Ya estaba lo suficientemente arrepentido de lo que había hecho por lo caro que me estaba saliendo.

Solo podía pensar en que mi futuro marido me volviera a dar bola y estaba casi seguro de que hoy iba a ser el último día en el que me ignorara. Porque no iba a poder resistirse a la sorpresa que le había estado preparando.

Pero primero tenía que probar ablandándolo como todos las tardes. Para asegurarme de que no iba a rechazar mi propuesta ni que estaba perdonándome exclusivamente por eso.

Así que cuando llegué lo primero que hice fue saludar a Fernet, que venía a recibirme como todos los días. Después, como me di cuenta de que Juli todavía no estaba, me fui a la cocina a preparar la cena. Y mientras estaba ocupado cocinando y pensando que algún día tenía que llevarlo a comer afuera, escuché que había llegado.

Fernet no se movió de al lado mío, sobre todo porque estaba esperando a que se me cayera algo. Recién cuando apareció su dueño por el otro lado de la puerta empezó a mover la cola y decidió que era mejor ir a saludarlo que ser una aspiradora viviente.

—Qué perro traicionero que sos —le dijo agachándose para acariciarlo un poco.

Así estaba la situación, ni siquiera me saludaba.

—Hola bebé, ¿cómo te fue hoy? —le pregunté igualmente.

—Bien, ¿a vos? —me respondió mientras seguía muy ocupado con el perro.

—Estuvo bien. Pero ahora que te veo es como si al fin hubiera salido el sol.

—No empieces —me contestó acercándose a mirar lo que hacía.— ¿Qué cocinás?

—Algo que te va a encantar.

Sonrió y se fue a la heladera a buscar agua. Hoy parecía no estar enojado, así que tenía que intentar.

—¿No me querés dar ni un beso? —le dije mirándolo.

Me negó con la cabeza mientras tomaba, pero yo ya no estaba tan seguro de que quería seguir haciéndose el duro conmigo. Así que dejé lo que estaba haciendo y me acerqué, teniendo cuidado de que no se portara como un gatito arisco y pudiera irse.

Me paré bien cerca suyo, ocupando todo el espacio personal que podía, sin tocarlo.

—¿Estás seguro? Mirá que estoy acá, esperándote. Soy todo tuyo —le dije abriendo los brazos.

Cuando se rió supe que era momento de agarrarlo bien fuerte para pegarlo a mí. Y, aunque tuve la suerte de que no se resistiera, tampoco me devolvió el abrazo.

—Dame bola, por Dios. ¿Qué tengo que hacer, rogarte?

—Tal vez.

Lo solté solo para arrodillarme en frente suyo con las manos juntas a modo de súplica.

—Por favor, dame un beso. Uno solo y después me seguís ignorando un mes más si querés. Me conformo con eso. Hace trece días que no me dejás amarte.

—¿Los estás contando? —me preguntó mirándome desde arriba.

—Sí, porque estoy desesperado.

Sonrió y me agarró una mano para que me parara.

—Está bien pesado. Uno solo —me dijo.

No terminó la frase que yo ya estaba juntando mis labios con los suyos. Apoyó una mano en mi cachete y, cuando al fin abrió su boca para que pasara mi lengua, sentí una ola de placer que me invadía todo el cuerpo.

No quería parar, y aparentemente él tampoco porque no me dijo nada cuando metí las manos por adentro de su remera para acariciarle la espalda. Tal vez estaba necesitando el contacto igual o más que yo.

No pretendía volverlo sexual, el problema era que tampoco podía resistirme demasiado a querer hacerle de todo. Igualmente, cuando se dio cuenta se separó un poco.

—Te amo precioso. Por si no te enteraste todavía: me tenés como vos querés.

Sonrió mientras me pasaba un dedo por el labio para secármelo.

—Te voy a tener que admitir que no me aguanta más.

—Perdoname, ya entendí todo. No voy a volver a mandármela. Te amo demasiado como para arriesgarme a perderte.

—Te amo Enzo.

Fue lo único que me dijo, pero con eso me bastó para saber que estaba empezando mi última oportunidad. Si la volvía a cagar, no quería ni pensar en las consecuencias que podía tener.

—Estoy completamente enamorado. Si no me amás no sirvo.

Me volvió a besar con una sonrisa en los labios. Hasta que se dio cuenta de que el mundo no era perfecto.

—¿Y qué vas a hacer cuando te cruces a Lisandro en los amistosos? —me preguntó.

—Ni idea quién es ese. No me importa nadie más si tengo en frente mío al amor de mi vida. Solamente quiero dormirme todas las noches abrazándote y despertarme todos los días siendo feliz sabiendo que seguís ahí.

—Basta, si me decís esas cosas no me puedo resistir.

—No te resistas, amame.

Sonrió antes de hacerme caso y besarme otra vez. Lástima que tuve que cortarlo por más de que no quisiera.

—Tengo que mirar el pollo que dejé en el horno.

—Qué me importa la comida —dijo mientras me agarraba de la nuca para seguir el beso.

Listo, era el pie que necesitaba para olvidarme de la existencia de absolutamente todo. Podía acabarse el mundo que mientras tuviera a Julián entre mis brazos no iba a importarme en lo más mínimo.

Bajé mis manos hasta su culo y aproveché a apretárselo antes de hacer fuerza para que se subiera arriba mío. Juli entendió enseguida lo que quería, así que me abrazó con las piernas y se colgó de mi cuello.

—¿En dónde querés?

—Cualquier lado.

Lo apoyé contra la heladera, que era lo más cerca que tenía, solo para besarlo un poco más antes de seguir hasta la mesa. Lo senté ahí y me quedé entre sus piernas mientras le sacaba el pantalón y él hacía lo mismo con el mío.

No sabría decir cuál de los dos estaba más desesperado, pero no importaba. Una vez que estuve adentro suyo y empecé a moverme teniendo cuidado de no hacerle mal, sentí como que sus gemidos eran música para mis oídos. El sonido más hermoso que había tenido el placer de escuchar.

—Te amo, te amo, te amo —me dijo entre medio.

—Te amo más —le respondí casi rozando sus labios, antes de besarlo.

Al fin me había perdonado. Y yo había aprendido la lección a los golpes. Si antes podía llegar a tener alguna mínima duda en algún lugar oculto de mi cabeza, ahora no quedaba ningún espacio para eso. Desde que me había enamorado de Juli, perderlo era lo que más miedo me daba en el mundo. Simplemente no valía la pena volver a arriesgarme, por nada ni por nadie, a tener que vivir una vida sin él.

Desde tu primera sonrisa - Julián y EnzoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora