Julián • Martes 31 de Enero de 2023

2.3K 240 328
                                    

Estaba demasiado dormido cuando sentí que Fernet se desesperó por salir de mi abrazo y bajar de la cama ladrando. No entendía lo que pasaba hasta que al fin escuché la puerta sonar. Me quejé un poco, pero me levanté sin mirar ni siquiera la hora en el celular.

Mientras me pasaba una mano por la cara pensaba en mi vida. La verdad era que me estaba costando encontrar motivación en el fútbol después de haber ganado el mundial. Y no estar jugando casi nunca tampoco me ayudaba demasiado, porque sentía que los logros del equipo no eran los míos, pero si las derrotas. Quería realmente darle un sentido a estar solo en Manchester mientras todo lo que más amaba estaba en otro lado, pero por ahora sentía que no estaba valiendo la pena el sacrificio.

Le agradecía todos los días a Enzo el haberme regalado al perro, porque era verdad que desde que estaba con él me sentía muchísimo más acompañado. Además, tenía algo en lo que ocuparme cuando me sobraba tiempo, cosa de no ponerme a pensar demasiado en cosas que solo servían para torturarme.

Le mandaba fotos y videos todo el tiempo de Fernet, mostrándole todo lo que hacía, como si fuera un padre que se estaba perdiendo de ver a su hijo crecer. Yo creía que Enzo ya estaba harto. Pero igualmente no me lo decía, porque si había algo que tenía conmigo era paciencia.

Y es que la forma que tenía de amarme era algo que estaba seguro que nunca había experimentado antes, ni iba a volver a vivirlo si algún decidía irse. Solo me quedaba rogar por que eso último no pasara nunca.

La puerta seguía sonando y, aunque Fernet había dejado de ladrar, igual estaba olfateando para ver si podía saber quién estaba del otro lado.

—¿Quién es? —pregunté.

Cuando nadie contestó odié que la puerta no tuviera un agujerito para ver, porque no me quedó otra que abrir.

—Hola —me dijo el amor de mi vida mientras me miraba con esa sonrisa que me enloquecía.

Ni siquiera le respondí, sino que me tiré arriba suyo para abrazarlo con las piernas, con los brazos, y si hubiera tenido alguna otra extremedidad también.

Enzo se rió agarrándome y me dio un beso en el cuello que hizo que se me pusiera la piel de gallina como si fuera la primera vez que me tocaba.

Fernet estaba ahí, entre oliéndole las zapatillas y queriendo ladrar porque todavía no sabía quién era y no entendía por qué yo me había puesto así. Como ya estaba haciendo demasiado ruido, Enzo hizo un par de pasos conmigo todavía arriba suyo para entrar y cerrar la puerta con el pie.

—No pienso soltarte —le dije antes de besarlo.

Me respondió el beso apoyándome contra una pared. Si hubiese sido por él, seguramente me hubiera terminado llevando a la cama, pero tuvo que separarse en contra de su voluntad.

—Dejá de masticarme los cordones, perro choto —se quejó mirándolo y moviendo la zapatilla.

—No lo trates así, malo —me bajé de arriba suyo para alzarlo.— Decile hola.

Sonrió y empezó a acariciarlo con una mano mientras la otra seguía en mi espalda para asegurarse de que no dejemos de estar lo más cerca posible. Mientras, Fernet se movia e intentaba morderlo.

—Es hermoso pero es densísimo.

—Sí, exactamente igual a vos —contesté riéndome.

—Eu —se rió también.— Encima que vengo a visitarte para tu cumpleaños me tratás así. Si querés me voy.

—No, no —le di un beso.— Te amo.

—Feliz cumpleaños mi amor.

—No puedo creer que hayas venido. Gracias por alegrarme siempre la vida Enzo —le di otro beso.— Me habías dicho que no podías viajar, mentiroso.

Desde tu primera sonrisa - Julián y EnzoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora