Melian es una chica de corazón fuerte y oscuro que no le abre a mucha gente, ella es muy guapa y poderosa y junto a Harry tienen un pasado desastroso. Mientras crecen, Draco un chico de la escuela, molesta mucho a Melian haciendo que no se lleven bi...
No era siquiera tarde —las siete, quizá un poco más—, pero el cielo ya estaba apagándose, como si Hogwarts se hubiera quedado sin aliento. Draco y yo salimos rápido antes de que nadie nos viera, esquivando preguntas innecesarias. Me tomó la mano con una determinación que no esperaba y tiró suavemente de mí hacia el borde del bosque. Yo la acepté, más por la mezcla extraña de resignación y curiosidad que por otra cosa.
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
El sendero estaba precioso. Aún había luz, pero era esa luz dorada que ya está muriendo; la que convierte cualquier cosa en un recuerdo. A nuestro alrededor, el aire parecía más tibio, más tranquilo. Sin darnos cuenta empezamos a caminar despacio, casi en silencio, como si ambos necesitáramos esa paz.
—Es bonito, ¿verdad? —me dijo Draco, con una voz suave, nada que ver con la que usa delante de los demás.
—Mucho —respondí, sin exagerar.
A medida que avanzábamos, la oscuridad se apoderaba del bosque. Pero no daba miedo. Al contrario... empezaron a aparecer pequeñas luces flotando entre los árboles, brillitos diminutos como luciérnagas hechizadas que respiraban magia pura.
El bosque parecía encantado.
Seguimos caminando hasta que el terreno se abrió de golpe y apareció un lago enorme frente a nosotros. La luna, recién despierta, se reflejaba en el agua con tanta claridad que parecía otra noche entera bajo nuestros pies. A un lado, una montaña dejaba caer una cascada desde bastante alto; el ruido del agua era constante, profundo, tranquilizador.
No parecía noche. Parecía un lugar fuera del tiempo.
—Siéntate, señorita —interrumpió mis pensamientos con ese tono suyo que mezcla burla y cariño.
Me senté junto a él, muy cerca del lago. Draco se apoyó contra un árbol detrás de nosotros, con esa postura relajada pero alerta que solo él tiene. Yo me quedé observándolo un segundo, intentando descifrarlo, porque Draco no es simple. Nunca lo ha sido.
Entonces habló, y su voz cambió a algo completamente distinto: honesta.
—No quiero esconderte nada más —dijo sin mirarme—. Este es mi lugar seguro. Vengo aquí cuando quiero estar solo... cuando no sé qué hacer.
Sentí cómo algo dentro de mí se tensaba, esperando.
—Quiero que volvamos a ser amigos, Melian. Lo he pasado bastante mal estos años sin ti —confesó—. Y ha sido mi mayor error comportarme como lo hice.
Recordar ese día —el del armario— me golpeó al instante. Mi corazón se oscureció un poco, inevitablemente. Pero me obligué a quedarme callada. A escucharlo.
—Melian... siempre has sido importante para mí. Y hay cosas que deberías saber.
—Te escucho —murmuré.
Draco tragó saliva, como si necesitara valor para continuar.
—Cuando éramos pequeños... aunque nos enfadáramos, siempre quise protegerte. No hacía falta, ya lo sé, tú podías con todo —sonrió débilmente—, pero me gustaba pensar que servía para algo. Y cuando alguien se metía contigo, aunque tú no lo supieras, yo iba después y le partía la cara.
No interrumpí. No podía.
—Y hay algo que llevo años queriendo explicarte, pero nunca me dejaste. Volvamos a ese día —dijo, y los dos supimos exactamente cuál.
Yo me quedé inmóvil.
—Lo del pelo rosa fue una broma estúpida, nada más. Pero cuando te vi en mi cuarto, con mi ropa volando por la ventana... —soltó una pequeña risa— fui detrás de ti sin pensar. No iba a hacerte nada, Melian. Solo... no sé. Íbamos siendo nosotros.
Asentí apenas. Yo también recordaba esos minutos como si fueran otra vida.
—Lo pasamos bien, admitámoslo —sonrió, mirando el lago—. Y cuando tiraste mis cosas, debí ir yo solo, pero tú viniste conmigo. Siempre has sido así. Luego, cuando volvimos... llegó el profesor y te escondiste en el armario. Yo estaba nervioso, pero no podía sacarte sin levantar sospechas.
Su voz se quebró un poco.
—Me hechizó la boca. No podía hablar ni pedir que parara. Me castigó y dormí en el aula de castigados... pero no me tocó. Solo me encerró. No dormí nada. Al despertar fui a buscarte, convencido de que ya habrías salido. Pero no estabas. Y entonces... llamé a Harry. A Hermione. Les conté todo.
Puso una mano sobre el muslo, tensando los dedos.
—Te buscamos por todas partes. Yo estaba... muerto del cansancio. Pero no iba a parar. Y de repente Goyle salió del gran salón aterrorizado, diciendo que había algo en mi cuarto, había sido él. Corrí como un loco. Y ahí estabas tú, destrozada. Y pensé... pensé que nunca me lo perdonarías.
El nudo en mi garganta era real.
—Y después de eso... —se quedó callado unos segundos— me rendí. Pensé que alejarme era lo mejor. Que te haría menos daño así.
La sinceridad en su voz dolía. Y me dolía que fuese verdad.
Después de aquello fui directamente a por Crabbe. No quería esperar, no quería pensar: necesitaba saber dónde estaba Goyle. Lo agarré de la túnica, lo estampé contra la pared del pasillo y le exigí que hablara. Al principio solo balbuceaba, pero cuando vio mi cara... cuando vio lo cerca que estaba de perder el control, me lo soltó todo. Dijo que Goyle se había escondido en los baños, como el cobarde que es.
No lo dudé ni un segundo. Fui directo allí, abriendo las puertas de un golpe, y lo encontré acurrucado en un cubículo como una rata. Lo saqué de un tirón y lo estampé contra los azulejos. Estaba temblando. Solo me dijo—como si eso sirviera de excusa—que lo hizo porque pensaba que sería gracioso. Que creyó que yo sabría perfectamente dónde estabas, que no te pasaría nada. Que él imaginó—el muy imbécil—que yo querría vengarme contigo por haberme castigado.
Pero cuando me vio buscándote como un desesperado... ahí entendió que la había cagado. Y aún así no me sirvió. Le pegué igual. Le pegué con todo. Y no me arrepiento. Lo dejé tirado en el suelo del baño, llorando, y no me importó. Nada me importaba excepto encontrarte.
Me quedé en silencio escuchándolo. No podía decir nada; sentía un nudo enorme en el pecho. Draco siguió hablando, con la voz un poco más baja, como si cada palabra aún le doliera.
—Aún tenía el corazón hecho un puño —continuó—. Desde que te vi salir del armario así... no lo olvidaré nunca. Salí corriendo de vuelta al castillo. No pensé, solo actué. Fui directo a por Snape. Él también te buscaba. Le dije que llamara a mis padres. Y... —respiró hondo— así fue como desaparecí el último mes.
Me llevé una mano a la boca. Me temblaba la voz.
—Yo... yo lo siento Draco —dije como pude, sintiendo que me atragantaba con mis propias palabras.
Él negó suavemente con la cabeza.
—No importa, Melian. Ya no importa. Lo que importa es que estoy aquí. Contigo. —Su voz se suavizó, como si quisiera que sus palabras pudieran coserme por dentro.
—Pero yo no lo sabía... —dije sintiendo el pinchazo amargo de la culpa—. Y todo este tiempo solo te he estado culpando. Debería haberte escuchado. Debería... haberte dejado hablar.
Draco alzó una mano con una delicadeza que jamás había visto en él. Me tomó la cara, suavemente, como si temiera romperme. Sus dedos estaban fríos, pero su gesto... cálido.