40. Familia Black

0 0 0
                                        

La tarde se había vuelto silenciosa en la casa de campo.
La luz entraba por las ventanas como un resplandor cálido, dorado, que se posaba sobre los muebles viejos, sobre las paredes con fotos torcidas, sobre el suelo de madera que crujía cuando alguien respiraba demasiado fuerte.

Melian estaba en el sofá, con las piernas cruzadas y las manos inquietas sobre las rodillas.
Sirius, frente a ella, sentado en su butaca favorita, la observaba con esa mezcla de suavidad y gravedad que solo usaba en momentos importantes.

No había prisa.
No la había perseguido, ni había preguntado.
Solo había esperado... como siempre hacía cuando sabía que su hija estaba a punto de romper un muro invisible.

—Papá... —dijo ella, respirando hondo—. Ya he visto a Regulus.

Sirius se quedó quieto.

No sorprendido.
No confundido.

Y entonces, muy despacio, bajó la mirada. Sus pestañas temblaron apenas y su mandíbula se tensó de una forma casi imperceptible.

—Lo sé —murmuró con una sinceridad y una leve sonrisa.

Melian tragó saliva.

Porque esa simple frase... abría un mundo

Sirius se inclinó hacia delante, apoyando los antebrazos en las rodillas.
Tenía las manos entrelazadas, rígidas.
Su voz, cuando habló, fue baja... no rota, pero sí gastada por años de silencio.

—Desde hace tiempo, Melian —comenzó—. Mucho antes de que tú lo sospecharas siquiera.

Ella abrió los labios, sorprendida.

Sirius continuó:

—La primera vez que supe... que sentí... que Regulus no se había ido del todo... fue la noche en que tú naciste.

Melian parpadeó. No se lo esperaba.

—¿Qué...? ¿La noche que yo...?

Sirius asintió con una sonrisa triste.

—Estaba agotado, aterrado, feliz... todo a la vez. Y mientras te sostenía, tan pequeñita, tan callada, tan... tú... —hizo una pausa larga, buscando palabras— ocurrió algo. Un escalofrío, una presencia, un susurro que no tenía que estar allí.
No era frío. No era oscuro. Solo... familiar.

Un nudo se formó en la garganta de Melian.

—¿Regulus?

—Sí —admitió Sirius con un suspiro que llevaba años acumulado—. Era él. No lo vi, no pude escucharlo claramente... pero lo sentí. Como cuando éramos niños y se escondía detrás de mí en las reuniones familiares. Esa misma sensación.
Supe que no estaba en paz.
Pero también supe que no estaba perdido del todo.

El silencio cayó entre ellos como un velo.

Melian se llevó una mano al pecho, como si buscara calmar un temblor invisible.

Sirius la miró entonces con una ternura profunda.

—Y después, cuando creciste... —prosiguió— no tardé en darme cuenta de que tú lo sentías también. No sabía cómo, no sabía por qué. Pero cada vez que te quedabas quieta mirando un rincón, o cuando murmurabas algo que yo no había dicho, o cuando parecía que escuchabas voces que no estaban ahí... yo lo sabía.

Melian sintió que un escalofrío recorría su columna.
Toda su infancia... de repente tenía sentido.

—Papá... ¿por qué nunca me dijiste nada? —preguntó en un susurro.

Sirius soltó una risa corta. No burlona. Dolorosa.

—Porque eras solo una adolescente. Porque yo estaba roto. Porque... no quería que cargaras con un fantasma que no te pertenecía.
Y también... porque confiaba en él.

𝔹𝔸𝕁𝕆 𝔼𝕃 𝕄𝕀𝕊𝕄𝕆 ℍ𝔼ℂℍ𝕀ℤ𝕆 ||(+18) Draco Malfoy, Melian Y Mattheo RiddleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora