CAPÍTULO 8. Castigo, Brazaletes y un Susurro Prohibido

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—Te lo vuelvo a repetir: yo no he sido, rubio —respondí con un tono burlón que hizo murmurar a varios del pasillo.

Draco dio un paso adelante, furioso.

—¿De verdad? ¿Ahora, delante de todos, no te atreves a admitir que has sido tú? Eres una cobarde —me gritó.

Y ahí me nublé.
Cualquier insulto me da igual, menos ese. Cobarde.
Mi respiración se cortó, mi sangre hirvió, y antes de pensarlo siquiera, mi mano ya había levantado la varita.

—¡Stupefy!

El impacto lo lanzó hacia atrás, levantándolo del suelo y haciéndolo caer de espaldas. Los alumnos gritaron, algunos retrocedieron, otros se acercaron para ver mejor.

Draco se levantó en un salto, con el cabello desordenado y los ojos encendidos. Pero mientras se recuperaba, en su mente pasaban cosas que nadie podía ver:

"¿Por qué me importa tanto? ¿Por qué no puedo dejar que actúe así? Siempre he querido que confíe en mí, que entienda que no quiero hacerle daño... pero cada vez que la veo enojada conmigo, me siento peor. Y ahora...ahora actúa como si no hubiera hecho nada"

—¡Espelliarmus! —lanzó con rapidez.

La luz roja salió disparada hacia mí, pero me aparté a tiempo. La adrenalina me nublaba todo. No pensé, solo sentí.

—¡Petrificus Totalus! —grité.

Él rodó hacia un lado y esquivó el hechizo, levantándose con la misma rapidez felina de siempre. Sus ojos se clavaron en los míos con rabia contenida, y antes de que pudiera lanzar otro hechizo...

—¡Leviosa!

La maldición pasó rozándome, sentí el aire movido por la fuerza del encantamiento. Pero no dio contra mí.

Golpeó a McGonagall.
La profesora salió levantada del suelo un palmo antes de caer de rodillas, completamente indignada.
El silencio en el pasillo fue inmediato. Asfixiante.

Y entonces llegó la voz de Severus.

—Conmigo los dos. ¡YA! —tronó, ayudando a McGonagall con un leve movimiento de varita.

Me quedé helada.
—Pe-pero... —balbuceé.
—¡He dicho YA! —rugió Severus.

Nos dirigió por los pasillos a toda velocidad hasta el despacho de Dumbledore. Mi corazón martilleaba. Draco caminaba a mi lado respirando fuerte, como si también intentara contenerse. En su mente, las dudas no paraban:

"No quiero que piense que le hago daño... no quiero que piense que la encerré a propósito o que soy cruel, no quiero q me haga más daño por algo que yo no gestione, no me escucha. Pero... ¿cómo explicar lo que siento? No sé si puedo... Y si esto solo lo empeora?"

Una vez dentro, nos ordenaron sentarnos. Los profesores hablaron aparte unos minutos, mientras Draco me fulminaba con la mirada. Yo fingí no verlo, centrando mis ojos en un punto de la pared. Él, por dentro, luchaba con algo más profundo:

"Todo lo que ha pasado este año... todo lo que hemos perdido de nuestra amistad... ¿Será mi culpa? ¿Por qué sigo sintiendo esto? Si solo pudiera acercarme sin romperla, si pudiera..."

Finalmente, Dumbledore y Severus entraron.

—Os vamos a poner una venda en los ojos —anunció Severus con calma glacial—. La retiraremos cuando terminemos.

No pregunté. Nadie en su sano juicio contradice a Severus Snape.

La tela cubrió mi vista. Mi respiración se hizo un poco más rápida. Podía sentir a Draco cerca, escuchar su respiración y movimientos.

𝔹𝔸𝕁𝕆 𝔼𝕃 𝕄𝕀𝕊𝕄𝕆 ℍ𝔼ℂℍ𝕀ℤ𝕆 ||(+18) Draco Malfoy, Melian Y Mattheo RiddleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora