Melian es una chica de corazón fuerte y oscuro que no le abre a mucha gente, ella es muy guapa y poderosa y junto a Harry tienen un pasado desastroso. Mientras crecen, Draco un chico de la escuela, molesta mucho a Melian haciendo que no se lleven bi...
Esa noche recuerdo abrazar a mi padre con tanta fuerza que me temblaban los brazos. Sentí, por primera vez en mi vida, que tenía un lugar, que alguien me pertenecía. A partir de ese día, algo en nosotros encajó. Fue, sin duda, el mejor verano de mi vida.
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• El año de los 14...
Todavía tenía 13 al comenzar el curso, pero cumpliría los 14 allí, en Hogwarts. Volví feliz, ligera... distinta. Haber conocido mi historia y a mi padre me había dado una calma que no sabía que podía existir. Él, en cambio, cargaba con un arrepentimiento enorme por haberse perdido mi infancia. Mis primos siempre le enviaban vídeos en cartas sobre mi para que él no perdiera nada, aunque yo nunca entendí por qué él no contestaba. Ahora lo sabía: estaba en Azkaban. Y me dolía haber pasado tantos años sin imaginarlo siquiera.
Ese año fue tranquilo, pero hubo algo que me persiguió todo el curso: la actitud de Draco. Cuando éramos pequeños solíamos escaparnos por las noches, hacer trastadas, contar historias hasta que nos quedábamos dormidos en alguna esquina del castillo. Éramos un desastre... pero juntos.
Ahora, en cambio, parecía que yo era invisible para él.
Y dolía. Mucho más de lo que me habría gustado admitir.
Mientras tanto, Harry comenzó a comportarse de una manera extraña. Antes hablábamos con naturalidad, pero ahora se ponía nervioso, se sonrojaba si lo miraba demasiado tiempo... y yo fingía no darme cuenta.
Por las noches subíamos a la torre más alta, nos sentábamos a ver el cielo y a imaginar cómo habría sido todo si Voldemort no hubiese arrasado con nuestras vidas. Siempre terminábamos deseando lo mismo: ser solo dos adolescentes normales.
Pero nunca lo fuimos.
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• El año de los 15...
En mi año de 15 todo cambió de golpe.
Draco ya no me ignoraba: ahora iba a por mí. Bromas pesadas, burlas, comentarios crueles... y sus amigos detrás riéndole cada estupidez.
Harry, por supuesto, no soportaba verlo. Se enfrentaba a Draco cada vez que lo escuchaba decirme algo, aunque yo odiaba que me defendieran; podía sola, siempre podía. Pero él nunca permitiría que alguien me hablara así.
Draco terminó incontables veces en detención... y, para ser justa, yo también. Hermione, Ron y Harry siempre encontraban la forma de colarse conmigo para que no estuviera sola.
Y aun así, Draco jamás cruzó la línea de usar nada íntimo mío para humillarme. Nunca. Excepto una vez.
Se burló de que aún dormía con un peluche. El peluche que mi padre me regaló al nacer.
Cuando lo dijo, su cara cambió al instante, como si él mismo quisiera devolver las palabras a su boca. Yo ardía de furia. Lo único que pude hacer fue levantar la mano y darle un tortazo antes de marcharme sin mirar atrás.
Intenté ignorarlo todo lo que pude, pero era complicado: vivíamos en la misma casa, en los mismos pasillos, compartíamos el mismo aire.
Después de aquel día, dejó de mirarme. Ni una sola vez volví a oírlo.
Hasta que un día...
después de que sus amigos me tiñeran el pelo de rosa en una broma ridícula y humillante, decidí que yo también sabía jugar.
Esa misma noche entré a su habitación con una maleta, recogí toda su ropa y la metí dentro. Me acerqué a su cama, conjuré:
—Aguamenti.
El chorro le dio directo en la cara. Draco se despertó de un salto, empapado, con el pelo pegado a la frente y cara de asesino.
En cuanto me vio, abrí la ventana y tiré toda su ropa. Se levantó de golpe y empezó a perseguirme.
Iba solo con un pantalón de pijama corto de tiburones y el torso desnudo. Me quería reír por los tiburones... pero admitiré que me quedé congelada unos segundos viendo cómo la genética había decidido favorecerle.
Corrí. Corrimos los dos por todo el castillo. Le lancé varios Aguamenti más y una vez se resbaló; él trataba de detenerme con Leviosa. Al principio estaba furioso, pero pronto terminamos riéndonos mientras seguíamos corriendo como locos.
Yo llevaba un pijama azul bebé: shorts sueltos, camiseta corta de tirantes. Él seguía con sus tiburones. Ambos despeinados, empapados, riendo...
Tan concentrados que no escuchamos las voces buscándonos.
Cuando por fin me di cuenta, frené. Draco chocó conmigo y caímos al suelo. Él quedó encima de mí y gritó:
—¡Ya te tengo, granuja!
Me giré, lo agarré del brazo y lo arrastré hasta el baño de chicas, la puerta más cercana.
Un profesor bramó en el pasillo:
—¡¿Quién anda ahí?! ¡Más vale que aparezcáis ahora mismo!
Draco se asustó. Yo también. Me lancé sobre él y le tapé la boca. Estábamos los dos tumbados en el suelo, yo encima de él, respirando entrecortado, mientras el profesor pasaba justo delante de la puerta.
Cuando se alejó, me aparté y nos quedamos mirándonos. Y nos dio un ataque de risa. Risa real. De esas que duelen en el estómago.
Hasta que recordé su ropa.
—Draco... la ventana...
—Ya lo sé —dijo seco—. Me lo merezco.
Pero al ver mi pelo rosa, añadió con un suspiro:
—Mucho.
Fuimos juntos a recoger su ropa, cuidando de que nadie nos viera. Al volver a su habitación, escuchamos pasos: el profesor seguía patrullando.
Sin pensarlo, me metí en su armario. Y allí me quedé. Demasiado rato. Tanto, que terminé quedándome dormida.
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Cuando desperté...
Había oscuridad absoluta. El olor del perfume de Draco lo impregnaba todo, mezclado con un toque de manzana.
Intenté mover la puerta del armario. No se abría. Empujé. Nada. Draco me había encerrado.
Y entonces el pánico me golpeó.
No era claustrofobia... era el pasado. Las veces en que mi tío adoptivo me encerró en cuartos oscuros después de gritarme que era inútil, débil, inservible.
Mi pecho comenzó a arder. La garganta me quemaba. Mis ojos se llenaron sin permiso.
Golpeé la puerta con toda mi fuerza. Grité pidiendo ayuda, pero nadie respondía.
Hasta que escuché pasos corriendo por las escaleras.
—¡Ya voy, tranquila! —gritó una voz. Sonaba preocupada, desesperada incluso.
Forcejeó con la puerta mientras yo, agotada, apenas podía mantenerme consciente.
Y justo cuando mis fuerzas se agotaron, la voz volvió a sonar, más cerca, más clara, más reconocible...