43. ¿Dónde esta la carta?

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Melian

Caminé por el sendero de piedra que conducía a la entrada del castillo, sintiendo la frescura de la tarde golpearme la cara. Mi corazón latía con fuerza, y una sonrisa contenida no podía ocultar la emoción que me recorría. Había pasado casi una semana lejos, y por primera vez me sentía ligera, tranquila, con el brillo en los ojos que hacía tiempo no tenía. Y sobre todo... deseaba verlo.

Al abrir la puerta de la sala común, el aroma cálido del fuego crepitando me dio la bienvenida, mezclado con la familiar fragancia que recordaba de mil pequeños detalles de Draco. Y allí estaba él.

Mi pecho se aceleró. Lo vi apoyado en el respaldo de un sillón, los brazos cruzados, la mandíbula ligeramente tensa. Sus ojos, aunque no me miraban todavía, parecían atrapados en algún pensamiento profundo. Un nudo se formó en mi estómago y, sin poder evitarlo, di un paso al frente, y luego otro.

—Hola, Draco —dije, intentando que mi voz sonara tranquila, aunque sentía que se quebraba de emoción—.

Él levantó la mirada al fin, y mis ojos se encontraron con los suyos. Hubo un instante de silencio en el que todo lo demás desapareció: el fuego, la sala, el mundo entero se redujo a él y a mí.

Sentí un calor extraño y eléctrico en el pecho. Por dentro, mi mente repetía que todo estaría bien, que había escrito mi carta y que él ya la había leído. Creí que eso bastaría para que no hubiera reproches, para que mi ausencia no se convirtiera en un muro entre nosotros.

—Te fuiste —dijo finalmente, con voz firme, pero sin ira desbordada.

Asentí despacio, bajando un poco la mirada, tratando de contener la ansiedad que me recorría.
—Sí... necesitaba descansar.

Él frunció ligeramente el ceño, pero su postura rígida y los brazos cruzados no me intimidaban como antes. Mi corazón latía rápido y fuerte, y mientras lo miraba, sentí que todo el cansancio y la tensión de la semana desaparecían un poco.

—Y... —empezó, vacilante—... ¿ya estás bien?

Asentí de nuevo, con una sonrisa tímida, y di un paso más hacia él.
—Sí. Mejor que nunca, Draco. Y... quería verte.

Por un instante, sus ojos se suavizaron. No dijo nada, pero su respiración se calmó, y el gesto rígido de sus hombros cedió ligeramente. Mi corazón dio un vuelco. Sentí cómo la seguridad que había ganado en casa de mi padre me permitía enfrentar cualquier tensión. Creí, de verdad, que nuestra conexión a través de mi carta lo había alcanzado, que él había entendido mis motivos y sentimientos.

Di un paso más, acercándome sin pensar, sintiendo que la distancia que nos separaba durante días se reducía con cada movimiento. Su mirada se encontró con la mía de nuevo, y esta vez no vi reproche, ni duda. Solo atención, esa atención que siempre me hacía sentir vista, entendida, incluso cuando nada decía.

Pero entonces, como si un interruptor se encendiera de golpe, sus ojos se endurecieron. Su respiración se aceleró y su mandíbula se tensó. Antes de que pudiera reaccionar, Draco habló, con una voz que no reconocí del todo:

—¿Me puedes explicar qué demonios creías que estabas haciendo? —sus palabras eran afiladas, cada sílaba golpeando mi pecho. —¡¿Sabes lo que significa desaparecer así, Melian?! —gritó, y la fuerza de sus palabras me hizo retroceder un paso—. ¡¿Crees que estuvo bien no decirme nada?! ¡Que confiases en otros antes que en mí!

—¿De qué hablas? —pregunté, confundida, intentando mantener la calma—. Pensé que...

—¡No me digas "pensé"! —interrumpió, levantándose y dando un paso hacia mí, y sentí el calor de su furia rozando mi piel—. Te fuiste... te desapareciste, Melian. Sin avisarme. Sin una palabra. Ni siquiera un susurro. Y luego... —sus ojos se clavaron en los míos con una intensidad casi dolorosa— ...confiando en alguien más para decirte todo. En alguien como Mattheo.

𝔹𝔸𝕁𝕆 𝔼𝕃 𝕄𝕀𝕊𝕄𝕆 ℍ𝔼ℂℍ𝕀ℤ𝕆 ||(+18) Draco Malfoy, Melian Y Mattheo RiddleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora