37. Un pequeño descanso

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Toqué dos veces. No esperaba una respuesta inmediata, pero la puerta se abrió casi al instante.

El despacho de Severus Snape siempre olía igual: a pociones antiguas, a pergamino húmedo y a noches sin dormir.

Snape estaba detrás de su escritorio, rígido como una sombra recortada contra la luz verdosa de las velas. Sus facciones, como siempre, eran una máscara impenetrable.
Pero aun así... lo noté.

Una chispa de sorpresa.
Leve. Fugaz. Pero real.

—¿Se puede? —pregunté suavemente.

Él ladeó apenas la cabeza, indicándome que entrara.

—Adelante, señorita Black.

Atravesé la puerta y cerré con cuidado. Snape me observó mientras me acercaba, y su mirada, sin suavizarse, descendió hacia mis ojos.
Estaba cansada. Mucho. Y él lo percibió al instante.

—No ha dormido —comentó sin juicio—. O si lo ha hecho, no ha sido suficiente.

Me tensé un poco.

—No... no demasiado, profesor.

No podía contarle por qué. No podía decirle que había volado a una cueva maldita a hablar con el espíritu semivivo de mi tío muerto. No podía decirle que llevaba noches escuchando susurros que no pertenecían al mundo de los vivos.

Snape entrelazó las manos y apoyó los codos sobre la mesa, estudiándome con esa precisión suya casi quirúrgica.

—Siéntese.

Obedecí.

El silencio entre nosotros se estiró unos segundos, pero no era incómodo. Con Severus nunca lo era. Era... calculado. Como si cada segundo le sirviera para leerte mejor.

—Algo la está desgastando —afirmó, no preguntó—. Y no es una asignatura. Ni una persona concreta. Es... un cúmulo. Un peso que se ha ido acumulando y que ahora comienza a inclinar la balanza.

Mi respiración vaciló.
Snape no sabía lo que ocurría. No podía saberlo.
Y aun así hablaba como si me estuviera viendo por dentro.

—Es solo... —empecé.

Él levantó una mano, deteniendo mis palabras.

—No necesito detalles, señorita Black. A veces, lo que no se dice pesa más que lo que se dice. —Me sostuvo la mirada—. Usted es... excepcionalmente hábil en disimular. Pero no en engañarme.

Me mordí la mejilla.

—Me siento... cansada —confesé al fin—. No de clases. No de notas. Es como si... todo se me viniera encima a la vez. Y no sé por qué.

Snape inclinó apenas el rostro, como si mis palabras encajaran con algo que él ya había concluido.

—Cuando la mente está sobrecargada, la magia se agita —dijo con voz baja, casi suave—. Y usted, Melian... no es una bruja común. Lo que su mente sufre, su magia lo amplifica. Y cuando su magia se agita... las cosas alrededor comienzan a cambiar.

No sabía si él entendía cuánto de cierto era eso.
O si solo parecía saberlo.

—Por eso vine —susurré, jugando con mis dedos—. Porque... necesito un descanso. Temporal. Quiero irme a casa. Aunque sea unos días. Necesito a mi padre. Necesito... tranquilidad.

Snape no respondió de inmediato.
Miró un punto del escritorio durante unos segundos, como reflexionando. Después, entrecerró los ojos de ese modo tan característico en él.

—Una semana... —repitió en voz baja.

—Lo que sea necesario —añadí—. No quiero abandonar nada. No quiero rendirme. Solo... necesito respirar antes de ahogarme.

𝔹𝔸𝕁𝕆 𝔼𝕃 𝕄𝕀𝕊𝕄𝕆 ℍ𝔼ℂℍ𝕀ℤ𝕆 ||(+18) Draco Malfoy, Melian Y Mattheo RiddleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora