41. La semana de Draco

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Los días pasaron como si el castillo entero estuviera atrapado en un invierno que no le correspondía.

Cinco días.

Cinco días desde que Melian había desaparecido de sus rutinas, de los pasillos, del comedor, de todas las esquinas donde solía existir.

Tres días desde que Draco había dejado de buscarla.

Al principio había corrido por todo el castillo con una mezcla de miedo, rabia y necesidad. Pero después del encuentro con Mattheo... algo dentro de él se quebró.
Una fisura pequeña, casi invisible... pero suficiente para alterar todo.

Porque Mattheo Riddle no solo sabía qué decir.
Sabía exactamente dónde apretar para que doliera.

Y Draco, agotado, humillado, herido, decidió creerlo.

Decidió creer que Melian se había ido...
y que se lo había dicho a él, a Mattheo, y no a Draco.

El pensamiento lo había devorado por dentro.

En cinco días, Draco Malfoy no volvió a ser Draco Malfoy.

No levantaba la mano en clase.
No discutía con Harry.
No sonreía cuando blaise le hacía alguna broma.
No entrenó con el equipo de quidditch.
Ni siquiera intentó arreglar el desastre de su habitación, donde aún quedaba la sensación de que algo estaba fuera de lugar, aunque él no supiera qué.

Caminaba por los pasillos con el ceño fruncido, los hombros tensos, la mandíbula apretada.

No hablaba con nadie.
No escuchaba a nadie.

Su humor era un péndulo entre el silencio y la impaciencia.
Como si estuviera esperando una excusa para explotar... o para venirse abajo.

Y Hogwarts entero lo notó.

Algunos pensaban que estaba enfermo.
Otros que se había peleado con alguien.
Otros... que tenía miedo.

Nadie lo preguntó en voz alta.

Pero todos lo pensaron.

A media tarde del quinto día, Draco caminaba hacia la escalera central, las manos hundidas en los bolsillos, la mirada clavada en el suelo.
Parecía un fantasma arrastrando un remordimiento que no sabía nombrar.

Fue entonces cuando alguien se plantó delante de él.

—Draco.
La voz lo obligó a levantar la mirada.

Harry Potter lo observaba con una mezcla incómoda de seriedad y... compasión.
Una compasión tan fuera de lugar que Draco habría preferido que le lanzara una maldición.

Lo miró con frialdad.

—¿Qué quieres, Potter?

Harry respiró hondo, como quien intenta entrar en territorio peligroso.

—Necesito hablar contigo. Es sobre Melian.

El corazón de Draco se detuvo. Solo un segundo.
Pero Harry lo vio.

Continuó:

—Sé dónde está.

Draco no reaccionó. No se movió. No respiró.

Harry bajó un poco la voz.

—Snape me lo dijo.

El mundo recuperó el sonido de golpe.
Un sonido sordo, áspero, como un trueno lejano.

Draco dio un paso adelante.

—¿Qué dijiste?

Harry tragó saliva.

—Snape me dijo que Melian está en casa. Que está bien.
Que pidió unos días para descansar.

Draco sintió algo caliente subirle por la garganta.
¿Rabia? ¿Alivio? ¿Dolor? ¿Todo a la vez?

No sabía.

Pero antes de que Harry pudiera agregar algo más, Draco murmuró:

—¿Snape lo sabe... desde cuándo?

—Desde el primer día —admitió Harry—. Él pensaba que tú ya lo sabías.

Draco cerró los ojos un instante.

Mattheo.
El pasillo.
Ese veneno susurrado.
Eres el último en enterarte. Otra vez.

La herida se abrió aún más.

—Gracias —dijo Draco con un hilo de voz que no quería mostrar.

Harry asintió, incómodo, y se alejó por el pasillo.

Draco no perdió tiempo.

Caminó directo hacia las mazmorras con una determinación que no había sentido desde el día en que Melian desapareció.
El eco de sus pasos era firme, casi furioso.

Golpeó la puerta del despacho de Snape sin esperar respuesta.

Esta se abrió sola.

Snape levantó la vista desde unos papeles, imperturbable.

—Malfoy —saludó, como si esperara esa visita desde hacía días—. Adelante.

Draco entró. Cerró la puerta. No se sentó.

—Profesor —dijo con la voz controlada, demasiado controlada—.
Necesito saber... dónde está Melian.

Snape lo observó un momento.

Un vistazo rápido, profesional, pero suficientemente profundo para saber que Draco estaba sosteniéndose por los hilos más finos.

—En casa —respondió Snape con calma—. Está descansando.

Draco apretó los puños.

—¿Y por qué no me lo dijo?

—Yo quisiera recordar —dijo Snape lentamente— que ella me contó que te lo había hecho saber.

Draco sintió un pinchazo en el estómago.

—Pues no ha sido así —respondió, y la frase le salió casi rota.

Snape lo examinó sin pestañear.

—Regresará en dos días —informó—. Después del descanso que pidió.

Draco asintió una sola vez.
Una afirmación rígida, digna... y llena de decepción.

Se volvió hacia la puerta.

—Gracias, profesor.

Snape no contestó.

Draco salió sin añadir nada más.

Y cuando estuvo solo en el pasillo, finalmente dejó escapar el aire que había estado conteniendo.

Alivio, sí.
Pero también una punzada aguda de traición.

Porque una verdad se repetía en su cabeza, sin dejarlo respirar:

No se lo dijo a él.
No confió en él.
Pero sí en Mattheo...

Y mientras caminaba hacia la Sala Común, con las manos temblando y la mirada perdida, Draco Malfoy tomó conciencia de algo que no quería pensar:

Podía saber dónde estaba Melian.

Pero no tenía idea de dónde estaba él para ella.

𝔹𝔸𝕁𝕆 𝔼𝕃 𝕄𝕀𝕊𝕄𝕆 ℍ𝔼ℂℍ𝕀ℤ𝕆 ||(+18) Draco Malfoy, Melian Y Mattheo RiddleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora