42. La vuelta

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El tiempo, cuando uno por fin puede detenerse, tiene una forma particular de curar.

Para Melian, los días lejos de Hogwarts habían sido exactamente eso: una tregua que no sabía que necesitaba.
Durante las primeras veinticuatro horas se había sentido apagada, pulverizada por dentro, con la cabeza hecha un nudo de pensamientos que no había sabido ordenar.

Pero al llegar el día 5, algo había cambiado.

Se despertó antes de que su alarma sonara.
Abrió los ojos y el sol entraba por la ventana con un tono cálido, casi dorado. No era la luz gris del castillo; era una luz más amable. Más suya.

Y la habitación que Sirius había preparado para ella —con su cama grande, las estrellas luminosas que había pegado en el techo y un pequeño escritorio lleno de plumas que él mismo había comprado— le devolvía una sensación que hacía semanas no sentía.

Tranquilidad.

La respiración le salió lenta, profunda.

Había dormido.
De verdad.
Sin pesadillas, sin sobresaltos, sin la sensación de estar a punto de romperse.
A Melian le había vuelto el brillo a la cara.

Ese brillo que hacía que su mirada pareciera más viva.
Ese brillo que incluso Sirius notó cuando ella bajó a la cocina, descalza, con el pelo todavía revuelto del sueño.

Él sonrió, apoyado contra la encimera con una taza de café entre las manos.

—Estás mejor —dijo simplemente.

Melian se pasó un mechón tras la oreja, casi avergonzada.

—Creo que sí.

Y lo estaba.
Los paseos, la risa que había compartido con su padre, la conversación sobre Regulus que había sido tan dura como liberadora... todo había ido recomponiéndola.

Echaba de menos Hogwarts.
Echaba de menos su rutina.
Y echaba de menos a Draco... más de lo que habría admitido en voz alta.

A veces, mientras cocinaba con su padre, aparecía ese pensamiento extraño y cálido:

Cuánto me gustaría contarle esto a Draco.
¿Qué estará haciendo?
¿Estará bien?

Lo extrañaba con una ternura que la sorprendía.
No solo echaba de menos besos o discusiones tontas.
Echaba de menos que él la mirara como si fuera algo suyo.
Echaba de menos cómo la calmaba sin darse cuenta.

Y por primera vez desde que llegó...

Tenía ganas de volver a verlo.

La tarde del día 5, mientras recogían juntos la cocina, Melian recordó algo que había estado evitando pensar desde su discusión con Draco.

—Papá... —empezó, dudando.

Sirius levantó la vista, dándole espacio sin presionarla.

—Hace semanas... Lucius Malfoy me invitó a comer a su casa.

Sirius arqueó una ceja con ese gesto heredado de los Black.

—¿Lucius? —repitió, con un tono entre alerta y burla—. Qué amable de su parte.

Melian jugueteó con un vaso vacío.

—No sé para qué. Mencionó a mi tío... y algo de "seguir sus pasos". Snape me ayudó a evitar ir hasta que supiéramos exactamente de qué iba... pero...

—Regulus te dijo que fueras —completó Sirius, sin perder detalle.

Melian asintió.

—Dijo que debía enfrentarme a aquello y no ignorarlo como si no existiera. Que las batallas son más fáciles cuando sabes a qué te enfrentas.

Sirius dejó el paño a un lado. Se cruzó de brazos, pensativo.

—Mi hermano siempre fue más listo de lo que la gente quería aceptar —murmuró con un deje de orgullo triste—. Si te dijo eso... es porque hay algo que necesitas ver.

Melian tragó saliva.

—¿Crees que debería ir?

Hubo un silencio largo. Sirius la observó con esa mezcla de protección feroz y respeto absoluto que solo él sabía expresar.

—Creo... —dijo por fin— que eres más fuerte de lo que tú misma reconoces. Y también creo que no quiero que vayas sola.

Melian levantó la vista, sorprendida.

—¿Vendrías conmigo?

Sirius sonrió, ladeado.

—Voy a ir contigo hasta la puerta si hace falta. Pero la conversación... Melian, solo tú puedes tenerla. Y te prometo algo: pase lo que pase allí dentro... yo voy a estar fuera. Esperándote.

Ella respiró hondo.
Ese tipo de apoyo era un ancla.
Una mano cálida en la espalda.

Y por primera vez, la idea de presentarse ante Lucius no le provocó miedo, sino una determinación nueva.

El día 7 llegó más rápido de lo que pensaba.

La semana había volado entre risas, paseos, charlas junto a la chimenea y silencios que ya no dolían. Su maleta estaba lista, ordenada con calma, no desde la urgencia ni el agotamiento.

Melian se vistió despacio, sintiendo el leve cosquilleo de nervios en el pecho.

Volvería a Hogwarts.
Vería a Draco.
Hablaría con Lucius tarde o temprano.
Y seguiría trabajando con Regulus y Sirius para descubrir lo que estaba por venir.

Cuando bajó las escaleras, Sirius la esperaba junto a la puerta, con las llaves en la mano y esa sonrisa orgullosa que parecía decir: Mira la persona que estás llegando a ser.

—¿Lista? —preguntó.

Melian asintió con un pequeño brillo en los ojos que no había tenido en semanas.

—Lista.

El trayecto hasta la estación fue tranquilo.
El cielo estaba despejado, el aire fresco, el ruido del tren reconfortante.

Melian subió al vagón sin prisa, encontrando un asiento junto a la ventana. El paisaje se movió lento al principio, luego más rápido, mientras ella apoyaba la frente en el cristal, sintiéndose... en paz.

Por primera vez desde el verano, Hogwarts no le parecía una carga.

Le parecía un destino.

Y cuando el tren finalmente llegó a la estación del colegio...

Allí estaba alguien esperándola en el andén.

Alto.
Con túnicas oscuras.
Las manos juntas en la espalda.
El rostro imperturbable.

Severus Snape.

Sus ojos negros se suavizaron apenas al verla bajar. Ella hubiera preferido ver a alguien de ojos grises y pelo rubio platino.

—Señorita Black —dijo con un tono que en cualquier otro sonaría severo, pero que con ella tenía un filo casi protector—. Bienvenida de vuelta.

Melian sonrió, genuinamente.

—Profesor.

—Su padre me avisó hace una hora —añadió Snape—. Le pidió que me asegurara de que llegara sin contratiempos. Y... —sus ojos bajaron un segundo, como si eligiera las palabras con extremo cuidado—. Me alegra verla recuperada.

Melian sintió un calor inesperado en el pecho.

—Gracias, profesor.

Snape hizo un leve gesto, invitándola a caminar hacia el castillo.

Mientras avanzaban por el sendero de piedra:
Ella no sabía aún quién la estaba esperando dentro.
No sabía lo que había pasado con Draco.
Ni las palabras envenenadas que Mattheo había sembrado.
Ni la tormenta que se avecinaba.

Solo sabía una cosa:

Había descansado.
Había vuelto.
Y estaba lista.

Aunque no imaginaba...

Que la paz que llevaba en la mirada estaba a punto de ser puesta a prueba.

𝔹𝔸𝕁𝕆 𝔼𝕃 𝕄𝕀𝕊𝕄𝕆 ℍ𝔼ℂℍ𝕀ℤ𝕆 ||(+18) Draco Malfoy, Melian Y Mattheo RiddleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora