Fui bajando, su ombligo me entretuvo bastante rato y su cuerpo lo agradeció, gemía suavecito como para que yo no me diera cuenta pero obviamente sí lo hacía.
Seguí bajando desde su ombligo, pero me empecé a tomar el triple de tiempo que duré desde su cuello hasta ahí.
Su cuerpo me imploraba que hiciera algo más y el mío moría por hacerlo, pero quería que no quisiera hacerlo con nadie nunca más, que implorara más.
Bajé y quité la tanga que me volví loco, pude ver que ya estaba muy muy mojada, me la acerqué la olí y olía a ella, me excité aún más, si es que eso era posible, la puse a un lado y me volví a admirarla totalmente desnuda.
Su cara pícara sabía que me encantaba lo que veía, lo había visto muchas veces en todos lados, en sueños y en mis horas de descarga pensando en ella, pero jamás sería lo mismo tenerla ahí al alcance de mis manos y ahora ahí la tenía.
Su cuerpo era muy hermoso, yo para molestarla y hacerla sonrojarse le decía que parecía una tiendita de pueblo, pequeñita y muy bien surtida. Su color de piel me encantaba y sé que no era perfecta, pero era perfecta para mí.
Me acerqué abrí sus piernas con las manos lentamente, me puse frente a su vagina, hermosa, limpiecita, perfectamente depilada, brillante por la humedad que salía de ella y palpitante por el efecto de mis caricias y besos.
Empecé a besar su pierna derecha, en la parte interior de su muslo, milímetro a milímetro fui subiendo hacia su vagina, muy muy lento, saboreando su piel y su reacción de "ya hazme tuya", pero al llegar al último pliegue, justo antes de empezar su vagina, paré y salté a su otro muslo, el izquierdo. Ella lanzó un grito, no de placer, sino de desesperación por mi tortura.
Pero esta vez mientras subía, una de mis manos empezó a hacer circulitos alrededor de su clítoris. Su cadera se movía, pidiéndome que la penetrara, pero yo, aunque explotaba de ganas, seguía con mi tortura.
Al fin llegué, ya no tenía donde ir y ya no quería ir a ningún lado, mi tierra prometida me esperaba, palpitante, húmeda y tibia. Soplé muy suavemente en la entrada de su vagina y subí hacia su clítoris, ella se estremecía. Abrí mi boca y sacando mi lengua muy lento me acerqué para saborearla y como supuse sabía a gloria
Con el simple hecho de tocar mi lengua con su vagina empezó a temblar, yo saboreé hasta que lo que había salido ya estaba todo en mi boca, subí a su clítoris y estaba durísimo, esperándome, de nuevo un temblor recorrió todo su cuerpo al tocarlo con mi lengua
Ahora un dedo empezó a entrar en ella mientras mi lengua acariciaba su clítoris, su cadera empezó a hacer movimientos rítmicos conforme entraba y salía mi dedo. Levantó su cara y me dijo, con las mejillas rojas de excitación, méteme otro. Ahí volvió la depravadita que me encantaba. Yo obedecí y metí ambos dedos a la inversa, con las yemas hacia arriba, para tocar su punto G. El ritmo y la fuerza de los dedos fue subiendo hasta que los gemidos se convirtieron en casi gritos.
Así seguí hasta que me aseguré de haberle dado al menos dos orgasmos con mis dedos y mi boca.
Yo estaba a mil, ya no podía más, me desvestí a lo loco y me acosté sobre ella, durísimo con el pene muy cerca de su entrada. La miré a los ojos y le dije:
-Bienvenida a mi país, espero que te guste la comida de aquí.
Ella sonrió y mientras lo hacía empecé entrar y ella gimió. Estaba tan húmeda que entré muy fácilmente.
Sus ojos brillaban intensamente y sin moverme le di un beso, tierno que fue subiendo de intensidad, en este momento su cadera empezó a moverse, siempre me encantó que tomara la iniciativa de vez en cuando.
Yo, obediente como siempre, me empecé a mover, lento, despacio, viéndonos a los ojos, sonriendo, sonrojados, dándonos besos, pero nunca apartando las miradas. El ritmo fue subiendo y yo sentía como su interior se contraía y se relajaba venía pronto otro orgasmo de ella y para ser sincero yo no creía que fuera a durar mucho tampoco. Todas las reacciones de su cuerpo y cada milímetro de piel que recorrí me acercaron cada vez más a mi orgasmo.
Pero por más que traté de evitarlo y de esforzarme por durar más mi parte más íntima logró su cometido, ella como si estuviera sincronizada conmigo llegó, yo me aguanté un poco más, lo que pude y me dijo:
—Draco, te quiero—
Me descoloco por completo, no estábamos follando, estábamos haciendo el amor.
—Te quiero Melian— dije en un susurro ahogado.
Sabía que no podría aguantar mucho más, salí de su cueva y justo, sin tocarla ni nada, llegué hacia esa sensación divina que te deja sin fuerzas.
No sabía dónde estaba ni quien era, solo sentía la fuerza de mil estrellas explotando en mí.
Por un momento no supe dónde terminaba mi cuerpo y dónde empezaba el suyo.
El latido en mis oídos.
Su respiración temblando contra mi pecho.
Mi nombre escapando de sus labios como si fuera algo valioso.
Me quedé quieto, con la frente apoyada en la suya, tratando de volver a mí mismo... pero sin alejarme de ella. No podía. No quería.
Melian seguía allí, bajo mis manos, tan real que me dolía pensar que algún día pudiera perderla.
—Ven aquí... —murmuré, casi sin voz.
Ella se acomodó encima de mí, su mejilla en mi cuello, y sentí un escalofrío tan dulce que me dejó sin aire. Le acaricié la espalda lentamente, como si la estuviera aprendiendo de memoria.
Porque lo estaba haciendo.
—No sabía que... —tragué saliva— que podía sentirse así.
Ella levantó la cabeza y nuestros ojos se encontraron. Su pelo revuelto, su piel aún caliente, sus labios entreabiertos... casi me hizo perder la compostura otra vez.
Pero no por deseo.
Por amor.
Ese amor que nunca pensé que tendría. Que nunca pensé que sería para mí.
Me atreví a decirlo, en voz baja, como si confesara un pecado:
—Me haces mejor de lo que soy, Melian. No sé cómo lo haces... ni por qué.
Ella me tocó la mejilla con suavidad, como si estuviera tocando algo frágil.
—Porque tú también me haces mejor a mí.
Sentí un nudo en la garganta. Uno que jamás habría admitido antes.
La atraje más, hasta tenerla completamente pegada a mí. Le besé la sien, despacio. Luego la frente. Luego su nariz. Besos que no quemaban... sino que curaban.
Mis dedos se entrelazaron con los suyos.
Nos quedamos tumbados así, hablando en susurros de cosas pequeñas: de lo que habíamos hecho, de lo que nos daba miedo, de lo que queríamos. Ella jugaba con mi pulsera y yo le acariciaba el pelo, sin prisa, sin necesidad de nada más.
La habitación estaba en penumbra.
Hogwarts dormía.
Y, por primera vez en mucho tiempo, yo también sentía que podía hacerlo sin tener que mirar sobre el hombro.
Cuando ella se acurrucó en mi pecho, como si ese fuera su sitio natural, cerré los ojos y respiré su olor.
Terno. Suave. Hogar.
—Buenas noches, Mel —dije, besando su cabeza.
—Buenas noches, Draco —murmuró, ya casi dormida.
Y mientras la sentía rendirse al sueño entre mis brazos, entendí algo que me golpeó más fuerte que cualquier hechizo:
Si algún día el mundo se volvía en mi contra, si mi legado me perseguía, si todos se alejaban de mí...
Ella sería la única razón por la que seguiría luchando.
La única razón por la que seguiría respirando.
La única razón por la que no querría ser el monstruo que todos esperaban.
Y con ese pensamiento —y con el peso cálido de su cuerpo sobre el mío— me dejé llevar también, sabiendo que, al menos esa noche, pertenecíamos el uno al otro sin condiciones.
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𝔹𝔸𝕁𝕆 𝔼𝕃 𝕄𝕀𝕊𝕄𝕆 ℍ𝔼ℂℍ𝕀ℤ𝕆 ||(+18) Draco Malfoy, Melian Y Mattheo Riddle
CintaMelian es una chica de corazón fuerte y oscuro que no le abre a mucha gente, ella es muy guapa y poderosa y junto a Harry tienen un pasado desastroso. Mientras crecen, Draco un chico de la escuela, molesta mucho a Melian haciendo que no se lleven bi...
