Capítulo 6

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Narra Julia

Las clases transcurrieron con normalidad, esto claro, omitiendo el hecho de que en más de una el maestro o maestra tuvo que despertar a Miranda, quien no lograba contener el sueño.

Llegó finalmente el receso, y apenas sonó la campana miré en dirección a Dani, con quien compartí mi última clase. Una vez intercambiamos miradas, volteamos a ver a mi amiga, quien, nuevamente, se había quedado dormida.

–Iré escogiendo una mesa– dijo él risueño por la situación, justo antes de marcharse.

Esperé a que todos salieran del salón, y una vez ocurrió esto, me acerqué de la forma más silenciosa posible a mi amiga.

–¡MIRI!– exclamé moviéndola ligeramente con mis brazos, esto la hizo sobresaltarse. Yo no pude contener la risa ante la escena de ella llevándose la mano al corazón, aturdida por lo que acababa de ocurrir.

–Estúpida– susurró riendo.

Tardamos unos segundos en recoger todas nuestras cosas y salir del salón. Guardamos nuestras mochilas en nuestros respectivos casilleros y nos adentramos en el comedor, buscando a Dani con la mirada. Al encontrarlo, este nos sonrió señalando la bandeja que yacía frente a él.

¡LASAGNA! ¡Están sirviendo lasagna!

Sin perder un segundo más nos formamos y tomamos una bandeja, plato y cubiertos.

–¿Lasagna o sopa de tomate?– preguntó la cocinera una vez fue mi turno de ser atendida.

–Lasagna, por favor– respondí con emoción. ¿Qué psicópata escogería sopa de tomate?

Un par de minutos después, ya estábamos listas para ir a sentarnos con Dani, y así lo hicimos.

–Hay ciertos días... días como estos...– comenzó a hablar mi amigo, con cortas pausas para masticar su comida – en los que la comida de la cafetería... no sabe a mierda.

–Yo nunca podría ser vegana– respondió mi amiga.

–Como mucho vergana– agregó Daniel haciéndome reír.

–A ver, imbécil– se defendió Miranda, con una sonrisa que nos daba a entender que claramente no se había ofendido –. Yo no soy tan puta como crees.

Por más tontos que parezcan esos momentos con mis amigos, son de las cosas que yo más aprecio en mi vida. Amo estar con ellos, me divierten mucho. Puedo llorar, reír, bromear, jugar con ellos, y ni siquiera parecen cansarse de mí.

–¿Qué harán al llegar a su casa?– preguntó Miri sacándome de mis pensamientos.

–Yo iré al aeropuerto a recoger a mis mamás– respondió él.

–¿Ya volvieron de sus vacaciones?– pregunté.

–Pues deben estar subiendo al avión ahora– dijo Daniel.

–¿Y tú? Yo la verdad dormiré toda la tarde– me preguntó mi amiga, ocasionando que la atención de la mesa se dirija hacia mí.

–Mi tía organizó una comida con una amiga suya y su familia.

–¿Crees que te aburras?– me preguntó nuevamente Miri.

–No lo sé, espero que no.

–¿Habrá gente de nuestra edad?– preguntó ahora Dani.

–Lo más cercano serán el hijo y el yerno de su novio, pero dice mi tía que tienen veintiséis.

–Suerte con eso– dijo mi amiga volviendo a centrar su atención en la bandeja frente a ella.

Y nuevamente el tiempo transcurrió con normalidad. Pasaron las horas y con ellas las clases, hasta que finalmente sonó la campana de la hora de salida. Primero me despedí de Dani, pues él viene a la escuela en su propio auto, así que se va temprano. Al poco tiempo llegaron a recoger a Miranda, quien ya parecía desesperada por pisar su cama. Y pocos minutos después, mi tía me recogió a mí.

–¿Qué va a haber de comer, tía?

–Hice ensalada, lentejas y pollo a la plancha, linda.

–Okay– respondí, dando por hecho que ahí había terminado la conversación.

El resto del trayecto estuve viendo mi teléfono, miré Instagram, respondí mensajes, y le di vueltas en mi cabeza al tema de la nota que aún se encontraba en mi bolsillo. ¿Quién mierda la escribió?

–Ya llegamos, princesa– me dijo llamando mi atención. Estacionó el auto y bajamos de este para entrar nuevamente a la casa.

–Llegarán en una hora, así que si te vas a bañar, hazlo ahora, ¿okay, pequeña?– aconsejó.

–Sí, tía– respondí subiendo por las escaleras.

Y como me dijo ella, lo primero que hice al llegar a mi habitación fue dirigirme a mi baño, abrir la llave de la regadera, y esperar a que el agua se caliente. Mientras esto ocurría, salí de este y me dirigí a mi armario, del cual saqué un vestido rosa pastel con lazos de tirantes. Amo este vestido, es divino. Lo extendí sobre mi cama y me desvestí, viéndome accidentalmente de reojo en mi espejo.

Tengo una pequeña voz en mi cabeza, como una parte de mí que no para de joder haciéndome creer que soy gorda. Afortunadamente, soy capaz de callarla al instante. Mi cuerpo es perfecto, me permite respirar, caminar, hablar y muchas cosas más, ¿por qué tendría que odiarlo?

Rápidamente evito darle más vueltas al asunto y entro a tina, con el fin de bañarme. Debieron pasar alrededor de veinte minutos para cuando salí de esta y me envolví en la toalla que me esperaba sobre la tapa del asiento del inodoro.

Salí del baño, adentrándome en mi habitación, le puse el seguro a la puerta y dejé la toalla que me envolvía sobre la cama, para comenzar a vestirme. Me puse mi ropa interior, y después de esta; el vestido. Para este momento ya me encontraba enrollando mi cabello mojado en la toalla con la que me sequé, dejándola como gorro sobre mi cabeza. Me senté al borde de mi cama y me puse unas calcetas blancas, y sobre estas unos converse rosa con blanco.

A partir de ese momento dediqué mi tiempo a jugar con mi teléfono un rato, después de todo, aún debía esperar a que mi cabello se seque, pues nunca me he molestado en comprar una secadora.

Una vez este se secó, lo cepillé y recogí dos pequeños mechones de la parte de arriba de este con un par de lazos del mismo color que mi vestido. Mamá me hacía este peinado cuando era pequeña. No sabría cómo describir el resultado, ¿saben lo que es una media cola de caballo? Pues era algo así, pero doble, y con mechones más pequeños.

Me puse un par de aretes blancos, y bajé al primer piso a ayudar a mi tía a preparar todo para la llegada de sus invitados.

Sorpresa que me llevé al verlos.

JuliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora